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River bajo la lupa

BUENOS AIRES -- Desde esta columna siempre hemos seguido una idea uniforme: analizar a los equipos según su rendimiento actual y no por estadísticas de victorias o de derrotas logradas en los últimos tiempos.

Obviamente que se debe tener en cuenta el funcionamiento que viene teniendo para saber si se trata, ya sea por lo bueno o por lo malo que haga, de una cuestión coyuntural o de algo que arrastra como una patología crónica. Realizada esta salvedad podemos poner a River bajo la lupa.

Y lo primero que sorprende, habida cuenta de que estamos ante un equipo que viene de conseguir títulos internacionales, es que lleve tres partidos consecutivos sin paladear una derrota. Podrá decirse que la Copa Libertadores y la Suruga Bank ya son historia y que no pueden ponerse como un atenuante a la hora de encontrar los por qué de la escasez de resultados, pero es innegable que cuando los grandes objetivos se alcanzan se produce un lógico e involuntario relax.

Y aunque los futbolistas y el cuerpo técnico busquen aventar esta idea exteriorizando su fastidio ante la situación, lo real es que no resulta sencillo mantener la concentración. Esto por un lado. Por el otro, existe una merma en el funcionamiento colectivo. La cual, en el caso del partido con Huracán, se vio reflejada en la ineficacia ofensiva y en las desatenciones de su defensa.

Porque River no se quedó con los tres puntos producto de una mezcla de estas variables. Cuando en el primer tiempo dominaba el trámite casi a voluntad, no lo liquidó. Falló en la definición. Dilapidó ocasiones. Y a partir de esta falla no sólo le dio vida a su oponente, sino que además lo empujó a estar en partido con un infantil error defensivo.

Huracán, que estaba siendo maniatado, empató gracias a una equivocación de su oponente, volvió a la vida apuntalado en ofrendas ajenas. La primera reflexión es que a River esto antes no le sucedía. Liquidaba los pleitos usufructuando cada una de las chances que se le presentaban. Hoy la historia es diferente, paga caro su improductividad.

Esto perturba a Gallardo, aunque no lo preocupa del todo porque el técnico estima que esa carencia es pasajera y, en la medida que su equipo continúe teniendo nivel de los primeros cuarenta y cinco minutos, todo lo va a encarrilar en el corto plazo.

La historia pasa por saber cuál es el verdadero River de hoy, si el del primer tiempo, que generó mucho pero falló en la definición, o el del segundo, que no encontró los caminos claros y fue vulnerable en defensa.

Por todo lo que se observó y por las coronas que ha conquistado, la respuesta obvia parecería ser que cuando recupere el golpe final va a verse nuevamente al equipo multicampeón. Hoy padece por su propia impericia, pero cuando la mala llega después de una gran cosecha, sobrellevar la tormenta es mucho más sencillo.

Gallardo es conciente de esto. Y no quiere prolongar la mala racha, entre otras cosas porque es un obsesivo del buen funcionamiento y, aunque tenga crédito de sobra, sufre cuando las cosas no salen como las planifica.