Para algunos, se trata del “manual” de la marca personal. Un ejemplo. Para otros, sencillamente, el antifútbol en todas sus formas. Topetazos, agarrones, alguna patada en los tobillos y una persecución personal nunca vista antes dentro del campo de juego marcó el partido que Perú y Argentina jugaron el 23 de junio de 1985 en Lima, por las Eliminatorias Sudamericanas.
Se trata de un partido que entró en la historia y no precisamente por el buen juego, por los goles o por las atajadas de los arqueros. El choque quedó para el recuerdo por la insólita marca personal que Luis Reyna le hizo a Diego Armando Maradona.
Reyna siguió a Maradona todo el partido. De comienzo a fin. Pero no sólo cuando la pelota estaba en juego. Le hizo marcación personal hasta cuando el propio arquero de Perú tenía la pelota en su poder… Algo jamás visto. Directamente, se desentendió del partido y se concentró en su objetivo: que el 10 argentino no tocara el balón.
Podría decirse que el planteo del entrenador Roberto Challe dio sus frutos. Perú se puso en ventaja a los ocho minutos con gol de Juan Carlos Oblitas y se quedó con un triunfo que fue clave para mantener las aspiraciones de llegar al Mundial de 1986. Maradona tocó poco y nada el balón, jugó incómodo todo el partido, fastidiado por el asedio constante. Y el equipo de Carlos Salvador Bilardo, dependiente del 10, también.
Todos sabemos quién era Maradona. En ese momento, 1985, ya era considerado el mejor futbolista de la época, pero faltaban todavía sus momentos más recordados dentro del fútbol. El Mundial 86, un año más tarde, lo vería en su esplendor.
Pero, ¿quién era Luis Reyna? Un discreto volante de marca que llevó a cabo toda su carrera en tierras peruanas. Primero en Sporting de Cristal y luego en Universitario de Deportes, clubes con los que consiguió cinco títulos. También, disputó el Mundial de 1982.
Contra lo que se puede suponer por la tarea encomendada, Reyna no era un negado con la pelota. Tampoco se trataba de un futbolista de juego agresivo, brusco, que buscara la destrucción. No eran esas sus características principales.
Lo curioso es que en ese equipo de Perú ni siquiera era titular, hasta que de una manera bastante particular se terminó ganando el puesto. “Yo había visto unos días antes el partido que Argentina había jugado con Venezuela, y noté que el jugador que lo marcó a Maradona lo había hecho muy bien. Entonces, en el vestuario pregunté quién quería marcar a Maradona. Reyna dijo: ‘Yo’. Convencido. Nadie más contestó. No dudé y lo puse a él”, cuenta el DT Challe.
“Sabíamos que había que anularlo a Maradona porque Argentina dependía de él en todo. No recuerdo que hayamos tenido cruce de palabras en el partido”, recuerda Reyna. Challe, un DT con pasado talentoso como futbolista, tal vez eligió a Reyna sabiendo que al no ser un volante de pierna fuerte ni de juego brusco, iba a poder mantenerse en la cancha sin ser expulsado por semejante tarea.
“No fue algo que me gustó hacer, pero era necesario para el equipo. Fue un trabajo sucio, cada vez que el árbitro giraba yo trataba de agarrarlo, de molestarlo…”, señaló Reyna. En más de una ocasión, el jugador optó por no volver a hablar de ese partido, como si con el paso del tiempo lo incomodara que su carrera fuese recordada solamente por destruir el juego del mejor del mundo.
Es cierto, no hubo muchas jugadas con faltas duras hacia Maradona. Si agarrones de la camiseta, algún cruce en busca del cuerpo y no de la pelota, anticipos constantes buscando el balón y a veces la pierna, pero sobre todo una marca pegajosa que resultó muy molesta. El árbitro amonestó al volante peruano en una de las acciones del primer tiempo; finalmente, Reyna fue reemplazado a 14 minutos del final por Javier Chirinos. Lo cierto es que eran otros tiempos del fútbol y del arbitraje: hoy, seguramente, una marca de este estilo hubiera condicionado mucho más al marcador.
Maradona tocó muy poco la pelota. Un tiro libre que pegó en la barrera y un tiro de esquina, fueron las pocas veces que pudo escapar de la marca de Reyna, quien de todas formas lo estaba esperando a unos metros para volver a perseguirlo. La más clara que tuvo en el partido fue luego de un desborde de Valdano, donde el balón rebotó en el travesaño y el 10 pudo, con un poco más de espacios, ensayar una especie de tijera que se fue desviada.
Podría decirse que Reyna asumió la misión de manera religiosa, al borde del fanatismo: lo siguió hasta cuando el 10 no estaba dentro del campo de juego. En una acción, Maradona, golpeado y dolorido, salió de la cancha por uno de los laterales. Reyna, en vez de seguir jugando, esperó en ese sector, casi desentendido del juego, a que Pelusa volviera para seguir con la marca.
Dicen que en la charla técnica previa al partido el entrenador peruano dijo: “Hoy salimos a ganar. Somos 10 contra 10. Ni Maradona ni Reyna juegan”. Así fue.
Maradona tiene fresco el recuerdo de ese choque tan especial. “Sabíamos en ese momento que se venían dos partidos duros contra Perú, primero en Lima y después en Buenos Aires. No recuerdo haber sufrido tanto en una cancha como en esos partidos. En el primero soporté la marca de Reyna, todo el mundo se acuerda. Fue tremendo. Me persiguió todo el tiempo, no me dejó respirar”.
Una anécdota contada por el propio Diego, ya pasados varios años de ese encuentro, muestra con humor lo que significó ese partido: “¡Me siguió hasta La Habana este tipo! Cuando estuve viviendo allá desde Perú me mandaron una pelota como regalo y estaba la firma de él”.
A pesar de esa marca pegajosa, de tener al rival todo el partido pegado al cuerpo como una estampilla, el 10 nunca reaccionó: no se vieron diálogos entre ambos jugadores, quejas, insultos…
Reyna tocó muy pocas veces la pelota para dar un pase o generar algo de juego constructivo. Su misión fue, solamente, seguir y anular a Maradona. Sin embargo, en el gol peruano fue clave. Siguiendo a Maradona, justamente, el balón llegó donde el volante estaba marcando al 10.
Reyna metió un cabezazo de forma casi instintiva, con la intención de alejar el balón del argentino. Pero la pelota cayó en los pies de Franco Navarro, quien armó una gran jugada para que luego de dos tapadas de Fillol, Oblitas pusiera el 1 a 0 que sería el marcador final.
En Buenos Aires, la táctica de Challe sería la misma, pero con menos rigor: el árbitro brasileño Arpi Filho ya estaba al tanto de lo que había pasado una semana antes y Reyna no contó con tantos “privilegios” para marcar al 10.
Cosas del destino, en 1987, durante la Copa América celebrada en Buenos Aires, la Argentina compartió grupo con Perú. Una vez más, Maradona y Reyna estuvieron frente a frente. El 10 abrió el marcador para la albiceleste… Y Reyna, no quiso ser menos, y marcó el empate de cabeza.
Esa vez, los goles y no la marca personal al límite, pusieron nuevamente en el camino a los dos protagonistas de esa recordada tarde del 23 de junio de 1985.