Nota del editor: Esta historia fue publicada originalmente el 23 de abril de 2014. El sábado, Dirk Nowitzki será exaltado al Salón de la Fama Naismith del Baloncesto.
Año 1994, Schweinfurt. Un jovencísimo Dirk Nowitzki corre la cancha de básquetbol de un lado al otro. Aunque aún no lo sepa, es un tiburón dentro de un cardúmen de mojarras y cualquier movimiento que realice, por más liviano que sea, está destinado a hacer daño.
Fuera del rectángulo de juego, Holger Geschwindner, ex capitán del seleccionado alemán, observa al jovencito de 15 años. Es un partido de liga local y Nowitzki, un completo ignoto en el mundo del básquetbol, defiende los colores de DJK Würzburg.
Nowitzki, ahora, ama el básquetbol. Pero no siempre fue así. Empezó a practicarlo a los 13 años y pese a que no sabía ni siquiera picar la pelota adoró, desde una primera instancia, la dinámica del deporte. En sus primeros años, sin embargo, lo consideraba un deporte de señoritas. Prefería el handball primero y el tenis después. ¿Por qué quieres empezar un deporte de mujeres?, le preguntaba el padre una y otra vez. Su único pasado vinculado al baloncesto tiene origen en su familia; su madre Helga y su hermana Silke fueron las únicas que gastaron parte de su tiempo con la pelota naranja.
Mientras descansa luego del juego, un hombre se acerca para hablar con él. Dirk todavía no tiene la altura que luego le conoceremos, así que, pese a mostrar indicios de estilización propias de un atleta de elite, aún conserva las esperanzas de poder elegir sin que sea el propio deporte el que lo elija a él. "Tienes un montón de talento. ¿Quién te entrena?".
Geschwindner, su padre deportivo, entró para quedarse en su vida.
"Nadie", contestó Nowitzki, quien pensó en primera instancia que se trataba de una broma. De hecho, no tenía ni la más remota idea de quien era ese hombre. Cuando contó en su casa del encuentro, horas más tarde, sus hermanas le explicaron que se trataba del capitán del seleccionado alemán. Dirk, entonces, cambió su expresión de vergüenza por asombro.
Los brazos y las piernas, largas y flacas, parecían estar construidas con la fragilidad del cristal. No se trataba de un jugador definitivamente alto dentro de la rotación, pero sí lo era para su edad. Tenía el potencial necesario para llegar a ser alguien en el deporte. Era callado e introvertido. Quitarle una palabra a ese jovencito era tan difícil como extirparle el balón en las alturas. A varios metros de distancia se podían ver las puntas de los huesos de los hombros y de las rodillas. Geschwindner le ofreció entrenarlo individualmente en Wurzburg y Nowitzki aceptó.
"Cuando iniciamos el trabajo, Dirk tenía 16 años. Observé lo que estaban haciendo los jugadores en la NBA en aquellos días, y la idea básica era que empiece a tirar al aro como corresponde. En aquellos años, Dirk no era un jugador grande. No tenía nada que ver con el hombre de siete pies que vemos ahora. Por lo tanto nos concentramos en el lanzamiento", le dijo Geschwindner a Tim MacMahon de ESPN Dallas.
Los métodos de trabajo distaban de ser los convencionales. Nada de jugar cerca de la pintura, sino que se trataba de mejorar la técnica para alcanzar la diferencia como un perimetral. No iba a ser un atleta que corriese la cancha a la velocidad de la luz, ni un gigante que se diferencie por su fortaleza física. Estaba destinado a ser otra cosa.
"Ser un jugador alto es una bendición para cualquier deporte, incluyendo el handball y el tenis. Dirk era un atleta. Definitivamente lo era, desde chico. Tuve, tanto como él, apoyo incondicional de mis padres. Eligió el básquetbol y ese fue entonces su camino", dijo su hermana Silke, jugadora internacional de Alemania, en el documental "How Dirk Became DIRK" de NBA.com.
Ernie Butler, un amigo músico de Holger, sacó su saxofón y comenzó a jugar con algunas notas durante un entrenamiento. Nowitzki, quien había pasado los peores meses de su vida a los 17 años en el servicio militar -Geschwindner le recomendó que haga lo básico pese a que Dirk ya sabía que quería ser jugador de básquetbol profesional- pareció entender bien poco de lo que ocurría. Tenía muy poco que ver con el entrenamiento de doctrina que había recibido en el ejército. "No quería que viera el básquetbol como una serie de movimientos esquemáticos", dijo su entrenador personal.
Y Nowitzki entendió, entonces, que su juego era una sinfonía. "El básquetbol es música", decía su maestro. "Cinco muchachos son reyes en su instrumento, pero deben hacerlo juntos para hacer una pieza. Deben escucharse. Un hombre primero es clave, luego el otro". Y la música despertó la danza: un paso para aquí, otro para allá. Giros, dribblings. Adelante, atrás. Desplazamientos laterales, despegues verticales. El deporte es muchas veces es arte. Geschwindner no terminó allí, sino que empujó a Dirk a instruirse a la lectura de poesía, a leer libros de física e incluso a aprender a tocar instrumentos. "Fui a ver "Parsifal" en Bayreuth. Lo que más agradezco de aquellos tiempos es haber podido aprender a tocar la guitarra, ya que luego estuve a tono en el casamiento de mi hermana en Las Vegas", bromeó Dirk en una entrevista con Spiegel Online.
"Primero entrenamos tiros con mano izquierda. Luego con mano derecha. Miles de veces. Sin oponentes, porque, si no lo podemos hacer contra nadie... ¿Cómo lo vamos a hacer más difícil", señaló Holger.
Geschwindner sabía que chicos de 16/17 años ya querían empezar a ver chicas. Era inevitable. Por lo tanto, no podía obligarlos a esconderse en un gimnasio levantando pesas toda la vida. Su decisión fue construir botes para chicos de siete pies. "Cuando estén cansados, entonces pueden subirse a los botes y acercarse a la playa". Una manera de estar cerca de la otra corriente lógica del mundo adolescente. Para desarrollar sus habilidades, los jóvenes de elite hicieron varias cosas excéntricas: trabajaron en una granja de sol a sol, realizaron otros deportes para fortalecer otros grupos musculares, pasaron horas con ejercicios de equilibrio, etc. La polifuncionalidad de Nowitzki que vemos hoy en día dista de ser una casualidad.
En la temporada 1994-95, Nowitzki estaba a las órdenes de Pit Stahl en el DJK Würzburg, en aquel entonces en la segunda división del básquetbol alemán. Antes había jugado básquetbol colegial en Röntgen-Gymnasium Würzburg, en un estadio en el que no cabía público, las salidas de banda eran las propias paredes y la línea de tres puntos... no llegaba a los laterales. Incluso la normativa existente prohibía las volcadas para evitar la rotura de los aros, que no eran rebatibles. "Le decíamos el estadio de verano, porque en esa época hacía más de 100 grados en la cancha. Transpirar sin practicar era parte de la rutina", recuerda Geschwindner.
"En el verano creía por momentos que iba a morir con esos entrenamientos. En invierno, me ponía pantalones largos, remera, sweater, campera y guantes para entrenar", recuerda Nowitzki en "How Dirk Became DIRK".
Su primer año en el DJK Würzburg no fue del todo feliz. Aún no se había desarrollado físicamente en todo su esplendor y Stahl no contaba con él en la rotación a menudo, un poco por su juventud y otro poco por algunos temas escolares que lo obligaron a desatender la práctica deportiva en todo su esplendor. Sin embargo, Nowitzki, en aquellos años sólo un tirador efectivo, amaba entrenar. Como ocurre con las grandes estrellas, Dirk sabía que el éxito se construía con la materia prima del esfuerzo. Entrenamientos grupales e individuales junto a Holger; mientras el resto se quejaba, él, obstinado, iba por más.
En la temporada siguiente, Nowitzki ya empezó a ser parte de la rotación, pero recién vio su despegue definitivo en la tercera temporada, ya con Holger Geschwindner como coach, en reemplazo de Pit Stahl. En 1996 rechazó una oferta del Barcelona para terminar sus estudios en Alemania y ya en la temporada 1997-98, Dirk tuvo su breve paso por el ejército para luego, entonces sí, darse a conocer a todos.
La placa que recibió a Nowitzki en el Nike Hoop Summit de San Antonio -el torneo que recibe a estrellas globales contra un seleccionado de Estados Unidos- mostró mal su apellido. Para el mundo, se trataba de "Dirk Nowitzski". Con 19 años en su documento de identidad, el alero alemán había alcanzado, sorpresivamente, los 2.11 mts de altura. Aquella tarde, Nowitzki tuvo como compañero, entre otros jugadores de elite, al argentino Luis Scola. Y enfrentó, entre otras estrellas, a Al Harrington y Rashard Lewis.
Nowitzki parecía salido de otro planeta. Era una versión sin desarrollar de Ivan Drago, el peleador ruso que había desafiado a Rocky Balboa. Holger Geschwindner estaba en la platea esperando el desenlace de lo que lucía inevitable: el pasaje directo hacia la NBA se ganó en los primeros minutos. Nowitzki corría la cancha como una gacela, lanzaba a distancia, penetraba en ofensiva estacionada, extraía faltas. El juego no estaba preparado para un hibrido de su naturaleza: un ritmo lento que se transformaba en una ópera furiosa, sin escalas progresivas.
Dirk cerró su planilla con 33 puntos, 14 rebotes y 3 robos de balón. Su talento era desproporcionado a comparación del resto de los competidores. En otras palabras nadie pudo detenerlo: lo enviaron a la línea de libres 23 veces y anotó 19 lanzamientos. "Erré cuatro tiros libres. Eso no es bueno para mí", dijo Nowitzki a Sporting News al cierre del juego. "Simplemente dominó todo", agregó el por entonces manager de Seattle Supersonics, Rick Sund.
La carrera de Nowitzki, a partir de ese momento, tomó un impulso estratosférico. En 1998 llegó a la NBA y en su primer año de novato fue cadete de todas las estrellas, alcanzando hamburguesas, cargando bolsos, lo que hiciese falta para triunfar. Tiempo después, jamás repitió esa experiencia con un rookie. "Simplemente no es lo mío", señaló.
La música que alguna vez lo hizo bailar como aprendiz, lo elevó con los años a la categoría de maestro. Su paso de baile más famoso pasó a ser el flamenco. "Tiene que ver con mucho más que intentar copiar el tiro de una pierna (flamenco)", dijo Kevin Durant a Marc Stein de ESPN.com."Tiene muchísimos movimientos que intento robar", agregó.
Aquel chico que soñó con la NBA a través de posters de Michael Jordan y Scottie Pippen pegados en su habitación, y que dormirá por siempre en el Salón de la Fama, dio nacimiento a la generación de híbridos. Grandes que se hacen chicos, chicos que se hacen grandes. El básquetbol multiplataforma tiene un punto de partida.
El concierto, dos décadas después, sigue sonando.