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River-Boca: de las buenas señales previas a un final poco lúcido

Dos momentos. O quizás tres. El primero, cuando la voz del estadio anunció las formaciones y River Plate presentó cinco jugadores de ataque entre los titulares, como una declaración de intenciones clara y efectiva. El segundo, cuando a los diez segundos de juego el local tuvo la primera aproximación y expresó de forma aún más evidente qué era lo que iba a buscar en el Superclásico ante Boca Juniors. Y el tercero, cuando a los 15 minutos del primer tiempo, superaba en actitud ofensiva, intensidad y creatividad a su rival en el duelo de la séptima fecha de la Copa de la Liga.

Estas fueron las tres señales venturosas que vio el público riverplatense en el estadio Monumental este domingo. Tres marcas que presagiaron una tarde triunfal. La hinchada de River siempre quiere ver a su equipo protagonista y cada paso en ese sentido se valora. Por eso la previa del clásico fue dichosa. Porque entendieron que Martín Demichelis había hecho lo necesario para ganar.

Sin embargo, luego media la imprevisibildad proverbial del fútbol y entonces las expectativas suelen chocar contra las propias limitaciones y también contra las bondades del rival. Una voluntad manifiesta y concreta es importante, pero nunca condición suficiente para cumplir los objetivos. River se quedó en eso. Una buena idea, creativa y valiosa. Pero no más.

Y por eso los más de ochenta mil hinchas que, de nuevo, completaron el estadio Monumental se fueron en silencio y con la sensación de que un empate es mucho menos de lo que ellos ansían. Quizás ambos equipos hayan terminado el encuentro conformes con lo hecho. Pero el público soberano no.

"Otra vez nos quedamos", le dice Federico a Romina, dos hinchas de unos 35 años a la salida de la cancha. Y resume muy bien el problema de River. Se quedó. Los primeros 15 minutos le hicieron honor a la buena idea de Demichelis. Una especie de MW de los años treinta. Sorprendió y esa sorpresa le dio resultados, porque su equipo maniató a Boca en el inicio del juego. Con Claudio Echeverri (el mejor del equipo, en su primer Superclásico demostró que es diferente con varios toques de distinción) y Esequiel Barco por detrás de Facundo Colidio y Pablo Solari y Nacho Fernández como nexo, desbordó a un rival desconcertado. Pero no fue profundo ni efectivo. Ni tampoco constante.

Y entonces, toda la expectativa previa que se vivía en el Monumental comenzó a disiparse. De hecho, el momento de más intenso aliento fue ese en el que el equipo atacó con voracidad. Luego, los jóvenes mediocampistas de Boca le tomaron la temperatura al partido y lo emparejaron. Con Cristian Medina como líder, se plantaron más lejos de Sergio Romero y jugaron con mayor tranquilidad, aunque River siempre fue el que tuvo la iniciativa.

Los goles llegaron fuera de contexto en el segundo tiempo. El de River, por un pelotazo de Enzo Díaz para Solari. Sin elaboración. El de Boca, por una buena acción colectiva, un gran centro de Lautaro Blanco y una definición certera de Medina. El Superclásico fue intenso pero no tuvo demasiada acción en las áreas. No fue aburrido, aunque tampoco una floresta de virtudes.

En un tiempo en el que el miedo suele pesar más que cualquier otra cosa en los clásicos del fútbol argentino, las intenciones de Demichelis deben valorarse. Y así lo hizo el público de River, más allá de la bronca por el resultado final. Boca, en tanto, también puede quedarse conforme por el juego de sus jóvenes en buena parte del encuentro, aunque el cierre con siete defensores en la cancha no ayude.

El Monumental disfrutó más en la previa que al final. Y es que la ilusión muchas veces es más luminosa que la realidad. Más aún cuando las señales indican que el camino trazado es el correcto. El problema es que el fútbol se empecina en demostrar que además de las intenciones, se necesitan varias cosas más.