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Ángel Di María juega contra River: otro paso de gala en su viaje inolvidable

El movimiento de la pelota levanta el polvillo del carbón. Es un tiro delicioso, que atraviesa los tiempos. Es un pacto. Un regreso al primitivismo. Segundos disfrazados de eternidad: Ángel Di María se observa las manos. Están oscuras. Sonríe.

El recuerdo es una presencia invisible.

Fideo celebra el gol contra Newell's. Grita, hace el corazón al galope, se pellizca para ver si todo esto es verdad. Está en Rosario, con su gente. Pero todos sabemos que su figura trasciende el Gigante de Arroyito. Cada gol, cada jugada, cada corrida nos pertenece a todos. El verdadero jugador del pueblo. No siempre fue así. Ese gol simboliza su regreso, el que se extiende a cada partido que toque.

El domingo, por ejemplo, llegará River Plate, otro paso ilustre en su gira despedida. El club en el que pudo jugar su padre Miguel. El que le prestó tantas veces su casa a Ángel para despliegue sus alas con la camiseta albiceleste, el que tiene hoy, entre sus filas, a sus compañeros de gloria en el estadio Lusail de Qatar. En estas horas vivimos la víspera de un abrazo interminable entre guerreros heroicos. Franco Armani, Germán Pezzella, Marcos Acuña y Gonzalo Montiel.

Todos fuimos Montiel. Todos somos Di María.

Ángel volvió a Rosario Central para completar su propio círculo de grandeza. Volver a empezar. Empezar a volver. En ese recorrido mágico de calendario, River llega en crisis, tras quedar fuera de la CONMEBOL Libertadores y perder ante Deportivo Riestra en casa. Son 18 puntos en 10 partidos, pero su presente está lleno de nubes. Central tiene 15 unidades en nueve partidos, pero cada encuentro es una fiesta. Es casi un tour despedida para todos: rivales, compañeros, hinchas. Fútbol-arte, última gala de un Top 5 de la historia del fútbol argentino. De no tener nada a tenerlo todo. De la crítica al elogio. De sostener trozos de carbón a levantar la copa del mundo.

Picar ante la adversidad. Un golpe, dos, tres, mil. Y un díam la pared se rompe.

Ángel Di María, una carrera a la gloria

Ángel todavía no es Fideo. Es un niño. En la hora en la que sus compañeros de colegio esquivan el último sueño entre las sábanas, el ya está junto a su hermana Vanina y su papá Miguel separando carbón para guardar en las bolsas. Es un trabajo.

Aún lo ve como un juego.

Las paredes de su casa se tiñen de negro. El paso de las bolsas del pasillo al patio son la causa. Y la consecuencia. Miguel no sueña hace rato con fútbol. Sin embargo, antes de su lesión, tenía con qué. River se fijó en él. Nostalgia del pasado. Es tarde: el fútbol ya es cosa de otros.

En el caos, Ángel siente la chispa. La familia Di María acumula deudas y frustraciones. Se venden artículos de limpieza. Se junta carbón. Se come con lo que se vende, y sólo si se vende se come. Ángel corre por toda la casa. Hiperactivo. Es tan flaco que lo lleva el viento.

Y entonces, el fútbol. La escalera al cielo. Las alas dibujadas con los pies. El corazón dentro de su cuerpo que luego se extenderá a las manos. Aún no sabe todo lo que vendrá. Bienvenido, Ángel Di María, a El Torito.

La punta del ovillo.

El nacimiento del crack: de Rosario Central al fútbol europeo

¿Quién es ese chico? Fideo hace 64 goles en el club de barrio. Suena el teléfono. Es un entrenador de Rosario Central que se presenta. Quiere saber un poco más. Papá Miguel es de Newell's, pero mamá Diana es Canalla. Y entonces, en esa pulseada histórica, en esa cocina rosarina, gana Diana. Y se edifica la historia.

9 kilómetros: la distancia que separa la casa de Di María con el predio de Central. Una bicicleta amarilla con nombre se abre paso entre la gente: Graciela. Calor y frío. Viento y lluvia. Nadie está dispuesto a rendirse. El amor de una madre es avanzar en la incertidumbre. El sacrificio empuja al sueño a puro pedaleo.

Las imágenes son flashes que aparecen uno tras otro. De Rosario a Lusail con distintas escalas a la gloria.

Ángel atrás, su hermana adelante y comida en el canasto. Mamá Diana avanza como puede. La diferencia entre llegar y no llegar está en no rendirse. Porque las piedas aparecen en forma de palabras. Un entrenador le dice a Ángel, a sus 16 años, que es un inútil. Angelito llora.

Papá Miguel duda y de inmediato lo desafía: trabajas conmigo el carbón o un año más en el fútbol. "Un año más en el fútbol", contesta rápido Diana. Y entonces, el milagro. Una flor que crece en un descampado. En esa decisión está el despegue. Confiar. Creer.

Llegar.

El nacimiento de Fideo, sobrenombre de Ángel Di María

El Gigante de Arroyito lo cobija a sus 17 años. Nada por aquí, nada por allá. Abracadabra. Es la gambeta en velocidad. El tiro de maravilla. Los amigos haciendo fuerza a la distancia. Es mamá Diana atendiendo el teléfono a la hora que sea para la bendición necesaria. En Rosario y en Europa. Es Benfica, Real Madrid, Juventus, PSG. Colores. Países. Banderas.

De Rosario al mundo.

Diana pedalea. Angelito también. Corre con la pelota. Nadie las ve, pero él sí: huellas de carbón sobre césped recién cortado. Un babel de idiomas se rinde ante sus artes.

La Selección será su vía crucis. Lo castigan, lo hieren. Pero Di María avanza. Lo que no mata, fortalece.

El corazón al galope en 2008 para ganar el oro. El corazón roto, en un vestuario de Brasil, en la final del Mundial 2014. El drama de las lesiones. La lucha por Mía. La carta rota de Real Madrid.

Grito de ira, de frustración, pero también de rebeldía.

Las dos finales perdidas en Copas América en continuado. Las lágrimas de bronca. Las burlas como puñales. El equipo abroquelado en casa. Jorgelina, Mía y la llegada de Pía. Capitán de tempestades.

Pero claro: las historias no terminan hasta que terminan.

La redención y el regreso para Di María

Y entonces, la revancha de su vida. Como si todo hubiese sucedido por algo. En realidad todo sucedió por esto. La Copa América en Brasil. Su gol inolvidable. La pared que se rompe. Di María llora, ahora, de felicidad. Las lágrimas ya no son agrias. Ahora son dulces. Resiliencia. Parece que termina, pero aún falta. Sigue. Contra todo.

Contra todos.

La Finalissima. El Mundial y su gol decisivo, bello, inolvidable, que sintetiza todos los goles. Los que fueron y los que vendrán. Di María y la Copa del Mundo. Di María y otra Copa América. El final de un camino. El jardín de los senderos que se bifurcan.

La pelota hace un giro decisivo. Un ángulo inexplorado. Juan Espinola vuela, gesto necesario para embellecer la obra. Central le gana a Newell's en casa. El partido soñado entre pedazos de carbón, malvones y geranios ¿Qué es el fútbol si no es esto?

Lo grita él. Lo sentimos todos.

La más maravillosa historia de redención encuentra su clímax perfecto.

Pasó el clásico, pasó Boca y ahora llegará River. El fútbol argentino se viste de frac. Juega él, jugamos todos. Se vive, se siente, pero mucho más que eso se disfruta. Di María es, palabras más, palabras menos, un superhéroe deportivo. Y una enseñanza:

"Que nadie te diga nunca lo que podés o no podés hacer".