LOS ÁNGELES -- Julio 5 de 1994. Bulgaria había eliminado a México en el Mundial de Estados Unidos. Los reporteros aguardaban para conferencia de prensa y entrevistas en las entrañas del Estadio de los Gigantes en Nueva York. Los monitores del área mostraban las zonas de entrevistas de los medios con derechos. En una de ellas irrumpe Alberto García Aspe. En el reportero de Televisa ve más que un inquisidor, a un amigo. Se arroja a los brazos de Fernando Schwartz y rompe en llanto. El hombre duro del mediocampo del Tri estaba desconsolado.
Ese mediodía, bajo un calor agobiante, implacable, Bulgaria había sometido a México en tanda de penales tras empatar a uno en tiempo regular y agregado. Ese partido tiene adscrita una anécdota amarga: el día que Miguel Mejía Barón se guardó los cambios. Zague estuvo errático, Luis García se ganó una absurda expulsión (58’), y en la banca se quedaron Hugo Sánchez, Carlos Hermosillo y Luis Miguel Salvador.
La afición vociferaba desde la tribuna. Quería al Pentapichichi en la cancha. Hugo se levanta, dialoga con Mejía Barón. No hubo movimientos. Hubo varias versiones. Una: que Hugo estaba lesionado. Dos: que desde el palco, el ingeniero Guillermo Aguilar Álvarez, capo de Pumas y del Tri, le ordenó a Ricardo Tuca Ferretti que le dijera al entrenador que por ningún motivo hiciera ese cambio. Y la última, que Hugo se había negado a entrar a la cancha.
Muchos años después, el astro de Bulgaria y del Barcelona, Hristo Stoichkov, bromeó: “Usted (este reportero), no se enoje conmigo, enójese con Mejía Barón. Lo único que nos preocupaba (en ese juego) era que entrara Hugo”.
Pero, volviendo a ese atardecer en Nueva York. Después de un largo abrazo de Schwartz reconfortando a García Aspe, se dio la entrevista, que se podía seguir a través de esos monitores. Recuperó el gesto duro, casi hosco y altanero. La máscara ruda de un hombre generalmente afable.
Ese día, pues, García Aspe había abierto la puerta a la esperanza. Empató de penalti a los 18 minutos. Stoichkov había marcado apenas al minuto seis. México controlaba el juego, sólo había zozobra cuando Hristo encabezaba una ofensiva con Sirakov y Kostadinov.
Pero así como García Aspe encendió la antorcha, apagó la última ascua de fe en la tanda de penaltis. Cobró el primero y lo erró. Si el alfil más poderoso erraba, la desconfianza alcanzó a Jorge Rodríguez y Marcelino Bernal, quienes también fallaron. Sólo marco Claudio Suárez, pero ya era insuficiente.
Cobrar penaltis y consumarlos en la red, era una manifestación poderosa del temperamento de García Aspe, como lo ratificó en Pumas, Necaxa, América y Puebla. Más que intimidarle, el manchón de las sentencias, lo motivaba.
Por esa la escena fue más impactante. García Aspe desahogando su frustración con el reportero. El hombre de hierro del Tri explicaría después que estaba golpeado, triste, porque había decepcionado a la afición mexicana, esperanzada en que un México, jugando de local prácticamente, y con todos los escenarios a favor, terminara eliminado.
Alberto García Aspe cumple 54 años este 11 de mayo. Y ha recapitulado varias veces ese momento ante Bulgaria. “Me prometí no volver a fallar ninguno, y casi lo cumplí”, recuerda. Las estadísticas, inexactas ciertamente en este caso, hablan de 41 cobros perfectos desde aquel yerro en el Estadio de los Gigantes, incluyendo uno marcado contra Bélgica en el Mundial de 1998.
“Lo quería cobrar Luis Hernández, pero le dije que no, que era mío, que era mi revancha. Lo entendió. Yo sabía que no iba a fallar”, ha relatado sobre ese momento en el estadio Jacques Chaban-Delmas de Burdeos.
Era el futbolista con el que se puede enfrentar cualquier rival y cualquier obstáculo. Solía estar ahí, para relevar, para apoyar, para castigar si algún maldito se pasaba de la raya con el compañero. Era parte de la tropa. Era soldado raso si era necesario; era sargento si era preciso para meter orden, o era general para tomar el bastón de mando en momentos de crisis.