GIRONA — Érase una vez que era…
Mexicatzin era un reino náhuatl feliz, a pesar de estar lleno de mexicatzinos. Bosques, lagos, montañas, océanos, flora, fauna. Sólo una sombra oscurecía semejante dicha. Era un pueblo devoto y sibarita, facilón, pues, hacia sus dos vicios mayúsculos: el Tlachtli (juego de pelota) y el Tlachicotón (pulque).
En el segundo, en el consumo de la Baba de Oso o Caldo de Oso, eran campeones mundiales. En el primero, un desastre. Poco Tlachtli y mucho Tlachicotón. Y mientras peor era el Tlachtli, mejor era el Tlachicotón.
En los Juegos de Todos los Reinos, nunca habían llegado al Maculli Tahctli (Quinto Partido), estos tercos mexicatzinos. Sus hijos epónimos, Hugotzin, Rafatzin y Cuauhtemotzin, fracasaron y terminaron como sacrificios a los dioses en un Tlahuemmanaloni (ofrenda divina) que se llevó sus almas y sus cuerpos al infinito, en un Nextlahualli (sacrificio humano), reuniendo sus cenizas.
Un día el amo y señor de todos los Juegos del Reino, Emiliotzin III, se hartó de las burlas de los juniors de Las Lomatzin de Polancotzin. Mandó llamar a su Tepankixtipili (ahijado) favorito, YonYontzi, a quien había educado por años en las Telpochkali (universidades) más prestigiosas de Todos los Reinos.
“Mi amado Chilpayati YonYontzin, estoy cansado de las burlas de mis Titlauel Kuallis (mejores amigos). Por eso recurro a ti, mi Tinoyoliknij Achcauhtli (amigo carnal), para que lleguemos al fin al Maculli Tahctli, a ese Quinto Partido, abandona todas las labores del reino y dedícate a eso, YonYontzin”, le pidió el sabio Emiliotzin, mientras escribía su tomo 989 de su obra favorita “La Rosa de Coatlicue (Madre de todos los dioses, Patrona de la fertilidad y de los renacidos)”.
YonYontzin asumió la petición. Sabía que era una orden si su Nohueltiuh (hermano mayor) abandonaba su mayor placer, el de escribir guiones cursis y misóginos, para pedirle semejante favor.
“Tataj ca naxca, ni mitz tlazohtla nochi noyollo (‘padre mío, te amo con todo mi corazón’), y te obedeceré”, respondió el Painani (mensajero) real a Emiliotzin.
YonYontzin abandonó acongojado el Palacio de Chapultepeczin. Decidió reunir a los Tenanamiquinis y Tracaelels (consejeros) con mayor Tlamatiliztli (sabiduría) en el Tlachtli u Öllamalīztli (juego de pelota), para llegar a ese Ilhuicatl-Tetlaliloc (cielo nahuátl) del Maculli Tahctli (Quinto Partido).
Después de un enorme Tlatoloyan (asamblea) con los Tlamatinis (sabios) más respetados del reino, y después de hartarse de Tlachicotón, YonYontzin encontró una respuesta. Debían ir más allá de su reino. Buscar en otros reinos, después de los fracasos de los Piojotzins, los Chepotzins, los Vucetichotzins y los Vascotzins. El fracasado, dirigiendo fracasados, sólo engendra fracasos, razonaron los Tenanamiquinis y Tlamatinis.
YonYontzin estaba consciente de que no sabía nada de Tlachtli u Öllamalīztli. Lo suyo era enriquecer al reino, manejar todos los Tianquiztlis (tianguis) del feudo, y enriquecer a su Nohueltiuh Emiliotzin. Lo suyo, lo suyo, era ser un Tlacuilo que daba kilos de 800 gramos.
Luego de despachar a decenas de Painales (mensajeros) por el reino, en busca del mejor Tlamachtiani (maestro, guía) en Tlachtli u Öllamalīztli, YonYontzin por fin tuvo una lista de candidatos. Con ella, feliz, frenético, ansioso, trémulo, orgulloso, corrió ante su Nohueltiuh (hermano mayor/padre putativo) Emiliotzin.
“¡Oh, Tataj ca naxca, Emiliotzin, ni mitz tlazohtla nochi noyollo (‘padre mío, Emilio, te amo con todo mi corazón’), he cumplido tu tarea! He encontrado al Tlamachtiani que necesitamos para que saque a los mexicanotzins de la mediocridad y lleguen al Maculli Tahctli (Quinto Partido)”, dijo YonYontzin casi desfalleciente, emocionado, palpitante, convulso.
“Hay un hombre del reino de los Gauchotzins que ahora entrena en el reino de los Gringotzins y que llevó al Maculli Tahctli (Quinto Partido), a un reino tan malo, el Guaranitzin, tan peor como el nuestro para jugar el Tlachtli u Öllamalīztli (Juego de pelota). Él se llama Tatahualpa, es el último en la lista, pero los otros 23 Tlamachtianis quieren mucho oro, casi una pirámide de Teotihuacán. Tatahualpa no es tan bueno, nada bonito, pero es el más barato”, explicó entre reverencias el Tepankixtipili (ahijado) favorito de Emiliotzin.
“Está bien, mi querido Tinoyoliknij Achcauhtli (amigo carnal), haz lo que debas hacer y déjame terminar este tomo 1,003 de ‘La Rosa de Coatlicue (Madre de todos los dioses, Patrona de la fertilidad y de los renacidos)’. Pero, recuerda, si fracasas te va a cargar el Tlacamictiliztli (verdugo) y te a dar una dolorosa Tlahuemmanaloni (ofrenda divina), hasta sacarte las tripas”, dijo Emiliotzin, con esa mirada de desdén y de reojo, con la que se despedía de los que sabía que fracasarían.
YonYontzin se ajustó el taparrabo, se alisó el bigote de xoloitzcuintle lampiño, y se lanzó al reino de los Gringotzin, para llevarle a Tatahualpa ofrendas de oro y piedras preciosas, que había comprado en el mercado de Tepitotzin, a mitad de precio y de dudosa legitimidad.
Había angustia en el buen YonYontzin. No podía equivocarse. Sabía que o conseguía en los Juegos de Todos los Reinos de Qatartzin, llegar al Maculli Tahctli (Quinto Partido), o se lo cargaría el payaso, el Tlacamictiliztli (verdugo), que era capaz de hacerle la vasectomía a un mosquito en pleno vuelo.
Además, el atribulado YonYontzin tenía poderosos enemigos, gente que quería sentarse en el regazo de Emiliotzin. El mayor peligro era un tal Irarragorritzin, amo de las Grandes Lagunas de Torreontzin, y que hacía crecer su imperio hasta la tierra maldita del Atlastotzin.
La diferencia era que este adversario sí sabía de Tlachtli u Öllamalīztli (juego de pelota), mientras que YonYontzin sólo había sido educado en el uso del Nepohualtzintzin (ábaco náhuatl). Él sabía jugar con las pelotitas del ábaco y de su Tlamachtiani (maestro, guía) Emiliotzin, pero no entendía a los sudorosos, sucios, barbajanes que hacían del juego de pelota su forma de vida.
Tatahualpa estaba al tanto de todo el escenario. Mexicotzin era un reino de mucho Tlachicotón y poco Tlachtli, soñaba con despellejar y desollar a los Cariocatzins, a los Gauchotzins, los Gachupintzins y los Franchutzins.
Primero, Tatahualpa pensó en decir que no, pero cuando YonYontzin le presentó los pagos por sus servicios, decidió aceptar. Luego de cuatro años tendría un fondo de retiro, para dedicarse a su pasión, cambiarle los taparrabos a sus hijos y nietos. Pero, primero se haría el rejego.
De rodillas, con la nariz casi sumida en el piso, y con los ojos saltando casi sobre esas pestañas acicaladas con aceite de armadillo, YonYontzin, le suplicó que aceptara ser el Colotic (valiente), el Tlatoani (líder) que llevara al universo fracasado de Mexicatzinos, al Maculli Tahctli (Quinto Partido), mientras detrás de él danzaba un grupo de Tlatlamianis y Ahuianimes (bailarinas), que él mismo había recomendado a los Herrerotzins, Chicharotzins y Guardadotzins, para una Altepeilhuitl (fiesta) de despedida antes de ir a los Juegos de Todos los Reinos en Rusiatzin.
A pesar de estar impresionado por todas las ofrendas de YonYontzin, Tatahualpa se hizo del rogar. “Es que tienen jugadores muy malitos que se creen muy buenos. Y algunos ya dieron el viejazo y deberían dedicarse a jugar Tlajtól (lotería) y cuidar sus Kuanakas (Gallinas). Y algunos son como echarse un Kolótl (alacrán) en el seno, como el tal Chicharotzin. Poco oro y mucho desgaste”.
YonYontzin, acostumbrado a tratar con truhanes y usureros, no cayó en la trampa. Tatahualpa sólo quería más oro, más joyas y más Tlatlamianis. “Está bien Don Tatahualpa, lamento no poder hacer negocio con usted, iré en busca de Mourinhotzin o Guardiolotzin”.
De inmediato, Tatahualpa reaccionó. Sabía que esa cantidad de riquezas no se las ofrecería nadie, y menos en la MLSotzin, una liga de vecindad en la que dirigía, condenado ahí después de fracasar con la Selección de Gauchotzin y con el Barcelonatzin, a pesar de tener en ambos equipos a Messitzin, el mejor jugador de Tlachtli u Öllamalīztli (juego de pelota), en esa época.
“Está bien. No se irrite. Sólo por usted mi YonYontzin, ¿le puedo decir Yon a secas?, aceptaré el puesto y seré el Tlatoani de sus perdedores”, dijo mientras gritaba a su lacayo: “A ver Scoponitzin, llévate estas limosnas”.
YonYontzin y Tatahualpan se dieron la mano, con desconfianza, con dudas, con resquemores. Los dos sabían que ninguno de ellos estaba capacitado para conseguir ese milagro de llevar a los Mexicatzinos a un Maculli Tahctli (Quinto Partido). Pero, uno tenía que salvar el pellejo, y el otro a juntar riquezas.
*Esta historia continuará.
**Todos los personajes, nombres y hechos son ficticios. Cualquier parecido con la vida real, es única y estrictamente obra de la mala fe y de la recochina mente del insidioso lector.