El Barcelona no es un equipo que puede conformarse con derrotas decorosas o con darse por bien servido porque le “compitió” al Real Madrid y perdió “por detalles”.
El club está obligado, y más en casa, a ofrecer una versión acorde con su grandeza en cada partido, y no se diga en un Clásico ante el odiado rival.
Sin embargo, el Barça está lejos de competir en los grandes desafíos y se mantiene estancado en una medianía que se agrava de la mano de Ronald Koeman, con la complicidad del presidente Joan Laporta.
El guion del partido de ayer era hasta cierto punto predecible: un Real Madrid que no hizo gran cosa salvo apostar a los contragolpes y a la velocidad de Vinicius, ante una endeble zaga azulgrana sin recursos para defender bien frente a lo que se esperaba.
Aquella sentencia de Laporta en el sentido de que con su regreso al club “las derrotas tendrán consecuencias”, quedó en mera anécdota, pues se volvieron recurrentes los groseros tropiezos (Bayern Munich, Benfica, Real Madrid) en los que el entrenador siempre encuentra los pretextos perfectos para justificar una pobreza futbolística alarmante.
El directivo que llegó con carácter revolucionario y la promesa de levantar al equipo de las ruinas está convertido en mero espectador de la catástrofe, incapaz de aceptar que se equivocó al ratificar a Koeman y más allá, de doblar las manos y buscar soluciones a la crisis: el regreso de Xavi Hernández, por ejemplo, el cual calmaría al barcelonismo y significaría el verdadero inicio de una reconstrucción.
Además del técnico, hay futbolistas indignos para vestir la camiseta azulgrana: con Coutinho no pasa nada así reciba una oportunidad tras otra; Sergiño Dest no puede ser titular indiscutible y aparte jugar de extremo; Mingueza no está listo para condenarlo a ser exhibido por Vinicius; Memphis Depay marcó un par de goles y la prensa porrista del club le puso la etiqueta del ‘nuevo Messi’; y así prácticamente se puede enumerar uno a uno de los jugadores.
Salvo Sergio Busquets que mantiene un nivel superlativo y porta con gallardía el gafete de capitán, en este barco culé prácticamente nadie se salva, el equipo está convertido en una caricatura, en una agrupación que ya se conforma con no ser goleada por el Madrid, que “demostró que le puede competir”, esto según las palabras de su propio entrenador.
Barcelona es hoy la imagen viva de la desesperanza, un gigante que ‘muere’ de nada ante la inacción de sus dirigentes para despertarlo de la agonía. Pobre Barça.