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La ilusión de la Séptima se apagó en Río y la travesía de Boca tuvo un triste final

El empeine derecho de John Kennedy dictó la sentencia y, mientras el 9 cruzaba el campo de juego de punta a punta para celebrar con su familia, un hombre con la camiseta de Juan Román Riquelme en la espalda bajó la mirada. Con los ojos cerrados, tocó el brazo de quien posiblemente era su hijo y le dijo: “Ya está”.

Sonó el pitazo final y el sueño de Boca se apagó en Brasil. Fluminense es el nuevo campeón de la CONMEBOL Libertadores en Río de Janeiro después de ganar 2-1 en el tiempo suplementario.

Con el partido terminado y las ilusiones destrozadas, la multitud que el equipo argentino llevó hasta Brasil dejó a Fluminense y a su gente festejar en intimidad.

En este momento, al hincha boquense no le importan los merecimientos. No le importa cómo jugó el equipo, ni las cuestiones tácticas que pudieron haber influido en el resultado. Tampoco las cargadas al volver a Argentina, ni el dinero que se fue del bolsillo en esta costosa travesía. El hincha solo siente el corazón roto.

Otra vez, la "Séptima" se le escurrió y Boca debe emprender el viaje de vuelta con las manos vacías. No le queda otra que dejar atrás la infinidad de coincidencias en las que confió de una manera religiosa. Entonces, el número 7 que se convirtió en refugio y en profecía volverá a ser una cifra que no alcanzó.

En su interior, el hincha de Boca siempre creyó que algún suceso mágico iba a conspirar a su favor y esta vez siente que la “compañía divina” lo dejó abandonado a su suerte. Hoy en el Maracaná, a Boca le tocó descreer de las señales que creyó estar decodificando con eficiencia. No hubo milagro.

El poderío goleador de Germán Cano y el fútbol destellante de Fluminense lo sacudió por primera vez a los 36 del primer tiempo. Luego, el alma volvió al cuerpo de los xeneizes con el tanto de Luis Advíncula.

La igualdad que marcó el peruano puso a los hinchas de Fluminense a imaginar el peor escenario posible: los penales y la envergadura de Chiquito Romero borrando rivales del mapa. Ese era el mayor miedo de los locales (constante tema de conversación en las calles de Río de Janeiro).

Eso se notó en la acústica del estadio: la ensordecedora “torcida” carioca se enmudeció.

Pero todavía faltaba mucho y, en el primer tiempo suplementario, el gol de Kennedy fue la estocada final. La segunda jugada colectiva espectacular de la noche y el festejo con una corrida eterna será una de esas imágenes que pasarán a tener un lugar destacado en el archivo de los disgustos inolvidables.

Fluminense dio la vuelta olímpica en el mítico estadio de la Ciudad Maravillosa y en las tribunas de Boca no quedó un alma para verlo. En la Copa Libertadores hubo justicia deportiva y ganó el que mejor jugó. En el fútbol, no alcanza solo la magia y la épica. Para ganar, la dosis de juego es esencial.

"No puedo creer que este viaje se cierre así. En Río los hinchas vivimos algo que va a quedar en nuestro corazón para siempre. Ojalá hubiera sido con la Copa abajo del brazo la manera de terminar. Yo sé que Boca la va a volver a pelear. Pero ahora la tristeza es muy grande", resume un fanático, con disgusto, pero también con una cuota de optimismo.

El conjunto de Almirón vuelve a Argentina con el dolor que deja una caída muy difícil de digerir. Tendrá que esforzarse para procesar este trauma. Barajar y dar de nuevo. El plantel y los que comandan el barco deberán encontrar el modo de construir a partir de esta derrota, para que ser finalista de la Libertadores sea el próximo objetivo a perseguir, con argumentos más sólidos. O eso es lo que espera el hincha de Boca.

Habrá tiempo para pensar en el futuro, pero ese día no es hoy. Hoy el hincha de Boca tiene el corazón roto.