MÉXICO -- Era el tiempo en que las palabras del periodista Manuel Seyde dibujaban las imágenes deportivas más nítidas de la prensa nacional: “Sucedió una mañana de 1964 y en Tokio llovía como en Orizaba. Faltaban unos pocos días para que se inauguraran los Juegos Olímpicos. La ciudad había sido maquillada cuidadosamente”, relataba en las páginas de su célebre libro 'La Fiesta del Alarido'.
Más allá de un ambiente en el que ya se respiraban las gestas olímpicas, la FIFA había aprovechado para reunir en una casona de la capital japonesa a un amplio número de delegados deportivos que ya se encontraban ahí.
México y Argentina se disputaban la sede del IX Campeonato Mundial de Futbol, que se llevaría a cabo en 1970. El aire era tan tenso, que se respiraba con dificultades.
Primero, fue el micrófono para Argentina, que prometió estadios de primera, hospitalidad y estabilidad política y económica. Con esas últimas palabras, relata Seyde, “se nos salió la carcajada del cuerpo a muchos y se generalizó”.
Entonces, vino el discurso mexicano, en voz del doctor Josué Sáenz, quien prometió en español y en inglés la conocida hospitalidad mexicana y estabilidad política y económica.
Extrañamente ahí no hubo risas. México vivía en la dictadura perfecta y estaba apenas por entrar a sus tiempos más violentos de la época. Aunque no hubo promesas más allá, el cabildeo ya estaba hecho. Con voz fuerte, Italia dio su voto a México y ahí se consumó la sede.
Seyde contó más confidencias de aquella tarde histórica: “Cuando terminó la sesión hablé con el doctor Sáenz, que era el héroe del momento. De regreso al hotel Imperial, en donde él se hospedaba, me explicó que, intencionalmente, había procurado que el orador argentino tuviera preferencia en el uso del micrófono a fin de observar sus puntos débiles”.
Ya estaba ganada la sede, pero las reflexiones de Seyde iban más allá. ¿Con qué equipo enfrentaría México su Mundial?
Las respuestas se contestaron seis años después y fueron muy cercanas a las premoniciones del célebre periodista.