Si algo necesitaba Diego Maradona para estar vivo era la pelota. Tener contacto con el verde césped, con los jugadores, con el vestuario. Ese fue su combustible principal cuando dejó de jugar al fútbol.
Por eso decidió ser entrenador cuando colgó los botines. Tuvo sus altibajos en esa carrera, en la que nunca podría llegar a estar a la altura de lo que había sido como futbolista. Pedir eso, era pedir un imposible.
La primera vez que salió en un banco de suplentes fue como entrenador de Deportivo Mandiyú. El desaparecido club correntino fue la primera institución gerenciada del país y en 1994 estaba en Primera, pero peleando por el descenso.
Mientras cumplía la sanción por doping que la FIFA le había aplicado en el Mundial de Estados Unidos, el 10 no dudó en aceptar ese desafío. Carlos Fren era su ayudante de campo, el mismo que unos años antes había estado junto a Ricardo Bochini.
La campaña fue mala: ganó sólo un partido, perdió cinco y empató seis. Renunció a dos meses de haber asumido.
Su próxima escala fue en Racing, a comienzos de 1995, tentado por el presidente de ese momento, Juan De Stéfano. Aunque tenía un plantel superior al de Mandiyú, las cosas tampoco fueron bien. De ese equipo sólo se puede destacar la victoria por 1 a 0 nada menos que ante Boca, en La Bombonera, donde la Academia no ganaba desde hacía 20 años.
Allí sumó dos victorias, seis empates y tres derrotas.
Siempre soñó con dirigir la Selección argentina. Y el sueño se hizo realidad. En octubre de 2008, tras la renuncia de Alfio Basile, Maradona se hizo cargo del equipo nacional. Luego de unas Eliminatorias muy peleadas, llegó el pasaje a Sudáfrica 2010, con un equipo formado por Messi, Tevez, Higuaín, Agüero… Pero la ilusión terminó en cuartos de final, ante la poderosa Alemania.
Teniendo en cuenta los partidos dirigidos con Mandiyú, Racing y la Selección, Maradona dirigió 48 veces: logró 21 victorias, 12 empates y 15 derrotas.
Más tarde dirigiría en Emiratos Arabes Unidos. El Al-Wasl primero y el Al Fujairah después le permitieron darse el gusto de seguir en un campo de juego.
Las dos últimas experiencias fueron superadoras. Con Dorados de Sinaloa estuvo cerca del ascenso a la máxima divisional, tras perder en las finales de los playoff.
Regresó a la Argentina para dirigir a Gimnasia y Esgrima de La Plata, el último club que se dio el gusto de tenerlo en sus filas. Con el Lobo estaba peleando por mantener la categoría, cuando la pandemia obligó a la suspensión del fútbol. Por ese motivo la AFA decidió eliminar los descensos por esta temporada, aunque algunos fanáticos aseguran que fue la “mano de Dios” le que terminó dando esa ayuda inesperada.
Si algo le faltó a su sueño de entrenador fue dirigir a Boca Juniors. Siempre quiso estar en ese banco y en esa Bombonera que tanto lo ovacionó. No pudo ser.
UNA CARRERA EXTRAORDINARIA: