Al lamentable regreso masivo de futbolistas mexicanos de Europa que encabezan Lainez, Pizzuto y Guti se une Marcelo Flores, quien está por cerrar su llegada a Tigres
LOS ÁNGELES -- En 2022, Marcelo Flores deshojaba la margarita. Hoy, la margarita se marchitó. 2022, coqueteaba con Canadá y con México por la posibilidad de ir al Mundial de Qatar. Eligió al Tri. Y eligió mal.
Hoy llegaría a Tigres, desde el almacén de inventarios del Arsenal, tras un préstamo previo en el Real Oviedo. Venta de saldos.
Tigres es un especialista, desafortunado, además, en la recolección de jugadores mexicanos en Europa. Elige mal a futbolistas que eligen mal: Diego Lainez y Eugenio Pizzuto son los más recientes. Antes, desde los Bravo, los Fonseca, los Salcedo, los Reyes, etcétera. Ahora, se suma Marcelo Flores.
Monterrey recluta a Tecatito Corona desde el Sevilla, y Chivas agrega a Érick Gutiérrez desde el PSV. Santiago Naveda, tras descender su equipo en Polonia, acepta quedarse en su cuna, Coapa, donde el técnico André Jardine no lo toma en cuenta, y el mismo América no sabe qué hacer con Néstor Araujo.
No es culpa de los clubes mexicanos que los contratan. Es culpa de futbolistas que no supieron, no quisieron o no pudieron hacer respetar un sitio en su aventura europea.
Cierto: el dinero, la patria misma, con sus sabores, colores y afectos, son sirenas de canto meloso que los hacen regresar. No hay marino que no atraque su barco en semejante puerto.
Sí, el país se convierte en el útero escapista del perfecto confort. Cierto, Marcelo apenas conoce México, nació en Canadá y desde los 13 años peloteaba con sus sueños en Inglaterra.
Hablar de deserción, de renuncia, de rendimiento, de claudicación, puede sonar violento, pero hay, en el fondo, síntomas de ello. Volver, sí, con la frente marchita, en el dolor de Gardel.
No es culpa de los clubes mexicanos, acaso, al tiempo, podrían parecer más víctimas que victimarios. Tigres aún suspira por ver a Lainez y PIzzuto a la altura de la desmesurada proyección de jugadores de fantasía. Lo mismo anhela de Marcelo.
El Guti de algunos momentos recreativos en el PSV Eindhoven aún no llega a Chivas. El Guadalajara no sabe si los cinco millones de dólares que pagó por su carta se verán justificados.
Monterrey espera la mejor versión de Tecatito, una continuación de lo que fue en el Porto por momentos, y lo que llegó a seducir al Sevilla. Es una apuesta a ciegas todavía.
¿Cuántos jugadores mexicanos que regresaron de Europa resultaron determinantes? Previa y funesta escala en la MLS, Rafael Márquez fue bicampeón con el León y le alcanzó la cuerda para dos mundiales más. Cuauhtémoc Blanco, tras la aventura en el Real Valladolid, circuló por varios clubes, fue campeón con el América (2005), y aunque Ricardo La Volpe le hurtó el Mundial de Alemania, colaboró a que el Tri llegara a Sudáfrica 2010.
Porque no repercutieron en sus retornos ni Hugo Sánchez, ni los Kikines, ni los Bravos, ni los Aquinos, ni los Salcedos, ni los Salcidos, ni los Fabián, ni los Reyes, ni los Morenos, ni los Negretes, ni los Flores, ni los Abuelos, ni los Garcías, ni tantos etcéteras, en los cuales puede recluirse a los Dos Santos, con su estadía previa y penosa en el Galaxy de Los Ángeles, y a Héctor Herrera refugiándose en los jaripeos de Houston.
Quedan de lado Carlos Vela y Javier Hernández, porque ambos decidieron recalar en la MLS, para sepultar ahí sus últimos esfuerzos, en los que sólo el primero ha logrado un título de goleo y uno de liga con el LAFC.
Soslayando los casos de Hugo y Rafa, cuyas mejores épicas posibles habían quedado marcadas en Europa, algunos otros podrían haber prolongado su permanencia.
Un ejemplo es Andrés Guardado quien ha afincado más de 16 años en Europa, resistiendo cañonazos de clubes mexicanos e incluso de la MLS. Se repuso a una caótica etapa antes del Mundial 2014, cuando ni el Valencia ni el Bayer Leverkusen le garantizaron un espacio. Lo rescató Miguel Herrera, lo llevó a Brasil, y el jugador tomó un segundo aire. Hoy, entre dolencias, pero con un poderoso carácter, sigue en el Real Betis con contrato hasta el 2024.
Otro ejemplo es Guillermo Ochoa, con un pésimo manejo de su representante Jorge Berlanga, anduvo rancheando en clubes segundones de Europa. Regresó al América y de nuevo emprendió aventura con el Salernitana, cosechando elogios en Italia, a pesar de la insignificancia de su club. Pero fue decisión suya, a los 38 años, emigrar para mantenerse en forma y jugar su sexta Copa del Mundo.
La reflexión es implacable. Seguir en Europa no es culpa del mercado, ni de los clubes europeos que no los retienen o de los mexicanos que los pescan en las aguas de la desesperación. Es estrictamente responsabilidad del futbolista.
Edson Álvarez y Santiago Giménez destacaron en la victoria de sus clubes previo a la Fecha FIFA.
Se entiende la decisión de Tecatito, pero cómo justificar las de Lainez, Pizzuto y el mismo Flores, quien, entiéndase, no regresa a casa, pero sí renuncia a Europa.
Ocurre que muchos de los citados, a excepción de Hugo, Rafa y Guardado, y podría agregarse a Pável Pardo, Raúl Jiménez y al mismo Carlos Salcedo, carecen de esa sangre, de esa esencia, de esa aura, de ese temperamento, para luchar siempre, para confrontar siempre, y para vencer siempre.
Hugo, Rafa, Guardado y unos pocos más, se apegan sin duda a la poderosa descripción del epítome del atleta de altísima competencia que hace el escritor catalán Manuel Vázquez Montalbán: “héroes con carne de cromo coleccionable”. Sí, futbolistas de enciclopedias, no de anecdotarios.
¿Qué faltó a los que regresan a refugiarse? Hambre, audacia, gallardía, estoicismo, resiliencia, sacrificio y fe en su mismísimo sueño supremo.
El discurso es un plagio del ilusionismo: “Voy a triunfar en Europa”, dicen todos. La mayoría no ha entendido la gran diferencia entre poder ir y saber mantenerse, entre poder ir y querer, genuinamente, permanecer.
Ir y trascender son polos opuestos de una travesía magnífica. Hace falta esa sangre, esa carne heroica de cromo coleccionable a la que alude Vázquez Montalbán.
Todos han ido por su talento, y sólo han regresado aquellos que desconfiaron de sus propios talentos.