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Lionel Messi, la Copa del Mundo y una vida de talento y sacrificio que tuvo su recompensa

Messi, campeón del mundo y ganador del premio The Best Getty Images

Su vida entera un torneo. Y en un partido. La genialidad, el talento y la maravilla del fútbol llevada al punto cúlmine de la relación entre la competencia y el arte. La expresión futbolística más genial de todos los tiempos. Y también el drama. El encuentro cara a cara con la más angustiante desolación y la injusticia proverbial de este juego. Siete partidos y 120 minutos que le dan un cierre maravilloso a la narrativa de Lionel Messi. Un desenlace que solo la realidad podía ofrecer, porque ni los dioses griegos son capaces de semejante capacidad creativa. Un final que condensa de forma absoluta cada esfuerzo realizado a lo largo de 35 años. Y los corona con la eternidad.

Hablaremos por el resto de nuestra existencia de la Copa del Mundo de Qatar 2022. De su final. De cada una de las siete actuaciones de Messi. Se escribirán cientos de libros. Se presentarán decenas de documentales. Se estrenarán películas de todo tipo. Se grabarán uno y mil podcasts. Se recordará en reuniones de amigos durante décadas lo ocurrido este mes en Medio oriente. Y aún así no alcanzará el tiempo para abordar cada aspecto de esta leyenda, que como todo hecho fundamental de la vida se siente en el alma y en la carne mucho más de lo que se piensa en la cabeza.

La carrera de Messi estuvo marcada por dos constantes: su talento y su capacidad de lucha. Por eso es inmortal. Si solo tuviera una, de todos modos sería un fuera de serie, mas no el único en su tipo. En este Mundial se pusieron a prueba sus cualidades como nunca antes. Y él respondió como nunca antes. Como si supiera que estaba frente a su prueba máxima. Que a los 35 años estaba ante la oportunidad de sentarse en un trono eterno y de alcanzar una gloria solo conocida por él.

El debut con derrota frente a Arabia Saudita fue el recordatorio de que sin humildad no hay éxito. La prueba de carácter que llegó en el momento justo. Él, alguien que caminó por los barrios más lujosos del mundo con el mismo paso del chico de Rosario, tuvo que trazar el rumbo de la recuperación obligatoria. Él, que debió morder la fruta amarga del exilio para desarrollarse, otra vez retrocedió para tomar impulso. El adolescente débil que se convirtió en un adulto capaz de todo lo volvió a guiar con la potencia de su esperanza. Y entonces, con la tranquilidad de quien sabe hacia donde ir, afrontó el destino. Y le ganó.

El comienzo contra México fue igual de complicado que el final ante Arabia. Todo fue sufrimiento hasta que un remate salvador abrió el sendero del título. Porque Argentina comenzó a ser campeón del mundo con ese golazo de Messi, el más gritado del torneo hasta la final. El primer tiempo fue luchado, trabado, duro y tenso como ningún otro. Reinó la incertidumbre en Lusail hasta que irrumpió un socio nuevo pero al mismo tiempo muy antiguo para él, que siempre supo dialogar con los talentos. Potenciarlos y potenciarse a su lado. Enzo Fernández cambió ese encuentro y cambió el Mundial. Como otras veces fueron Román Riquelme, Andrés Iniesta, Xavi Hernández, Fernando Gago y Ángel Di María, esta vez fue el joven formado en River quien se asoció con naturalidad con el astro.

Contra Polonia se vio cara a cara con un némesis. Involuntario, como casi siempre, pero némesis al fin. Él, que nunca se interesó en generar antinomias, ha tenido sus adversarios particulares, que en la mayoría de los casos fueron solo mediáticos pero en otros momentos sí fueron reales. Cristiano Ronaldo fue el más claro, aunque no el único. Robert Lewandowski intentó enfrentar su liderazgo mundial pero peleó solo. Y quedó muy lejos. En una de las mejores actuaciones colectivas del torneo, Argentina venció a Polonia y clasificó líder de su grupo. Messi no marcó y falló un penal. Fue el único encuentro en el que se fue en blanco.

La fase de eliminación directa era su cuenta pendiente. En sus anteriores cuatro Copas no había podido convertir. Un partido en 2006 (a sus 19 años, no ingresó contra Alemania en cuartos), dos en 2010, cuatro en 2014 y uno en 2018. Ocho encuentros sin goles es demasiado para uno de los artilleros más grandes de todos los tiempos. Su vida en Barcelona no tuvo momentos de sequía semejante, pero en la Selección su recorrido se construyó con otros materiales. Si en su club fue con los del lujo y la abundancia, en su país fue con los del sacrificio, la garra y la resiliencia. Tuvo que aprender a desarrollarse desde otro lugar. Y lo hizo, claro.

Tardó solo 35 minutos del choque ante Australia por los octavos de final para saldar su deuda. Solo una de las que pagaría en Medio Oriente. Él mismo ganó un lateral con guapeza y segundos después definió cruzado para poner en ventaja a Argentina en un choque que terminó con drama, cuándo no. A pesar de ese final escalofriante, con la (primera) atajada milagrosa de Emiliano Martínez en tiempo de descuento, Leo completó una actuación conmovedora. Él fue la principal razón del triunfo. Con su inteligencia, con su talento, con su capacidad para manejar los tiempos. Como tantas otras veces antes pero también como nunca en una instancia como esta. Algo así como aquella noche en la que con un triplete clasificó a un plantel mucho menos potente que este a Rusia 2018. Él por delante y sus compañeros detrás, de nuevo.

Y entonces, llegó el día en el que a su aura de crack sin tiempo le sumó un ingrediente por el que el pueblo argentino había elevado plegarias. Contra Países Bajos en cuartos de final, Messi se convirtió en ícono popular. En remera. En fiel representante de su gente. Y no solo fue por su juego, que como siempre fue emocionante. Fue por su actitud. Por su coraje para defender a sus compañeros. Por su valentía para encarnar otro costado de la esencia del fútbol argentino. El talento. la picardía y la potencia pero también el carácter. La furia. En un partido muy caliente, el diez eligió un gesto riquelmeano para celebrar un gol en las narices de Louis Van Gaal y después no tuvo timidez para desafiar de forma verbal al verdugo responsable del empate. Fue un Messi inédito. Un Messi de sangre caliente. Un Messi argentino.

La carrera de Lionel está hecha de jugadas como la del segundo tiempo de las semifinales frente a Croacia. Gambetas a pura velocidad, amague y freno. Lo hizo a los 19 años y también a los 35. Uno de los momentos más maravillosos de su actuación mundialista ocurrió en el segundo tiempo frente a los croatas, cuando tomó la pelota cerca del círculo central y sacó a bailar a Josko Gvardiol, quien es reconocido como uno de los dos mejores centrales de Qatar 2022. Otra vez, personificó en algunos segundos 140 años de historia del fútbol nacional. Eso fue Messi en esta Copa del Mundo. El juego argentino condensado en una persona.

De la final hay tanto que decir que se hace imposible por su cercanía. Las emociones de aquel partido tan extraordinario como inabarcable aún nublan los sentidos. Hoy, menos de dos semanas después de aquel 18 de diciembre inmortal solo se puede afirmar que fue el premio merecido a una vida de sacrificio. De amor por la camiseta. De perserverancia. La magnitud de la felicidad solo se puede comparar con lo dificultoso del camino. Lionel Messi es campeón del mundo porque jamás se rindió. Porque siempre supo que ese premio en apariciencia inalcanzable era posible. Su íntima convicción fue el combustible de su talento. Y su talento empujó esa convicción. La vida no siempre da recompensa a los que la merecen, pero que esta vez sí lo haya hecho enciende una luz de esperanza para el futuro.