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Miguel Cabrera hace su último swing

Miguel Cabrera no ha podido destacarse con el bate esta temporada, su última como jugador, pero este imparable, el número 3,154 de su trayectoria Salón de la Fama, le agradó. Michael Reaves/Getty Images

El toletero venezolano, a punto de culminar una carrera digna del Salón de la Fama, seguirá buscando su ritmo hasta que llegue ese turno final.


EL PASADO 2 DE SEPTIEMBRE, en una de esas frías noches de Chicago, en las que se hace obvia la inminencia del invierno, Miguel Cabrera tuvo su mejor juego de pelota en casi dos años. En la parte alta del primer inning, ligó doblete y superó a George Brett para ocupar el puesto 17 en la lista histórica de hits conectados. Después, Cabrera soltó sendos sencillos en la cuarta, sexta y octava entradas. El último imparable fue un batazo por todo el medio. La pelota rebotó desde el home plate y pasó por encima de la lomita del pitcher en dirección al segunda base de los White Sox Lenyn Sosa. Cabrera trotó, creyendo que sería out. Su juego nunca tuvo que ver con correr para convertir un batazo lento en infield hit.

Incluso de niño, Cabrera no era veloz. Cuando tenía 17 años, empezaba a aprender inglés y jugaba con los Marlins de la Florida Complex League, un informe de scouting de su entonces manager Kevin Boles indicó que la única deficiencia en el juego de Cabrera era la velocidad de sus pies. "Tiene la posibilidad de ser un gran pelotero", apuntó Boles en su informe de evaluación de talentos. "Podría madurar hasta convertirse en gran fuerza ofensiva".

Mientras Cabrera trotaba en esta noche de septiembre, 23 años después, la pelota pasó por encima de Sosa y el infield. Cabrera aumentó su velocidad y llegó quieto a primera. Cabrera se detuvo y la multitud (tanto aficionados de los Tigers como de los White Sox) aplaudió y le alentó. Uno de ellos ondeó una bandera venezolana. Otro sostenía un cartel en el que se leía en inglés: "Bye #24 Miggy, thanks 4 the memories!!!" ("Adiós, #24 Miggy, ¡¡¡gracias por los recuerdos!!!")

Cabrera, uno de los más grandes de todos los tiempos y que ahora está relegado a un rol como pelotero a medio tiempo, se murmuró algo a sí mismo, erguido sobre la primera base, respirando por la boca en este partido que, de resto, era digno de olvidar, disputado entre dos equipos sin aspiraciones de clasificar a los playoffs. Quizás era un agradecimiento. O quizás, eran algunas palabras de reafirmación luego de creer que finalmente había encontrado su ritmo, en este ocaso de su vigésima primera y última temporada. Hallar eso o cualquier semblanza de su antiguo yo, había sido una búsqueda constante.

Miró hacia el dugout de visitantes del Guaranteed Rate Field y abandonó la inicial, para ser sustituido por un corredor emergente. Y así, como si nada, ese momento había terminado. Era la ocasión número 49 de su carrera en la que conectaba cuatro indiscutibles en un mismo juego, y podría ser su último verdadero momento de grandeza dentro de un campo de béisbol.

"Les digo: Cabrera fue uno de esos chicos", ahora indica Boles sobre este futuro miembro del Salón de la Fama y del cual fue manager. "No importaba quién trabajara con él, nadie podía arruinarlo. No importaba si alguien hablaba con él, sería una estrella. Así era de especial".

Después de ese partido a principios de septiembre, Cabrera pasaría cuatro días sin jugar. Si llegó a encontrar algo de ritmo en aquella noche de Chicago, se perdería mientras se sentó a ver cómo los Tigers jugaban sin él. Pero en aquella noche, aunque solo fuera aquella noche, su swing estaba presente. Excepto por unos kilos de más y algunas arrugas sobre su cara, parecía mostrar su versión más joven.

Un regreso al pasado, a lo que fue alguna vez, en una temporada que esperaba fuera muy diferente.


"FUE EN 1998", dice Louie Eljaua de aquel momento en el que vio batear a Cabrera por primera vez.

Eljaua entonces era coordinador de scouting latinoamericano de la organización de los Florida Marlins (actualmente labora como vicepresidente de scouting internacional de los Chicago Cubs). Sus buscatalentos en Venezuela le habían informado que había un chico que tenía que ver, un campocorto que bateaba como pelotero profesional veterano cuando hacía swing al madero. Provenía de una familia de beisbolistas: su madre y tres tías practicaron softbol. Su tío José Torres jugó en la Liga Paralela de Béisbol (torneo que se jugaba simultáneamente con la liga invernal venezolana como su circuito de desarrollo) y el sistema menor de los St. Louis Cardinals.

Eljaua abordó un avión desde Miami con rumbo a Caracas, Venezuela. Luego tomó la carretera y condujo dos horas hacia el suroeste del país, hasta llegar al barrio de La Pedrera en Maracay, Estado Aragua. En una tarde clara y soleada, Eljaua llegó a un campo de béisbol de tierra, descuidado y lleno de piedras. Acababa de volar cruzando el mar Caribe para ver a un chico de 15 años al que todos llamaban Miguelito, y el chico aún no había llegado al campo.

"Se está tardando un poco", le dijo Gregoria, madre de Miguelito. La familia Cabrera vivía al lado de ese campo de béisbol. Tan cerca que, cuando Miguelito era más joven, se escapaba a ese terreno polvoriento para batear en vez de hacer sus deberes.

"Acaba de salir de clase", prosiguió Gregoria. "Tenía un examen".

"No hay problema", respondió Eljaua.

Aproximadamente 15 minutos después, un muchacho alto y delgado saltó sobre una barda de concreto de 2 metros de alto detrás del outfield.

"¿Es él?", le preguntó Eljaua a Miguel García, uno de sus scouts venezolanos.

"Sí", fue la respuesta de García.

Eljaua quedó impresionado con la facilidad con la que Miguelito saltó sobre la barda. Desde aquella distancia, también aparentaba ser un hombre desarrollado: medía 1.90m, con cabeza de gran tamaño, algo de lo que se burlaban los niños del barrio, bromeando que tenía el tamaño de un tren. Eljaua no pudo darse cuenta de lo joven que era Miguelito hasta acercarse a él.

"Si veías su rostro, podía tener 9 o 10 años", recuerda Eljaua.

Miguelito estrechó la mano de todos, mirando a los ojos y disculpándose por la demora. Empezó a hacer swing al bate. Hizo 10, 12 o 15 swings hasta que Eljaua le preguntó cómo se sentía.

"Oye, ¿quieres hacer una pausa?"

"No", respondió Miguelito. "Empiezo a calentar".

"¿Empiezas?", preguntó Eljaua. "Muy bien".

Miguelito siguió bateando. Primero, conectó líneas contundentes en todas direcciones del terreno. Luego empezó a halar la pelota. "Muy bien, ya estoy suelto", dijo Miguelito. Entonces comenzó a conectar pelotas y sacarlas del terreno, poniéndolas a volar sobre las casas circunvecinas, sus tendederos y árboles de mango.

"Santo Dios", pensó Eljaua en silencio. "Creo que lo he encontrado".

Pensaba en la clase de pelotero con la que sueñan los scouts. Aquel pelotero capaz de cambiar el rumbo de una franquicia, que hace que los buscatalentos se cuestionen, preguntándose si lo que acaban de ver es real. En el caso de Miguelito, Eljaua supo de inmediato que, incluso si nunca llegaba a soltar un cuadrangular, terminaría siendo un bateador excepcional. Obviamente, Miguelito también tenía poder. Y en aquel día en el que Eljaua le vio batear por primera vez, Cabrera bateó tan bien e hizo conexiones muy largas, al punto que su entrenamiento debió terminar abruptamente.

"Tuvimos que parar", recuerda Eljaua. "Nos quedábamos sin pelotas".

Convencido de que era el pelotero que marcaría el destino de su organización, Eljaua empezó a viajar a Venezuela con mayor frecuencia, programando sus visitas para que coincidieran con los partidos de Miguelito. Mientras más le veían jugar, crecían las ansias por contratarle. Al año siguiente, poco después de que Miguelito cumpliera 16 años, los Marlins le extendieron un contrato por $1.8 millones.

Veinticinco años después, Eljaua mantiene vivo el recuerdo de aquel día de Maracay, mucho mejor que cualquier otro viaje de scouting hecho durante esta carrera de 30 años en el béisbol. Aquel día en que el chico saltó sobre la barda e hizo swings poderosos.

"Imaginen el mismo swing que ha mantenido durante toda su carrera", afirma Eljaua. "Excepto que lo veía en un adolescente de 15 años".


EN UNA TARDE DE MARZO dentro del loanDepot de Miami, pocas semanas antes de iniciar su última temporada en el Béisbol de Grandes Ligas, Cabrera se inclina sobre un bate. Prácticamente lo utiliza como bastón. A su lado está Christopher, su hijo de 12 años. La bandera venezolana ondea en la pantalla gigante cercana al jardín central. Cabrera e hijo observan cómo la selección de Venezuela practica y se prepara para el Clásico Mundial de Béisbol.

"Ese tipo de eventos lo disfrutan más los hijos, los familiares", dice Cabrera.

A veces, Cabrera señala y le dice a Christopher algunas cosas que sólo ellos pueden escuchar. Christopher también practica béisbol, pero Cabrera no dice mucho al respecto. No quiere sumar presiones adicionales al hecho de ser el hijo de uno de los más grandes peloteros latinos de la historia. "Más que nada, él es mi hijo y yo, su papá", indica Cabrera. "Nuestra relación no se basa solamente en el béisbol, es una relación entre padre e hijo".

Desde 2006, Cabrera ha participado en las cinco ediciones del Clásico Mundial de Béisbol, siendo el único pelotero en hacerlo. Ésta será su última incursión en el torneo, y su rol será muy distinto. Como lo indica Omar López, manager del equipo venezolano: "El papel de Miguel no es solo lo que vaya a hacer, sino lo que ha hecho". López conoce a Cabrera desde que éste tenía 16 años, cuando jugaba con los Tigres de Aragua en la Liga Venezolana de Béisbol Profesional y era un prodigio de ese país, obsesionado por el deporte de los diamantes. Miggy, como ahora lo llaman todos, se convirtió en el mejor beisbolista que su país jamás haya producido. Por eso, forma parte del equipo como figura y presencia con liderazgo, sobre todo para observar y quizás tomar algunos turnos en una selección formada en torno a los All-Stars Luis Arraez, Jose Altuve y Ronald Acuna Jr.

Luego que sus compañeros hicieron swing, Cabrera se pone en la jaula de bateo. Después de cuatro o cinco cortes, Cabrera retoma su sitio y observa la práctica de su equipo, apoyándose sobre su madero.

Al día siguiente, Cabrera no jugó en el encuentro en el que Venezuela se impuso al conjunto de la República Dominicana. En la próxima jornada, contra Puerto Rico, Cabrera sí participa. En su primer turno, mientras los aficionados en las tribunas suenan tambores y trompetas, se poncha tirándole. En su segunda oportunidad ofensiva, al quinto pitcheo, Cabrera suelta un sencillo al jardín central. Fue su único hit de todo el torneo.

"Dale. Todavía batea ese caballo", grita una voz desde las gradas.


EN JUNIO PASADO, los Tigers sufrieron una racha de un triunfo y 11 derrotas, extinguiendo así las pequeñas esperanzas de que el 2023 trajera el fin de su sequía de ocho años sin participar en la postemporada. Cabrera no juega mucho, a pesar de que es el pelotero mejor pagado de su equipo, con $32 millones. El manager de los Tigers A.J. Hinch ha dicho que le gustaría ponerlo a jugar más a menudo, pero debe producirse el enfrentamiento apropiado contra el pitcheo de su rival, y que también depende de las sensaciones de Cabrera en ese día.

Su rodilla derecha lleva años sufriendo dolores. En 2019, Cabrera asistió a la consulta de cuatro cirujanos distintos, incluyendo a James Andrews. Todos le dieron a Cabrera el mismo diagnóstico: su rodilla no requería de una intervención quirúrgica porque, más que nada, eso es lo que suele ocurrir cuando el cuerpo envejece. Cabrera intentó aliviar su dolor perdiendo peso. En 2020, se reportó al entrenamiento primaveral con 11 kilos menos, aspirando volver a defender la primera base tras haber jugado como bateador designado. Y así fue por un tiempo, hasta que se lesionó la pantorrilla, o sentía molestias en la espalda, o la rodilla le volvía a molestar. Entonces, regresaba a la alineación como bateador designado.

"Las lesiones de rodilla... esas son las más complicadas", afirma Albert Pujols, futuro miembro del Salón de la Fama. Si hay alguien capaz de comprender lo que Cabrera vive durante su última temporada en las Mayores, es Pujols. El toletero dominicano debutó en Grandes Ligas en 2001, dos años antes que Cabrera, y se retiró en 2022. Él y Cabrera son dos de los tres peloteros que han eclipsado las marcas de 500 jonrones, 600 dobletes y 3.000 hits en la historia de las Grandes Ligas. Hank Aaron es el tercero. "Es uno de los mejores bateadores que haya visto", indica Pujols sobre Cabrera.

Pujols también confrontó diversas molestias físicas durante el final de su carrera. "Como bateador, cuando tienes cualquier problema con tu rodilla, eso es realmente preocupante", indica Pujols. En su caso, éste impuso mayor presión sobre la rodilla que tenía bien para proteger la otra que tanto le dolía. Y fue entonces cuando la rodilla que estaba bien le empezó a molestar también. Durante su última temporada, su cuerpo experimentó tanto dolor que debieron convencerle de no retirarse justo antes del receso del Juego de Estrellas, cuando ligaba 80 puntos por debajo de su promedio de por vida y solo sumaba seis jonrones. En la segunda mitad de la campaña, Pujols elevó su promedio en 50 puntos y conectó 18 vuelacercas. Indica que solo tenía que encontrar su ritmo. Se creía capaz de seguir jugando, a pesar de sus 42 años.

Una línea muy fina separa a la confianza del engaño. A menudo, los peloteros estrella confunden ambas cosas. A veces, los talentos generacionales son incapaces de distinguir la diferencia. Para alguien de la talla de Cabrera, reconocer cualquier caída es la antítesis de su autopercepción, incluso si lleva siete temporadas consecutivas ligando por debajo de los .300. Su próxima buena racha está a un turno de distancia. Sólo necesita unos swings más.

"Cuando tenga la oportunidad, estaré listo", afirma Cabrera.

En este momento, con 59 juegos disputados, ha participado en 31, bateando para .202 sin cuadrangulares. En los días en los que no juega, toma su práctica de bateo temprano, antes que nadie.

Con la esperanza de que su swing se mantenga presente.


"ES ALGO QUE uno tiene planeado", expresa Cabrera sobre su retiro.

Está sentado frente a su vestidor en el clubhouse de los Tigers. Aquí adentro, al igual que afuera, es imposible ignorarle. Su risa, voz y chistes son omnipresentes dentro del clubhouse. Cuando un asistente llega para retirar las cajas de zapatos nuevos acumuladas frente a su vestidor, Cabrera empieza a forcejear con él.

Su última temporada no ha sido nada sencilla. Cabrera participa en dos juegos. A veces, en tres. Luego, descansa un poco. Ese ciclo ha creado lo que parece ser un rompecabezas imposible de resolver: Está seguro de que, si llegara a tomar más turnos, tendría mejor ritmo y ligaría más hits. Si bateara mejor, tomaría más turnos.

"Es difícil adaptarse a no jugar todos los días", indica Cabrera.

No suele declarar a los medios de comunicación. Estaba sentado, frente a su vestidor en una esquina del clubhouse, y se veía molesto. A veces, en lugar de decir algo, fruncía los labios, arrugaba el ceño y negaba con la cabeza. La respuesta más larga que dio explicaba el por qué no hablaba mucho.

"Lo que no me gusta son las mismas preguntas que siempre viene a hacer un reportero", indicó. "Como usted, me viene y me dice: 'Quiero hablar sobre los principios [de su carrera]'. Yo he hablado de mis principios, llevo más de 20 años tengo en esta carrera y he hablado de mis principios por muchos años. Eso es lo que me aburre. No es que no me gusta dar entrevistas".

Cabrera no quiere hablar sobre los problemas políticos y socioeconómicos que azotan a Venezuela. Los mismos que han afectado especialmente a su terruño de Maracay. En este pesado silencio, el sonido del ping pong que se juega a pocos metros de distancia suena más fuerte.

"Miggy, ¿juegas hoy?", le pregunta alguien 45 minutos después, mientras éste se para frente al terreno, cerca del dugout de los Tigers en el Comerica Park. Cabrera responde moviendo la cabeza en negación. Después posa para unas fotografías y firma autógrafos para algunos jóvenes aficionados.

"Oye, tenemos zapatos idénticos", le dice Cabrera a uno de ellos. Ambos usan los mismos Air Jordan 11 negros. Después de los autógrafos y las fotos, Cabrera estrecha la mano del joven seguidor de la pelota y se despide de él con la mano. Se aleja, para prepararse para un juego en el que no participará.


AL DÍA SIGUIENTE, Cabrera vuelve a la alineación ofensiva. El 10 de junio es el día del Muñeco Cabezón de los Hitos de Miggy. Durante los últimos años, las mayores cifras de asistencia del Comerica Park se producen cuando Cabrera se acerca a un hito o cuando se produce una celebración motivada por él. Este juego no es la excepción. Esta temporada, los partidos de local de los Tigers tienen un promedio de asistencia cercano a 20,600 personas, uno de los registros más bajos de la liga. La asistencia para este encuentro es de 31,607.

Cabrera sonó par de dobletes. Con cada uno, cambia la cifra de una pizarra encabezada por un letrero que reza "Hitos de Miggy", de 3,108 a 3,109 y luego a 3,100. A la izquierda de esa cifra se lee el número 507: su cifra de jonrones de por vida. Ese número no ha cambiado en lo que va de temporada. Finalmente, el 14 de junio, durante el partido número 65 del torneo 2023, Cabrera conecta su primer cuadrangular. Una recta que cae a pocos metros de la primera fila de la sección 149 del jardín izquierdo, no muy alejado de la pizarra que lleva la cuenta de los "Hitos de Miggy". Mientras cruza la antesala, sonríe y grita al dugout de los Tigers.

Los peloteros de los Tigers celebran sus cuadrangulares usando un par de guantes de hockey sobre hielo marca CCM, un palo de hockey y un casco de los Red Wings de la NHL. Cabrera hace lo mismo y mientras se pavonea por el dugout, sus compañeros (algunos tan jóvenes que usaban pañales cuando Cabrera era novato) celebran con él. Le dan palmadas en el hombro y espalda. Sonríen. Puede que le duela la rodilla, pero en este momento, su swing volvió a sentirse bien.


CABRERA SE SIENTA DETRÁS de la mesa en un salón de conferencias en el loanDepot Park de Miami, casi seis meses después de aquel momento en el que observaba a sus compañeros de la selección de Venezuela prepararse para el Clásico Mundial de Béisbol. La mañana anterior, un jueves a finales de julio, llegó un correo electrónico indicando que habría una rueda de prensa a la jornada siguiente, y que sería la única vez en la que Cabrera declararía a los medios. Con la palabra "única" escrita en negrillas. Esta era su última conferencia de prensa en Miami, la ciudad en la que empezó su carrera, recibió el apodo de "El Niño" ("The Kid") de su ex manager Jack McKeon, fue cambiado de equipo durante las Reuniones Invernales de 2007, a pesar de que no quería dejar la Florida.

Cabrera habla con los medios durante unos 15 minutos. Se refiere a lo especial que Miami es para él, sus recuerdos de haber ganado la Serie Mundial en esta ciudad en su temporada de novato en 2003. Sus dos grandes lamentos: desea haber podido ganar el Clásico Mundial de Béisbol con Venezuela y una Serie Mundial con Detroit. Afirma que simpatiza con los peloteros a medio tiempo porque es difícil no jugar a diario. Se siente agradecido por la acogida que le han dado en su última temporada. Ha sido tan positiva que a veces se siente confundido, porque alientan a un pelotero que ya no es un grande.

"No esperaba ser aplaudido después de un ponche", afirma Cabrera. "La gente no cree que aún quiera batear de hit, que aún quiero competir, que quiero saltar al terreno y ganar". Sonríe y hasta se ríe, admitiendo que se siente bien siendo aplaudido hasta después de abanicarse.

Al día siguiente, en una ceremonia en el terreno, los tres alcaldes de Miami-Dade County, Miami y Doral (donde el 35 por ciento de sus residentes son nativos de Venezuela) proclamaron el 29 de julio como Día de Miguel Cabrera. Formó parte de las celebraciones del Día de la Herencia Venezolana en Miami. Cerca de 33,000 aficionados (la mayor asistencia para un partido de los Marlins desde 2017) aplaudieron y alentaron una vez más a su compatriota.

"Era algo que esperábamos", indica Patricia Andrade sobre el último año de la carrera de Cabrera, "pero no deja de ser triste". Andrade es venezolana, pero lleva 36 años viviendo en Estados Unidos. Desde enero de 2016, maneja en Miami el programa Raíces Venezolanas, que ayuda a los migrantes recién llegados de su país de origen. También es una fanática del béisbol que sintió gran emoción al enterarse de que el niño venezolano llegaba para jugar con el equipo de su ciudad. Compró su camiseta y solía vestirla durante los juegos de los Marlins, ondeando la bandera de su país y gritando el nombre de Cabrera. Sintió duelo al conocer de su canje. Y ahora lo celebra, incluso cuando ella no quiere verle dejar el béisbol definitivamente.

"Es una carrera muy exigente y se merece su descanso", expresa Andrade sobre Cabrera. "Pero no nos deja de doler. Somos egoístas. Los seres humanos somos egoístas y no queremos que se vaya".


ÉSTA ES UNA LISTA parcial de los obsequios que diversos equipos le han dado a Cabrera para rendir homenaje a su carrera durante su última temporada como pelotero activo.

En abril pasado, durante la primera semana completa del torneo, los Astros regalaron a Cabrera un sombrero de vaquero negro y una botella de la casa de vinos de Dusty Baker. A la semana siguiente, los Blue Jays le dieron varias fotografías enmarcadas del partido disputado contra ellos hace dos años, en el que conectó su cuadrangular 500.

En mayo, los Washington Nationals obsequiaron a Cabrera una mecedora, una base firmada por sus peloteros y una bandera de Estados Unidos doblada en forma de triángulo. Los St. Louis Cardinals le dieron una fotografía enmarcada de él cuando cruzaba el plato luego de disparar su jonrón 400 en un juego contra ellos.

En junio, los Texas Rangers le regalaron una montura de caballo. Los Phillies le dieron una placa de la pizarra del Citizens Bank Park que sigue los partidos disputados fuera de ese estadio. Además, los Phillies le entregaron un obsequio mucho más personal. El presidente de operaciones de béisbol de la organización de Filadelfia Dave Dombrowski le entregó una composición fotográfica de varias imágenes de su familia junto a Cabrera.

"Quería regalarle algo de parte mía y de mi familia, porque los conocía a todos", indica Dombrowski. El ejecutivo era gerente general de los Marlins cuando el equipo lo firmó a los 16 años. Posteriormente, fue gerente general de la organización de Detroit cuando los Tigers estremecieron al mundo del béisbol, incluyendo a ellos mismos, cuando concretaron el canje que lo llevó al equipo del Comerica Park. Por varios días, Dombrowski y su equipo se encerró en una habitación de hotel hasta concretar la operación, temerosos de que un equipo rival se enterara y acabara con sus planes de hacerse con los servicios de Cabrera, a quien califica como "el mejor pelotero de posición que he conocido".

En julio, los Mariners obsequiaron a Cabrera un delantal verde de Starbucks, una cesta de regalos llena de café y un donativo de $7,500 a su Miggy Foundation, que ayuda a jóvenes deportistas y sus comunidades. En la serie siguiente, los Royals le entregaron fotografías enmarcadas de aquella noche de hace 11 años, en la que alzó la Triple Corona en un juego contra ellos.

En agosto, los Pirates regalaron a Cabrera una pintura en la que posaba sobre el Puente Roberto Clemente junto a la imagen del legendario pelotero que dio nombre a la obra de infraestructura y otros dos grandes figuras de los Pirates: Honus Wagner y Paul Waner. Todos inmortalizados en esta obra de arte, entregada a Cabrera cuando estaba al lado de Jim Leyland, su ex manager en Detroit.

Leyland, que ahora tiene 78 años, afirma que probablemente Barry Bonds (que jugó bajo su tutela en Pittsburgh) es el mejor pelotero de la historia, y que Cabrera está justo a su lado. "2012 fue la mejor temporada individual que haya visto", expresa Leyland sobre la campaña en la que Cabrera alzó la Triple Corona, la única en los últimos 56 años. El mismo en el que ganó el primero de dos premios consecutivos al Más Valioso. Leyland sigue viendo jugar a Cabrera. Mantienen estrecha amistad, aunque ya no conversan con la misma frecuencia. Sabe que Cabrera es un hombre orgulloso. "Ha llegado la hora de que Miggy probablemente cuelgue los spikes", indica Leyland. "Lo sabe".

A principios de septiembre, los White Sox obsequiaron a Cabrera un banco hecho de bases, pelotas de béisbol y bates. También en ese mes, los Tigers abrieron una línea especial para que los aficionados llamen o envíen un mensaje de texto con la palabra MIGGY24 al (313) 471-2424, dejando sus mensajes de agradecimiento y felicitación a Cabrera por su carrera.

"Hola, te habla Miguel Cabrera", dice el mensaje grabado que saluda a los aficionados. "Disculpa que no pude atender tu llamada. Deja tu mensaje después del sonido".


ESTE 29 DE SEPTIEMBRE, los Tigers jugarán una serie a tres partidos contra los Guardians, que en cualquier otra temporada sería una mera formalidad para marcar el punto final de la larga campaña. Pero este año, esos tres días serán denominados "Gracias Miggy". La celebración del fin de semana incluirá un espectáculo de drones, un pequeño museo con los logros de Cabrera, música y fuegos artificiales. También habrá bebidas y platos preparados por el restaurante venezolano favorito de Cabrera en Detroit, El Rey de las Arepas.

"Cabrera es adorado en Detroit", expresa Joe Swierlik, galardonado en 2020 como el Mayor Aficionado de los Tigers en un concurso patrocinado por el Comerica Park. "Para muchos, es el pelotero monumental que podremos ver más de cerca". Swierlik tiene 38 años, uno menos que el último título de Serie Mundial de Detroit. Durante la mayor parte de su niñez vio a los Tigers jugar durante lo que califica como "uno de los periodos más brutales parta ver". Luego, durante la mayoría de su adultez, vio a Cabrera jugar con su equipo favorito. Recuerda lo cerca que estuvieron de coronarse en 2012. Como aficionado, eso es lo único que lamenta.

"Una carrera digna del Salón de la Fama", indica sobre Cabrera. "Pero no haber ganado una Serie Mundial con los Tigers, esa es la parte más difícil de soportar".

En la historia reciente de Detroit, Steve Yzerman, Justin Verlander, Barry Sanders y Calvin Johnson se destacan como las otras superestrellas de la ciudad. Los dos últimos dejaron la ciudad en el punto máximo de sus carreras, cerca de imponer récords en sus ligas. La carrera de Cabrera es distinta: no dejó mucho atrás. El hombre que se erige como uno de los mejores bateadores de su generación no ha jugado nada que se acerque a una temporada completa desde 2016. Y ahora, en los próximos días, tomará el último de más de 10,000 turnos al bate.

Cuando se le pregunta sobre sus próximos pasos, se limita a responder: "No me gusta adelantarme demasiado". Mientras conversa, aún se pueden ver rasgos de su juventud en sus ojos, la cara de bebé, indicios de su sonrisa traviesa. "Me gusta vivir el día a día", prosigue Cabrera. "Tratar de controlar lo que puedo controlar hoy, y el día de mañana, veremos qué es lo que se puede hacer".

A pesar de que ha mencionado la posibilidad en el pasado, actualmente tiene certezas de que no quiere convertirse en coach. Dice que es demasiado difícil porque, cuando juegas ejerces cierto control sobre las situaciones del partido pero, cuando te sientas en una banca a ver, el poco control que tenías desaparece. Ver la acción tan seguido desde el dugout en el último año solo ha reforzado su opinión al respecto.

Cabrera dice que se ha preparado para la vida después del béisbol. Sin embargo: desea haber podido jugar más en su última temporada. Con más turnos, está seguro de que habría encontrado su ritmo, para conectar más imparables. Está seguro de ello porque cuando era joven y la gente aún le llamaba Miguelito, lo hacía mejor que casi nadie.

Pero hoy en día, le duele el cuerpo. Pasó su última temporada buscando el ritmo de su swing. Intentó encontrarlo antes de que el frio de Detroit volviera a azotarle. Y ahora, mientras septiembre da paso a octubre, intentará encontrarlo. Por última vez.