El Inter está de vuelta. Del todo. Doce años después de conquistar en el Bernabéu (2-0 al Bayern Múnich) su tercera y última Champions disputará en Estambul la sexta final de su historia. Poco importa que en la capital turca no vaya a ser el favorito, porque a un palmo de la gloria se adivina imposible que no entregue todo lo que tenga, y más, por alcanzar la eternidad.
El zurdazo de Lautaro Martínez, cuando el tiempo ya se le echaba encima al Milan, resolvió el tercer Derby della Madonnina de la historia en el torneo. Por fin se sacó la espina el Inter, eliminado por su gran rival en 2003 y 2005, y tomó el billete para la final, entre la euforia desmedida de una hinchada que sueña despierta con volver a reinar en Europa.
A las órdenes de un Simone Inzaghi que bordeó el despido en la primera mitad de la temporada, el Inter ha acabado por dar la medida de lo esperado y más aún. Mientras el Milan, solo tres victorias en las últimas diez jornadas de la Serie A, encara un final de curso terrible, viendo incluso peligrar su clasificación para la máxima competición.
En 2021, tras diez temporadas de sequía, el equipo nerazzuro conquistó el Scudetto, que la pasada temporada se le escapó por dos puntos, conformándose con ganar la Coppa y Supercopa de Italia. Pero la máxima competición, desde su último éxito en 2010, era fruta prohibida. Llegó a enlazar hasta seis temporadas de ausencia y desde su reingreso en 2018 cayó eliminado en la fase de grupos otros tres cursos consecutivos y en los octavos de final (a manos del Liverpool) el año pasado.
Equipo en continua transformación, no parece, a simple vista, que este Inter tenga un grupo tan impactante como el último que conquistó Europa. Júlio César, Maicon, Lucio, Walter Samuel, Zanetti, Sneijder, Eto'o, Milito, Stankovic. Futbolistas de una trascendencia evidente y que, bajo el mando de José Mourinho, lograron un hito que se le negaba al club desde 1965 y del que se quedó en puertas tanto en 1967 como en 1972. Ahora tendrá una nueva oportunidad.
Y la tendrá bajo el embrujo de Lautaro como líder de un equipo que se adivina de menor empaque. Onana, Darmian, Bastoni, Barella, Calhanoglu, Mkhitaryan, el veteranísimo Dzeko. Un Inter al que Simoni Inzaghi le ha devuelto carácter y fe para sobreponerse a cualquier circunstancia. Y que llega siempre, o casi siempre, absolutamente convencido de sí mismo a los momentos cumbre.
Superó con fortuna la fase de grupos junto al Bayern y condenando al Barça y a partir de ahí hizo lo justo para eliminar al Porto, maniató con solvencia al Benfica y prácticamente sentenció al Milan, su enemigo íntimo, en la ida, jugando a domicilio y concretando su pase a la final en una vuelta con más seriedad que brillantez, vengando las dos eliminaciones a manos rossoneras. Y dando un golpe sobre la mesa.
El Inter está de regreso.