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Crónica de un regreso perfecto

He aquí la historia de un regreso. De un viaje en el tiempo tan necesario como inevitable. De Atenas a Buenos Aires en un curso de dos décadas que parecen volver en un chasquido de dedos. Decían los griegos que nadie puede bañarse dos veces en el mismo río.

Hoy, en Parque Roca, supimos que estaban equivocados.

Fue allí, en la tierra de Sócrates y Platón, del pensamiento como modo de conducta, con la reflexión como doctrina, donde doce gladiadores escribieron la página más maravillosa del básquetbol argentino. Lo hicieron con su mente. Con el corazón.

Con el alma.

Faltaba, hasta esta noche mágica, el festejo con su gente. Habían sido caricias individuales, espontáneas, recurrentes, pero faltaba algo. La gente quería -queríamos- decirles qué tan felices habíamos sido. Cuánto habíamos disfrutado.

Y así, en un estadio construido para la ocasión, lleno de color, con matices del mundo actual pero con la pasión que vivimos antes, gritamos una vez más campeón todos juntos.

Hubo ovación sostenida, a estadio lleno, empezando por un emocionado Rubén Magnano. Siguió Pepe Sánchez, llegó Manu Ginóbili y luego Alejandro Montecchia para completar el trío bahiense.

Fabricio Oberto, Walter Herrmann, Hugo Sconochini, Luis Scola, Leo Gutiérrez, Andrés Nocioni, Carlos Delfino y Rubén Wolkowyski. Todos para todos. La conexión a puro grito provocó una emoción compartida

El himno de Airbag, en un solo de guitarra, fue una completa maravilla. El regreso, la odisea emocional hacia El Dorado, fue una travesía con toques NBA. La mascota de Miami Heat en un dúo con Rosco, símbolo de la Liga Nacional. Las pantallas LED a puro juego. La conducción de Radagast, José Montesano y Matías Martin. Juegos en el entrecuarto.

Lo mejor estaba por venir.

Primer cuarto a pura Generación Dorada

Distendido, simpático, entre risas. Compitieron a velocidad ralentizada, pero con química inalterable. Equipo blanco y equipo azul. Rubén Magnano de un lado, Fernando Duró del otro.

Delfino, el único en actividad, sacó ventajas junto a un Herrmann que parecía seguir en el profesionalismo por el físico y juego inalterable. Un par de volcadas levantaron al público.

Conexiones de Pepe, cerebro dorado. Un par de vuelos de Manu, tiros de Leo, asistencias de Fabri en el poste bajo. El traslado del Puma, el aporte de Gaby, el juego pasional de Chapu. La voracidad de Luifa, la fuerza del Colo, la sonrisa de Hugo.

El tiempo no había pasado.

Torneo de triples y aporte de influencers

El segundo cuarto fue un mix entre los dorados y las personalidades invitadas, entre las que destacaron Duki, Paula Pareto, Marcos Milinkovic, Germán Chiaraviglio, Lucas Rodríguez, Coscu, Germán Beder, Matías Gallo y Leo Montero, entre otros.

Con presencia de integrantes del público, hubo torneo de triples, parejo, que tuvo cuartos de final, semis y final al cierre de cada cuarto.

Quedó en manos del equipo que incluyó a Delfino y Duki.

El momento de la noche: el homenaje a Ricardo González

98 años. Campeón mundial de 1950 en la inolvidable noche de las antorchas en el Luna Park. Leyenda única del básquetbol de nuestro país.

La foto junto a la Generación Dorada, brillante idea, quedará para siempre en nuestros corazones.

Después del show de Coti, hubo saludo en las pantallas de varias personalidades del deporte: Luciana Aymar, Gaby Sabatini, Facu Campazzo, Nicolás Laprovittola y Gregg Popovich. Del espectáculo, felicitaron Diego Torres y Ricardo Darín.

La presencia de los hijos: el regalo perfecto para terminar

La Generación Dorada es un grupo de amigos. Una familia. El final, con saludos de familiares y amigos en las pantallas, y la presencia de los hijos en cancha, fue el cierre perfecto.

La anécdota dirá que el equipo blanco ganó 71-69. Pero esta noche, en Parque Roca, ganamos todos.

El final, inolvidable, fue con podio incluido

El regreso perfecto, emocional, único, distinto, llegó con el podio. Como en aquel agosto infinito de Atenas. Como en este inolvidable noviembre en Buenos Aires. Medalla para todos. Balón dorado en la mano. Y diploma.

Tomó la palabra Manu Ginóbili primero para agradecer: “Gracias totales a todos por esto. Es una locura”. Y cerró el líder. El conductor. La voz de mando.

“El vehículo se escribe con mayúscula y es el equipo”

Un equipo maravilloso que volvió, por una noche, ante su gente. Y que jamás se irá. Porque las leyendas, queridos amigos, nunca desaparecen.

Viven para siempre.