BARCELONA -- Ronald Koeman cumple este viernes seis meses como entrenador del Barcelona en un momento especialmente crítico en el Camp Nou.
Sin presidente y sin dinero, en puertas de unas elecciones polarizadas entre los candidatos, el presente, y futuro, institucional del club no puede ser más dramático; deportivamente la situación no se entiende mucho mejor. Descabalgado en una Liga cuya conquista es misión imposible, enfrentado a una remontada harto complicada en la Copa y abocado a otra utópica en la Champions, el entrenador holandés navega de la mejor manera entre una tormenta que apenas le ha dado tregua desde que firmó su contrato.
El 19 de agosto Koeman se presentó con un primer discurso firme que ya aventuraba su hoja de ruta. "Quiero gente que lo vaya a dar todo por el Barça”, proclamó el técnico, confiado, a pesar de todo, en recuperar el ánimo de un club derrumbado anímicamente después de la debacle sufrida en Lisboa frente al Bayern Munich. Nunca ocultó la dificultad de la empresa pero su personalidad y su ascendente alrededor del barcelonismo aventuraba un cierto renacer en cuanto al proceso de renovación del equipo. Pero el camino ha acabado teniendo muchas más piedras de las que se pudieron esperar.
ENTRE EL PASADO Y EL FUTURO
Ocho derrotas en los primeros 35 partidos oficiales del curso, la peor estadística desde la temporada 2003-04, han colocado al equipo en el alambre y a Koeman en la diana en más de una ocasión durante este tiempo. Empeñado, de entrada, con un sistema del que tuvo que claudicar al cabo de los meses, el holandés ha tratado de dar un nuevo brío al Barcelona, que sonríe en cierta manera con la aparición de jóvenes que pueden, y deben, ser columna vertebral del futuro pero se lamenta de seguir atrapado en las sombras de un pasado enorme que no da más de sí.
Koeman aceptó el reto de liderar un proyecto que debía romper con ese pasado pero se dio cuenta de la dificultad enorme que eso representaba. Sin dinero en la caja, la plantilla no se pudo reforzar como mínimamente él habría deseado (Eric García, Georginio Wijnaldum, Memphis Depay) y la obligación de dar salida de cualquier manera a un jugador monumental como Luis Suárez dejó totalmente cojos sus planteamientos.
La confirmación de Ansu Fati (frenada por su lesión), la eclosión de Ronald Araújo, el descubrimiento de Pedri o la aparición, sorprendente, de Oscar Mingueza son las buenas noticias. Sumadas al crecimiento de Frenkie de Jong o la llegada de Sergiño Dest, el rejuvenecimiento del Barça es evidente, confiado en encontrar la regularidad (si es posible) de Ousmane Dembélé o el asentamiento de Ricar Puig para ilusionar a un entorno que, sin embargo, encuentra tantos motivos de confianza como de desencanto en cuanto a los resultados.
Casi convertido en un portavoz oficioso del club por la claridad de su discurso, Koeman domina el escenario en la sala de prensa pero cada vez disfruta de menos apoyos alrededor del vestuario. Los candidatos a la presidencia le defienden sin atreverse a proclamar su confianza ciega en su continuidad y hay quien, siempre off the record, afirma que si el club no estuviera en esta situación de interinidad probablemente su permanencia en el banquillo estaría muy cuestionada.
Conocedor del entorno de un club del que es, a pesar de todo, leyenda incuestionable, Koeman se mantiene al margen de todas las polémicas que se desatan alrededor del Camp Nou. Y así ha sobrevivido durante seis meses en una tormenta que no amaina. El 1-4 del Paris Saint-Germain fue un golpe demasiado duro de asimilar y hay quienes sostienen que seis meses después de su llegada, su salida, por mucho contrato que tenga en vigor hasta 2022, será antes de la fecha pactada.