Boca Juniors se despidió de su gente antes de partir rumbo a Río de Janeiro, en un partido ante Estudiantes que desde lo futbolístico dejó poco y que solo sirvió para que los jugadores sientan el rigor y reciban el imperativo que bajó desde las tribunas: traigan la Copa a la Argentina.
La previa arrancó temprano en una tarde de mucho calor en Buenos Aires. Sobre la calle Irala, se van formando los grupos y hacen lo de cada fin de semana: se amontonan, gritan, cantan, charlan. Esta vez el tema de conversación es uno solo. “¿Con quién vas a ver la final? ¿Vas a Río? ¡Nos vemos allá!”.
Antes de que se confirmara el equipo, algunos hinchas rezongaban con la idea de exponer a los jugadores. “¿Cómo va a poner a Chiquito? ¿Y si le dan una patada al Colo? Me muero…y desde la tumba lo voy a buscar a Almirón”, decían dos fanáticos con la camiseta que dice ‘Barco’ en la espalda, antes de pasar los molinetes de ingreso.
Aunque querían despedir a los protagonistas y que no lleguen sin rodaje, la información empieza a correr: el DT cuida a todos los titulares y los hinchas respiran. Con una semana exacta en la cuenta regresiva de la gran cita en el Maracaná, el nerviosismo es total. Nadie quiere correr riesgos.
Dentro del estadio, dos plateistas se encuentran. Se nota que no los une otro espacio por fuera de los cuatro asientos que los separan. Se preguntan mutuamente si consiguieron entradas. Uno de ellos dice que sí y se abrazan. Comparten la alegría a pesar de que el otro no viajará.
Comienza el partido y pasan 20 minutos de euforia, donde el juego levemente acompañó. Después se fue diluyendo, al tiempo que se empezaron a escuchar los primeros murmullos. Aunque no importaba ganarle a Estudiantes tampoco apetecía ver tanta pobreza en el desempeño.
Sin emociones, llega el segundo tiempo, y a los 14 minutos entra el Pulpo González y es recibido con aplausos tibios. Pocos segundos después, apareció el Colorado junto con Langoni y la cancha se despertó. Le piden que traiga la Copa. Creen que la puede traer.
Más allá de la calidez para con la joya de la cantera, el clima cambia abruptamente. Hay tensión y algo de miedo. No quieren que ni el viento roce al pibe de las medias bajas. Pero Rollheiser lo toca de atrás y la gente explota.
Después de los gritos desaforados, hay silencio. Los plateistas estiran el cuello intentando ver en las pantallas de los palcos qué le pasó al Colo, que sigue tendido y pide asistencia. Al final fue solo un susto y La Bombonera recobra el aliento. En una ráfaga de fútbol, el 19 desparrama las marcas y asiste. La gente disfruta pero sufre. Protejan al pibe que tiene en los pies el sueño de millones: ese era el sentimiento colectivo.
El partido termina casi sin dejar jugadas para el compacto de los noticieros. Un auténtico bodrio. Pero los jugadores se acercan hasta los dos arcos a saludar, agradecer y acusar recibo del mensaje. Hay que ganarle a Fluminense. Después del 4 de noviembre no hay más nada.