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San Lorenzo, el Ciclón de los Milagros: entre el caos y la esperanza, otra vez a un paso de la gloria

En la Argentina de los extremos, donde el fútbol nunca se juega solo con los pies, San Lorenzo, ese club bien porteño y de la historia, vuelve a ser protagonista. Con Miguel Ángel Russo en el banco, el Ciclón ha alcanzado las semifinales del Torneo Apertura, justo cuando parecía estar envuelto en su propia tempestad.

Es una paradoja casi poética: mientras en los escritorios reina el desorden y los sueldos se atrasan, el equipo en la cancha florece. Mientras la dirigencia tambalea, los jugadores se abrazan. Mientras la incertidumbre financiera nubla el futuro, el presente ofrece una luz inesperada. San Lorenzo, el que nunca elige el camino fácil, vuelve a vivir entre la tormenta y la épica.

Miguel Ruso, el padre de la criatura

Este no es un equipo cualquiera. Es el Ciclón de los Milagros, ese que parece moverse mejor cuando todo se desmorona. El que cuando más golpeado está, más fuerte ruge. Y es ahí donde aparece la figura serena de Russo, el entrenador que ya sabe de resurrecciones. Callado, sabio, paciente, le dio forma a un equipo que, sin brillar con estridencia, se fue haciendo fuerte, partido a partido.

Y así fue como el “padre de la criatura” en declaraciones post pasaje a semis fue contundente: “En los partidos de fútbol no sufro más, lo disfruto, sino me quedo en mi casa. Separamos el vestuario para adentro de todo lo que hay en el club”.

“Para que te cuide un ángel, tenés que hacer las cosas bien… Estamos convencidos de lo que hacemos y de lo que buscamos. Seremos difíciles para los rivales”, concluyó Miguel Russo en una bajada de línea celestial y ejemplar para sus dirigidos.

Un San Lorenzo de dos caras

En los cuartos de final, San Lorenzo venció a Argentinos Juniors por penales. Orlando Gill se convirtió en héroe bajo los tres palos, e Iker Muniain, que vive entre la rebeldía y el talento, fue decisivo con una asistencia de precisión quirúrgica a Andrés Vombergar, otro de los que se cargó la camiseta al hombro.

Pero todo esto ocurrió mientras, fuera del césped, se apilaban las noticias de sueldos impagos, reclamos públicos y gestiones con grietas cada vez más profundas. La palabra "crisis" suena en los pasillos, pero en la cancha el "Vamos Ciclón" se canta con fuerza. Es que para su gente la fe no se negocia: se sostiene.

Hoy, San Lorenzo no es solo semifinalista: es una metáfora viva. Es el club que juega con las heridas abiertas, que busca campeonar mientras se tambalea, que sueña con una estrella mientras apaga incendios. Y quizás, solo quizás, ahí radique su mística. En no ser nunca el favorito, pero siempre el temido. En no tener todo a favor, pero sí todo el corazón.

¿Qué será del futuro? Nadie lo sabe. Pero por ahora, en este Torneo Apertura donde el cielo y el suelo se cruzan, San Lorenzo vuelve a demostrar que los milagros, cuando se trata del Ciclón, no son casualidad: son rutina.