Nació en Moscú hace 25 años pero en Barcelona, a más de 3.600 kilómetros de su lugar de origen, encontró un espacio de formación y contención que lo llevó a posicionarse entre los mejores tenistas del mundo desde hace ya varias temporadas. Después años de esfuerzos compartidos con su equipo, llegó el momento de la celebración: Andrey Rublev, campeón de Masters 1000 en Monte-Carlo.
Tuvo una carrera soñada como juvenil: alcanzó el N°1 del mundo y ganó Roland Garros en 2014. Un combo que rápidamente puso los focos del mundo del tenis en él. Pero lejos de conformarse con los resultados obtenidos desde su crecimiento en Rusia decidió tomar otro rumbo, alejándose de sus seres queridos en busca del objetivo mayor: convertirse en uno de los mejores del mundo como profesional. En 2016 escogió Barcelona como punto de entrenamiento y allí comenzó su exitosa alianza con Fernando Vicente.
El de Castellón, 29° del ranking ATP en el año 2000 y dueño de tres títulos, fue uno de los pilares en el crecimiento profesional del ruso. "Trabajaba duro como juvenil, no hacía cosas malas ni nada por el estilo. Pero ese trabajo no era para desarrollarme como profesional. Cuando llegué a Barcelona cambié rotundamente el equipo. Ahí comenzó el trabajo de verdad", contaba Rublev un año después de aquella mudanza a tierras mediterráneas. Sin embargo, hasta que las cosas empezaron a salir como esperaba, tenía la enorme presión de conseguir buenos resultados para demostrarle a sus padres que el viaje valía los costos y el esfuerzo.
Un año después de su unión con Vicente, estrenaba palmarés en el ATP 250 de Umag e iniciaba un ciclo ascedente que no caería más. A ese triunfo se sumaron otros tantos pasos que con el tiempo lo llevaron hasta la irrupción en lo más alto. En 2020, luego del receso que sufrió el circuito debido a la pandemia, Andrey se destacó como el máximo campeón con cinco títulos traducidos en 41 partidos ganados. Además debutó en el Top 10, hizo cuartos de final en el US Open y Roland Garros, y clasificó por primera vez a las ATP Finals. Esos logros le valieron al equipo dos distinciones por parte de la ATP y de los colegas: Mayor Progreso y Mejor Entrenador del Año.
"Los premios recibidos son una consecuencia de muchos años de trabajo y muchas horas dedicadas a un deporte que nos da tantas emociones para lo bueno y lo malo", decía Vicente entonces. La expresión de esas emociones ha sido durante estos años una de las principales características del tenista: la verbalización de las frustraciones dentro de la cancha y la superación de esos momentos, sumada a las herramientas de juego que adquirió en Barcelona, lo destacan entre sus compatriotas como un ruso con espíritu español.
Batallando contra las adversidades sin perder el respeto por los rivales ni el agradecimiento a su equipo como estandarte. Una nueva prueba de esos valores la dio en la definición del Masters 1000 de Monte-Carlo. Allí, balanceando esas características, superó con entereza los momentos complicados ante Holger Rune para quedarse con el título más destacado de su carrera. ¿Será un antes y un después? ¿Estará listo para dar el salto en busca del Grand Slam?