Hay partidos que el tiempo guarda con un dejo de incredulidad, como si hubieran ocurrido en un sueño. El Boca–Racing del 3 de diciembre de 1995 es uno de esos: un partido que empezó como cualquier otro, con el sol cayendo sobre una Bombonera agitada por elecciones internas, y terminó convertido en una pieza de museo, en una reliquia emocional incrustada en la memoria colectiva del fútbol argentino.
Esa tarde, por la fecha 17 del Apertura, Boca llegó puntero e invicto bajo el mando de Silvio Marzolini. Racing, con Miguel Brindisi como DT, urgido y sin demasiadas certezas. Pero el fútbol, siempre imprevisible, eligió ese escenario para escribir un capítulo demencial: diez goles, ráfagas de talento, errores, coraje y un desparpajo ofensivo que desarmó todo lo esperado. Fue un partido que nadie imaginaba y que todos —los que lo vieron y los que solo escucharon hablar de él— siguen recordando.
La tormenta perfecta: Racing golpea primero
Racing salió a jugar como si hubiera estado obligado a demostrar su grandeza en un solo acto. A los 10 minutos ya ganaba 3-0, un arranque que dejó atónitos incluso a los propios protagonistas. Claudio “Piojo” López voló por las bandas como un relámpago, Marcelo Delgado fue un puñal en cada intervención y la defensa de Boca, sorprendida, quedó partida al medio desde el inicio.
Ese arranque fulminante cambió el clima del estadio: pasó del aliento confiado a la inquietud. Boca, herido en su orgullo, buscó la reacción con rabia más que con claridad. El descuento de Carlos Mac Allister, el penal convertido por Diego Maradona y la sensación de que podía renacer alimentaron la épica… pero Racing no había dicho su última palabra.
Rubén Capria, el artista: cuando el "Mago" pintó La Bombonera de celeste y blanco
Si hay un nombre que se volvió eterno aquella tarde es el de Rubén “Mago” Capria. Sus tres goles no fueron solo estadística: fueron pinceladas de talento en medio del caos. Un zurdazo al ángulo, un toque preciso, una definición quirúrgica… Capria bailó entre defensores, manejó los ritmos y logró que cada intervención suya pareciera coreografía pura.
Lo suyo no fue solo eficacia: fue estética, fue decisión, fue liderazgo en un partido que pedía calma en medio de la locura. Mientras la Bombonera ardía y Boca insistía, Capria jugaba como si estuviera en otro estadio: lúcido, frío y ejecutor.
El vaivén emocional: Boca reacciona, Racing responde
El 6-4 no nació de un solo dominio. Fue un péndulo emocional constante. Boca se acercó con anotaciones de Maradona, Scotto y “Manteca” Martínez, empujado por su gente y por el orgullo de un plantel que no quería soltar el torneo. Pero cada vez que parecía que el local resurgía, Racing encontraba una daga nueva.
El “Piojo” López completó una tarde mítica, rompiendo marcas, atacando espacios y definiendo con naturalidad. A Boca le dolió cada golpe, pero nunca dejó de ir. Esa tensión constante, esa lluvia de goles y respuestas inmediatas es lo que convirtió el partido en una obra irrepetible.
El contexto: elecciones, presión y un invicto que se rompió con estrépito
Aquel no fue un domingo común. Mientras Boca jugaba, el club definía una elección clave que terminaría por coronar a Mauricio Macri como nuevo presidente tras derrotar a Antonio Alegre. En la Bombonera convivían política, ansiedad, futuro e ilusión. Y en medio de esa mezcla, Racing irrumpió para romper todos los planos: el deportivo, el emocional, el simbólico.
El invicto que Boca traía como bandera se hizo añicos. La derrota también significó el inicio del fin en la pelea por el título, un golpe que alteró el rumbo de un torneo que parecía tener otro destino.
El contexto político de aquel día terminó siento histórico. Aquella elección serviría a Macri como plataforma para, años más tarde, terminar siendo Presidente de la Nación.
Boca vs Racing, un partido que no envejece
Pasa el tiempo y el 4-6 sigue siendo un misterio hermoso. Ningún protagonista lo recuerda sin sonreír, sin cierto asombro, sin admitir que fue un partido único. Los hinchas de Racing lo repiten como una gesta; los de Boca lo recuerdan como una caída dolorosa pero inolvidable. Todos, sin excepción, reconocen que ese día el fútbol cumplió con su rol más puro: ser impredecible, salvaje, emocional.
Hubo goles, hubo errores, hubo valentía, hubo arte. Hubo historia. Una que todavía vibra cada vez que alguien pronuncia esas cifras imposibles: Boca 4, Racing 6.
