No está escrito. Sin embargo, es credo de todo futbolero de ley al momento de jerarquizar jugadores. Destacarse con su Selección da otra dimensión, prestigia los recuerdos y reafirma idolatrías. Se puede ser bueno en clubes, pero el rendimiento con la camiseta nacional define todo. Muchos cracks quedaron relegados en la memoria popular por esa cuenta pendiente.
James Rodríguez nació para ser de Selección. Desde la Sub 17, la Sub 20 y con la mayor. Su devoción es indiscutible. Se desvive por ella. Lo dice, lo respalda en la cancha. Lo sabemos. Es su combustible cuando la pasa mal en cada equipo juega.
Está relacionado con la épica de Colombia. El golazo a Uruguay en el Maracaná, el quinto puesto del Mundial 2014, el Puskas, la bota de oro por ser el máximo artillero. De honrar la 10. De esa manera inspiró a otra generación, la de Luis Díaz, admirador confeso de su fútbol. Ese es el legado.
Hubo desencuentros. Reclamos en Barraquilla de algunos hinchas por la desazón de la eliminación de 2022. Volvió fuerte de esas críticas y sobrevivió a la indiferencia que pidieron para él en este nuevo ciclo de Néstor Lorenzo.
Dejó todo en los partidos más importantes de este invicto. En la victoria a Brasil, el 2-2 a Uruguay, el 0-1 a Paraguay en la Eliminatoria. También en toda esta Copa América. De capitán a símbolo.
"Llevo casi trece años aquí, queriendo mucho esto. Estamos felices", se sinceró tras la clasificación a la final contra Argentina.
Está listo para ir por más. Colombia confía. James es jugador de Selección.