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Pablo Aimar, la presión, el alivio y la Copa del Mundo

Pablo Aimar conoce de manera íntima a los jugadores de la Selección Argentina Getty Images

DOHA -- La imagen pasó desapercibida para quienes estábamos en el estadio, pero golpeó la sensibilidad de todos los televidentes por su potencia simbólica, por su capacidad para sintetizar el momento que atravesaba no solo la Selección sino el Pueblo argentino todo. Pablo Aimar, desencajado por la angustia y al borde del llanto, se toma la cara mientras Lionel Scaloni le explica algunas ideas tácticas tras el golazo de Messi contra México. Su desesperación era la de 45 millones de hinchas.

Las emociones que genera la Copa del Mundo son difíciles de explicar, como sucede siempre con los sentimientos. En realidad, quizás tampoco valga la pena tratar de acercarse a definiciones racionales acerca de cuestiones pasionales. Entonces, solo queda describir qué es lo que provoca este torneo. En los jugadores, el renacimiento de su yo amateur, de su más puro amor por el juego y la competencia. También la exaltación del nacionalismo deportivo a niveles extremos. En los hinchas, la obsesión por el premio máximo y una ansiedad absurda.

Este campeonato es más movilizante que cualquier otro desafío. No hay punto de comparación. Cuando salen al campo de juego, los futbolistas llevan en sus espaldas no solo la responsabilidad burocrática del profesionalismo y la ambición individual, sino también el deber patriótico y el compromiso de un representante popular. Debatir hasta qué punto esto es sano para las sociedades del siglo XXI es menester pero no es este el espacio para hacerlo. Sí lo es para discurrir sobre las causas y consecuencias de estas cuestiones.

Pablo Aimar es uno de los entrenadores más lúcidos de su generación. Él sabe muy bien el enorme peso que tienen sus acciones en Qatar. También conoce de manera íntima a los jugadores que salieron al campo de juego de Lusail. Conoce sus miedos, sus angustias, sus ganas, sus virtudes y sus defectos. Además, vivió en carne propia la frustración extrema en 2002. El dolor de no haber podido cumplir los deseos de un país. Por eso explotó como explotó tras el desahogo del gol de Messi.

Son 36 años sin títulos del mundo para Argentina. Más de tres décadas de decepciones que, al repetirse, se suman. No son varios momentos tristes, sino una gran decepción compartida que duele de forma constante. En este tiempo hubo planteles de todo tipo. Algunos más representativos y queridos y otros menos. Algunos con más calidad y otros con menos. Casi siempre llegaron con ilusión. Pero pocas como ahora. Tras ganar la Copa América, esta Selección logró no solo un funcionamiento colectivo extraordinario sino que también se ganó el amor y la confianza del pueblo argentino como pocas lo habían hecho. Entonces, cuanto más grande es la esperanza, más grande puede ser la tristeza.

Aimar exalta la creatividad en el fútbol. La eleva como un valor fundamental. Pero para ser creativo es obligatorio tener claridad mental, algo que solo se consigue cuando la tensión no nubla los sentidos. Argentina jugó todo el partido contra Arabia Saudita y más de la mitad del choque contra México en un estado de nerviosismo insostenible. Como si los 36 años de sequía fueran un lastre en los tobillos. Un lastre que con el correr de los minutos disminuyó.

Su rostro después del golazo de Messi no fue el de una persona aliviada, sino el de un hombre que sabe lo difícil que es el camino. Pero lo más complicado ya está hecho: la victoria podría servir como un elemento liberador, aunque las presiones seguirán allí, al acecho. Trabajar en el aspecto anímico será uno de los desafíos más importantes del cuerpo técnico.

Este seleccionado tiene talento, valentía, carácter, ideas y funcionamiento. Acumuló horas de vuelo durante años y llegó a Qatar en gran momento. Sin embargo, la Copa del Mundo es algo totalmente diferente y hay que intentar sacar a relucir esas virtudes sin perder de vista la trascendencia del desafío. Ese juego mental es muy complejo y está claro que a la Albiceleste le costó asumirlo, aunque lo demostrado tras ponerse en ventaja con México genera buenas sensaciones.

"Yo especialmente sufrí estos tres días y estuve hablando mucho con mi psicólogo. Que me pateen dos veces y me metan dos goles, la verdad que es difícil de tragar. Sé que tengo 45 millones de argentinos atrás mío y le podía haber dado más en ese partido, pero hoy demostramos que estamos para pelear". Emiliano Martínez fue quien mejor explicó las exigencia que tienen los jugadores argentinos. Su talento futbolístico está fuera de discusión y por eso ocuparse de cómo afrontar las presiones es lo que puede marcar la diferencia.

Jugar con la responsabilidad del caso pero con soltura será el objetivo frente a Polonia. Si Argentina lo consigue, el resto de sus competidores en el Mundial volverán a verla como el rival potente, fuerte y talentoso que era antes del partido contra Arabia Saudita. Y entonces, la presión y los nervios cambiarán de vereda.