La victoria en la final de la Copa América 2021, contra Brasil y en el Maracaná, alumbró una nueva era en la Selección Argentina. Los sucesos posteriores lo acreditan y no es necesario profundizar en explicaciones. La liberación conseguida tras ganar el título provocó un crecimiento futbolístico rutilante. Un crecimiento que tuvo su cumbre máxima en la final del mundo. Porque el partido contra Francia en Lusail marcó el apogeo de una época que había comenzado más de un año antes.
Aquel inolvidable partido ante Uruguay en 2021
El despegue definitivo se inició en un partido de Eliminatorias Sudamericanas ante Uruguay. En octubre de 2021, el equipo dirigido por Lionel Scaloni dio su primera exhibición futbolística con un 3-0 sobresaliente gracias a los goles de Lionel Messi, Rodrigo De Paul y Lautaro Martínez. Hasta aquel día, la Albiceleste había dado muestras de carácter y de fortaleza, con algunos destellos de buen juego, pero frente al conjunto dirigido por Oscar Tabárez en el segundo partido con público después de la pandemia, Argentina se mostró por primera vez como una máquina capaz de todo. Una nueva era del fútbol mundial fue alumbrada aquel día.
La Selección que ganó el Mundial en Qatar conjugó buena parte de las virtudes históricas del fútbol de esta patria. Toque, gambeta, fiereza, picardía, talento y temperamento. Siempre supo qué tecla tocar para superar las dificultades. La transformación fue paulatina desde la llegada de Scaloni en septiembre de 2018. Y se completó contra Uruguay en 2021. A partir de allí, solo quedó sostener el rendimiento. Tal vez lo más difícil.
Uruguay en Eliminatorias, Italia en la Finalissima, Francia en el Mundial. En esos tres encuentros está la cúspide de la excelencia futbolística de este tiempo. Tres momentos de máximo esplendor en la épica de uno de los mejores seleccionados nacionales de la historia.
Por supuesto, en ese camino, el comienzo merece un destaque especial. El brillo del partido frente a Uruguay tuvo el encanto de lo inesperado. Porque hoy ya es parte de nuestra vida cotidiana, pero en realidad nadie esperaba a esta Argentina pletórica. Llegó sin avisar, como muchas veces llegan sus goles. De forma natural, espontánea. Este equipo feroz, valiente y cada vez más lujoso emergió de aquel que titubeaba en su intrascendencia y que hasta la Copa América solo había mostrado algunas tímidas reacciones. Fue una metamorfosis repentina, como si la victoria en el Maracaná fuese tan potente como para iluminar el futuro.
Desde aquella inolvidable final ganada, la primera en casi treinta años, todo se acomodó. Adentro y afuera de la cancha. Porque ese equipo que se formó en partidos anodinos, sin público y bajo un silencio sepulcral, se dio en ese duelo frente a la Celeste el primero de los varios baños de masas que tuvo y tendrá. Se sumergió, de una vez y para siempre, en un cariño popular desconocido para una Selección.
Hasta el 3-0 sobre Uruguay, nunca había jugado de ese modo el conjunto de Scaloni, ni en cuanto a la cantidad de tiempo de dominio ni tampoco a la calidad del mismo. Las virtudes ya implícitas e identitarias del hoy campeón del mundo emergieron como nunca. Demostró ferocidad en la presión y la recuperación, apetito ofensivo voraz y un juego al ataque sin cavilaciones. No tiene fundamentos tácticos demasiado complejos ni tampoco pretensiones de estilo o búsqueda de un “juego de autor”. Quizás esa sea la gran virtud de Lionel Scaloni: comprender quiénes se llevan mejor y darles libertades. Las bondades de un seleccionador.
Aún no estaban Enzo Fernández y Alexis Mac Allister, cuya sociedad representa la evolución total de una idea, pero sí ya se vio la unión de hombres que hablan el mismo idioma. Y esa premisa se mantuvo: Leandro Paredes, Giovani Lo Celso, De Paul, Messi y Ángel Di María comparten lenguaje y además escriben una historia maravillosa con esas palabras.
La fiereza, que en ataque se observa en la verticalidad para buscar el arco rival y en la creación en la capacidad de buscarse unos con otros y en la dinámica de movimientos, parte desde los mediocampistas y también de otros dos nombres fundamentales de esta historia: Emiliano Martínez y Cristian Romero. Hoy, son los mejores del mundo en sus puestos y no solo le dan jerarquía al equipo, sino también sangre nueva y vitalidad. Contagio le dicen.
El último (en realidad, el primero) engranaje de la máquina es Messi. Tanto en los programas de la tarde como en las plataformas y redes sociales, “antiguos” periodistas y modernos “creadores de contenido” coinciden en que el mejor Messi de la Selección nació tras la Copa América. La verdad es que no tiene sentido comparar, porque Messi siempre fue el mismo. La única diferencia es su propia vida. En este momento, conoce casi todo lo que debe conocer del juego y está rodeado por compañeros que lo acompañan, que lo buscan y, sobre todo, que lo encuentran. Verlo jugar conmueve, por el arte y por la alegría. Quedó demostrado mejor que nunca en Qatar 2022.