LOS ÁNGELES -- Bajo el Principio de Peter, Jürgen Klinsmann ascendió hasta su propio nivel de incompetencia.
El alemán cerró la puerta de ambos lados. No dejó entrar a nadie. Ni quiso acercarse a nadie. Y nunca entendió de qué se trataba hacerse cargo de la selección de Estados Unidos.
Este lunes, Sunil Gulati le corta la beca, y le permite vacacionar a Europa, tras poner en venta su mansión en Newport Beach, con etiqueta de 2.4 millones de dólares.
Muchas versiones aseguran que Klinsmann fue víctima de sus pecados, pero, además, de una Tormenta de (Bruce) Arena...
Más allá de romper con Landon Donovan, de sus conflictos con Michael Bradley, y de sus desavenencias con otros jugadores, Klinsmann no quiso ni involucrarse con la estructura real del futbol de Estados Unidos.
Desestimó un proyecto iniciado por Bora Milutinovic, prolongado por Steve Sampson, fortalecido por Bruce Arena, y que con Bob Bradley jugando la Final de la Copa Confederaciones, eliminando a España en Semifinal, y superando 2-0 incluso a Brasil, al medio tiempo, encontraba la ruta de crecimiento.
Pero Klinsmann quería cocinar su propia hamburguesa. Y el primero en comprarla, y abotagarse con ella, fue el mismo Gulati, quien se tardó años en ver el desmoronamiento galopante que desencadenaba el alemán.
Nunca tuvo Klinsmann, en verdad, acercamientos serios con una larga lista de visores y buscadores, algunos bajo contrato, otros desinteresados, que conocen y detectan en el día a día a jugadores con talento en las universidades y en las ligas asociadas o independientes. El caracol no sacaba la cabeza de su aburguesada concha.
Sin atender ni entender que durante el Mundial 2006, Alemania no fue al final campeona del mundo por la tozudez de Klinsmann, a pesar de las modificaciones tácticas y hasta de rutinas de trabajo de Joachim Low, Gulati creyó haber encontrado al Mesías. La dictadura de la ignorancia.
Y el alemán vendió espejitos. Desde su llegada. Quiso cambiarle un estilo de juego, poco agradable, pero efectivo a EE.UU. Prometió hacerlo vertical, frontal, ofensivo, despiadado. Quiso reparar lo que no estaba descompuesto, sino aceitadito.
Los jugadores no compartían una filosofía verborreica que no era respaldada en el trabajo de cancha. Los futbolistas estadounidenses dejaban en claro que el vigor e intensidad con que jugaban, necesitaba ese estilo compacto, veloz y físico.
Enseguida, Klinsmann prometió un futbol latinizado. Dijo que buscaría en cada rincón de EE.UU. los mejores prospectos latinos, para darle alegría, chispa, picardía, vistosidad, a la selección nacional. Incluso volteó al futbol mexicano. Genio, quiso hacer tacos de salchihca.
Fue otra farsa. Al final, les vendió oropel a los latinos, a sus directivos, y terminó por ir deteriorando, erosionando, el esqueleto de una hermandad evidente entre el culto al deporte de los estadounidenses.
Y la traición se fue prolongando y perpetrando. Por ejemplo, a Martín Vázquez, el único futbolista profesional que ha defendido las dos camisetas, México y EE.UU., lo tuvo a su lado. Lo usó para ser más exactos. Lo exprimió.
Justo antes de la Copa del Mundo, lo dejó fuera del equipo, sin que el ex defensa del Atlas recibiera puntualmente una explicación. Lo mismo ocurrió con otros colaboradores,. Bajo el pretexto de que no había identidad de trabajo, ni ideas comunes.
Vinieron descalabros dolorosos. Y ante México. Un boleto a la Copa Confederaciones, y la derrota reciente en Columbus por 2-1, sin dejar de lado, un patético rendimiento en la más reciente Copa Oro, y que por su intromisión, hasta el boleto a Juegos Olímpicos se escapó.
Además, vendedor de sofismas, consiguió que una base de jugadores estadounidenses se embaucara con la idea de que era necesario regresar a la MLS por el bien de la selección nacional.
Convenció a Gulati de importar a Berti Vogts, porque, aseguraba, tener a su lado a alguien que compartía su filosofía de trabajo y de éxito, garantizaría la gloria. El tiempo lo condenó.
Y tal vez el acto de mayor soberbia, fue cuando confió a su grupo inmediato de auxiliares y algunos jugadores, que no necesitaba de un complejo y roñoso líder como Donovan, sino que él mismo podía tomar el control emocional del grupo.
Las alucinaciones llegaron a su fin. A la derrota de México, se siguió la de Costa Rica, con un doloroso 4-0.
Lo cierto es que ni el peor de los enemigos, infiltrando a alguien para arruinar el futbol de EE.UU., habría tenido tanto éxito como la forma en que ha averiado Klinsmann su balompié.
¿Bruce Arena de nuevo? ¿Dominic Kinnear? ¿Óscar Pareja? ¿Sam Allardyce? ¿O la versión calenturienta de Miguel Herrera? ¿Caleb Porter?
Gulati seguirá insistiendo en Europa. Los rumores aseguran que busca otro técnico ex mundialista, porque el que en realidad lo ilusiona, José Mourinho, reiteradamente le ha dicho que de momento, no, gracias.
Y lo de Marcelo Bielsa, vale la pena aclararlo: al argentino no le desagrada, en lo absoluto, pero los reportes sobre su adaptación al estilo Gulati, ponen muchas dudas al respecto.
La purga que hace Bruce Arena actualmente en el Galaxy, parece respaldar plenamente que quiere dejar en orden al club, para irse a la selección de Estados Unidos.
El movimiento llega a tiempo. En los albañales de la Clasificación del Hexagonal Final de la Concacaf, aún quedan ocho fechas, y con 15 de esos 24 puntos, quien llegue, aseguraría, al menos, la repesca.
Lo cierto es que los únicos que lamentan la salida de Klinsmann son Panamá, Trinidad y Tobago y Honduras. Sabían que eran puntos seguros con el alemán ahí, desintegrando, desde dentro, al otro de los gigantes con pies de barro de la Concacaf.
Y permítame este desliz: se los advertí hace cinco años.