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Un engaño llamado... #NoEraPenal

NOTA DEL EDITOR: Este material fue publicado originalmente en marzo de 2017

MÉXICO -- Fueron seis minutos. No se necesitaba más. Ahogar en el grito e ilusión a toda una nación ansiosa de salir de la oscuridad futbolística arrastrada desde un siglo atrás. Sumir a un país con una religión que tiene por símbolo un balón que cada cuatro años les hace recordar el padre nuestro y el ave maría.

Mañana soleada en un horno llamado Fortaleza. La tarde que millones esperaban para poder sentirse grandes. Esperar que México suelte sobre la mesa ese golpe de autoridad que por años piden los feligreses a esta religión. No, no llegó. En seis minutos se derrumbó, como terremoto trepidatorio que arrasa con las esperanzas más altas y poderosas.

“¡Quítate!, ¡Agáchate!”, recuerdo, le gritaba a un periodista asiático colocado delante de mí, en la posición de tribuna de prensa del Castelao. Se movía de un lado a otro, gritaba como aficionado. Era claro: Le iba a Holanda y sentía que la Naranja Mecánica remontaría el marcador en contra que lo sentenciaba a la eliminación.

En la pantalla norte del coloso volteaba a ver la pantalla gigante que transmitía cada segundo y jugada de los Cuartos de Final de la Copa del Mundo en Brasil. En la mente me rondaba la posibilidad del ‘mexicanazo’, estar a un paso de la gloria, pero terminar en el infierno, en el ya merito, en el olvido.

Momento de tomar la computadora. Comprar mi itinerario, porque México lo presentía, también llegaría al famoso quinto partido de la mano de Miguel Herrera. Un ojo a la cancha, otro a mi PC. Un vistazo al cielo y otro a la realidad. Hasta que en un momento de súbito pasó lo que desmoronó cualquier quimera que había en la mente. La titánica Holanda, que había tenido en la palma de su mano a un inofensivo equipo mexicano cobró un tiro de esquina. Nervios… Nervios… Nervios… Nervios… Nervios… Sí, soy periodista, pero también soy mexicano.

EL 'MEXICANAZO'

Tac... el balón reta a la gravedad en segundos. Klaas Jan Huntelaar aprovecha ser una torre en medio de unos confusos defensas mexicanos. El esférico decide que es tiempo de aterrizar, pero la cabeza del holandés caprichosamente le rompe la inercia al balón y lo retrasa. Un tren llamado Wesley Sjneider, con el número 10, como locomotora naranja decide que es tiempo de enmudecer a 100 millones de mexicanos y por qué no, ponerlos a llorar.

La onda del grito de gooooooool corrió en segundos. Desde la cancha se veían una naranjada de jugadores en júbilo. En las tribunas los seguidores europeos que en 88 minutos permanecieron en vilo gritaban, gritaban y gritaban. En la tribuna de prensa, el asiático, sí el enfadoso asiático corría de un lado a otro. Holanda le gritaba a la historia. Le sacaba la lengua a ‘nuestro’ quinto partido. Se enfilaba a llevarse la tarde calurosa del Castelao.

SÍ ERA PENAL

La igualada detuvo mis planes de reservar vuelos para San Salvador, próxima escala de esta aventura verde. Algo me decía que iba a presenciar una de las más dolorosas eliminaciones de un Mundial del equipo mexicano. No me equivoqué, como tampoco la mirada la mayoría de mis compañeros de prensa. Sus rostros delataban que venía lo peor: La eliminación. ¡Paren a Robben! ¡Paren a Robben! Gritaba una aficionada a quien se le iba el corazón, el alma, el aliento.

Arjen, (Bedum, Groninga, Holanda) hizo suya la parcela derecha. Tomaba el balón y entonces la zaga mexicana comenzaba su propio juego. Adivinar si era por izquierda o por derecha, si su cintura estaría en su lugar cuando el holandés les hablara de tú a tú con el balón. Hasta que por fin Robben picó con el veneno de la inteligencia futbolística contra un rival y con la habilidad mágica en los pies en la que cayó el capitán del barco mexicano: Rafael Márquez.

Linderos del área derecha. Diego Reyes, concentrado. Robben puntea el balón y deja atrás al zaguero que cual escoba se barre para sacarle el botín al ladrón de ilusiones. El redondo amenaza con salirse del área, pero Arjen, con su zurda privilegiada le dice ¡no!, se mete con el balón donde Rafa lo afronta, estira su pierna derecha y la deja plantada encontrándose con los pies de Robben, quien aparenta haberle explotado un barril que lo lanzó al aire. El fin de México, pero el comienzo de una frase que se acuño abrazada del lamento mexicano de un fracaso más: #NoEraPenal

EL ENGAÑO DE UN PAÍS

El mejor pretexto. El mejor bálsamo. La mejor manera de limpiar la profunda herida histórica de un México resentido por sus resultados. Encaminado y difundido por la máquina de medios ‘oficiales’ de comunicación. Engañar para no sufrir y enfrentar la realidad. Culpar al menos culpable. Llorar por nuestra triste realidad. Señalar con el dedo para no ser señalado. Ensuciar para ‘limpiar’. Klaas Jan Huntelaar no sólo tomó el redondo entre sus manos. Tenía en vilo a todo un país. Se encaminó a depositarlo en el manchón penal y tiró para atrás como el general que se prepara para dar el tiro de gracia.

¡Pum! Goooooooolllllllll La celebración interminable. Se acabó la aventura. A esperar otros cuatros años más. El arranque perfecto para volver a cargarse de entusiasmos estériles. México regresó sin pena ni gloria. En el colectivo nacional no había culpables nacionales. El único responsable tenía un nombre y apellido: Arjen Robben que tiró, según medios, un clavado de alto grado de dificultad.

El #Noerapenal se viralizó a niveles insospechados. Memes, playeras y programas cómicos. Hoy se cumplen 999 días, no de la eliminación de México, sino de una hashtag que quedará para la historia. A través del tiempo, se recuerda más esa frase que la falta de personalidad y futbol de una Selección que se quedó a la orilla de la hazaña.