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Cartas desde Barcelona: España, entre el desastre de París y Moscú

BARCELONA -- Parece que fue ayer y este miércoles se cumplirán dos años del desastre de París, del triste final de la España de Vicente del Bosque que fue borrada de la Eurocopa por una Italia que la puso frente al espejo de la desesperación. La que muchos no quisieron ver una semana antes en Burdeos al ser derrotada por Croacia y que regresa al plano en este Mundial con algunas similitudes que invitan a la reflexión.

Siete de los futbolistas que formaron el once inicial en París, los mismos que lo hicieron ante Croacia, jugaron este lunes frente a Marruecos y las sensaciones de los tres partidos fueron idénticas. España pretende gustar pero no compite, o al menos eso parece. Se dejó remontar por los croatas en el cierre de la fase de grupos de aquella Eurocopa y afrontó este último choque contra los Leones del Atlas con la misma imagen de falsa superioridad que deja al descubierto un déficit alarmante porque quien no pelea no gana, porque la calidad no es la excelencia y porque rebajar lo mínimo el nivel de exigencia acaba con una penalización máxima.

La España de Fernando Hierro pretende mantener la personalidad que tuvo, brillante, con Lopetegui pero detrás de las buenas caras y la pretensión de que no pasa nada alumbra la sospecha de un cambio evidente: la Roja ha dado un paso atrás y no presiona la salida de balón del equipo rival como impuso el hoy entrenador del Real Madrid. Y, entre muchas consecuencias, eso provoca que la defensa (siempre adelantada), padezca las consecuencias. Avisó Portugal en el estreno, lo evidenció Irán cuando con el marcador en contra dio un decidido paso al frente y lo repitió Marruecos, en un partido cuyo marcador se salvó de casualidad pero que futbolísticamente obligó a mirar al pasado. Dos años en un suspiro.

Ocurrió en los octavos de final de la Eurocopa ante una Italia monumental y existe el riesgo de repetirse en los octavos de este Mundial, frente a una Rusia tan inferior sobre el papel como amenazadora por su condición de local en el torneo y que, seguro, habrá sacado las conclusiones precisas de su derrumbe contra Uruguay.

Acaso lo más preocupante, o no, sea descubrir cómo algunos futbolistas españoles se rebelaron contra la crítica exterior poniendo en el escenario el desenlace del grupo: “Pasamos como primeros... Y para algunos parece que somos segundos o estamos eliminados”, llegó a proclamar Marco Asensio mientras Iniesta encajaba con tanta educación como fastidio los peros, y solamente Sergio Ramos recogía el guante admitiendo que la Roja debe mejorar, mucho, porque “este no es el camino y esos errores a partir de octavos te dejan fuera”.

Es, cierto, un Mundial con sabor extraño. Un torneo en el que las grandes han comenzado con el pie cambiado y amenazadas. Pero España, lejos de consolarse con ese sentir general, precisa con urgencia rebelarse contra ese conformismo que, parece, la rodea.

Porque a partir de aquí si fallas te vas a casa. Como ocurrió en la última Eurocopa de Francia. Dos años separan el partido de París del próximo de Moscú y el recuerdo vuelve al plano.