DOHA (Enviado especial) -- Carácter para sostenerse en el peor momento; suerte para acompañar ese temperamento y para aprovechar la primera ocasión de gol; jerarquía y talento para definir y para crear en medio de la tensión y la genialidad incomparable de Lionel Messi. Esos fueron los argumentos con los que la Selección Argentina construyó una de las victorias más brillantes de su historia en las semifinales de la Copa del Mundo de Qatar 2022.
Es difícil explicar un partido que ya forma parte de la épica nacional. Porque ganar una semifinal con la categoría, la holgura y la autoridad que exhibió el equipo de Lionel Scaloni en Lusail es un hecho de una trascendencia tal que sus razones son múltiples, y algunas se remontan a muchos años atrás. Habrá tiempo de hurgar en la construcción verdadera de esta victoria, que también tiene motivos urgentes y más identificables.
Si algo tiene este equipo es carácter. Desde estas páginas se ha repetido una y otra vez desde antes de la increíble derrota frente a Arabia Saudita en el debut. Nunca este grupo de futbolistas fallará por cuestiones relacionadas al aspecto anímico. Su fortaleza mental es enorme y desde allí articula todo lo demás, incluso el talento y el genio. El lugar común del "gran grupo humano" en este caso es una verdad inobjetable. Se quieren, se respetan y se admiran. Y así se hacen indestructibles.
Los primeros treinta minutos fueron muy complejos. La idea de cuatro mediocampistas no funcionó porque Croacia tuvo la posesión la mayor parte del tiempo y las presiones llegaban tarde, había problemas de ubicación y la movilidad no era la que se necesitaba para cortar el circuito de juego del rival. Pero entonces apareció la defensa para mantener lejos de Emiliano Martínez a los atacantes y volantes rivales.
Como siempre en este Mundial, Nicolás Otamendi y Cristian Romero sacaron todo. Anticiparon, fueron abajo con dureza y mostraron los dientes. A ellos se sumó Nicolás Tagliafico, que tuvo una actuación consagratoria. Fue el mejor del peor momento argentino. Cerró su banda izquierda, fue inteligente en los recorridos y potente en los cruces. Apareció el crack de Independiente cuando más lo necesitó el seleccionado.
En el fútbol es necesario tener suerte. El azar juega un papel imprescindible, por más que los cientificistas se esfuercen por bajarle su importancia. O en realidad, quizás sea algo un poco más significativo que la mera suerte. Quizás sean guiños del destino. Porque aunque Croacia no tuvo ocasiones de gol claras, es un enorme riesgo jugar en propio campo contra un rival como Luka Modrić. Y pese a esto no hubo jugadas de peligro.
La tormenta no terminó porque la Selección logró hacer pie desde el manejo y la posesión, sino por una acción de juego en particular. Terminó porque además de garra también tiene calidad individual. Y, como se dijo, algo de suerte para aprovechar la primera aproximación seria a Dominik Livaković.
Enzo Fernández y Julián Álvarez se encontraron como tantas otras veces lo hicieron en River. "Nos conocemos bien y sabía que me la iba a tirar", dijo el delantero tras el partido. El actual jugador de Benfica envió un pase genial y el atacante de Manchester City generó un penal que acomodó todo para la Albiceleste y destruyó todo para los europeos.
Messi lo pateó con el corazón y esa fue la primera nota de su recital. De otra actuación legendaria. También fue el comienzo del monólogo. Después de ese gol, el combinado nacional manejó cada aspecto del juego. Con el número diez como director, cerró la victoria y la clasificación a la gran final del mundo en el primer tiempo.
Solo cinco minutos después del 1-0, llegó el segundo tanto, otro momento que ya forma parte de la galería dorada del fútbol argentino. Julián se vistió con la indumentaria de los delanteros más grandes de nuestra historia. Fue Bernabé Ferreyra, Mario Kempes, Jorge Valdano y el que ustedes quieran. Corrió casi cincuenta metros con la pelota, a pura potencia y decisión. Abrió caminos y, con el corazón en la mano, estiró la ventaja.
El complemento sirvió para que Messi hiciera todavía más grande su leyenda, si eso fuera posible. Hizo todo, una vez más. Como contra Australia y Países Bajos. El partido se ganó por él y para él. Se pasea por las canchas de Qatar con la brutal certeza de que esta es su hora. De que todo lo hecho antes solo fue para vivir estos días bajo este cielo arábigo. La jugada del tercer gol también ya se transformó en una foto importante de nuestra vida. Todo el fútbol argentino está condensado en esos segundos de engaño, freno, aceleración, desborde, gambeta. Joško Gvardiol, el mejor central de la Copa, quedó reducido a la nada.
Las virtudes de la Selección Argentina son estas. Quedaron bien identificadas en la mejor actuación del Mundial. Ganar 3-0 una semi es un hecho único que tiene valor por sí mismo. Sin embargo, el hambre de gloria de este grupo no cesará hasta después del domingo. Queda un paso más para que Lionel Messi y sus compañeros consigan lo que ya se han ganado.