LOS ÁNGELES -- José Vasconcelos entregó a la UNAM su emblema: un escudo vigoroso cuando fue Rector en 1920: vigilantes, salvaguardando, aparecen un águila, un cóndor, volcanes, un nopal, y el mapa de América Latina.
Y también Vasconcelos le entregó a la UNAM su credo: "Por mi raza hablará el espíritu". Una promulgación de conciencia y sabiduría.
Hoy, no todos los universitarios lo entienden, menos lo saben y pocos lo proclaman. Hace unos años, La Jornada hizo un sondeo entre futbolistas de Pumas de la UNAM. Pocos, incluyendo los mexicanos, sabían del escudo, del lema y de Vasconcelos.
Lo patético fue cuando el sondeo se extendió a sus porristas. El síndrome de ignorancia y analfabetismo se colapsaba de histeria.
En el prólogo de su libro, La Raza Cósmica, en la edición de 1948, Vasconcelos puntualizaba "la necesidad de abolir toda discriminación racial y de educar a todos los hombres en la igualdad".
Era el ideario contra el racismo y la discriminación de un hombre que había sentado bases de la Universidad más importante, hasta el momento de América Latina.
Hoy, el racismo se ha convertido en un dogma de algunos jugadores y de algunos aficionados universitarios. Los esfuerzos de Vasconcelos, de una institución y de una estirpe de rectores, no ha logrado inculcar los sentimientos de igualdad.
Este fin de semana, aficionados de Pumas levantaron sus obscenos, grotescos y bestializados coros racistas contra jugadores del León por el color de su piel contra Eisner Loboa y Franco Arizala.
El ritual de la barbarie se apoderó del Estadio del León.
Y seguramente, habrá impunidad e inmunidad.
No es nuevo. Esta vez fueron aficionados. Antes habían sido incluso jugadores: el Pikolín Palacios y Darío Verón le gritaron con rabia "negro" y "mono" al panameño Felipe Baloy, cuando este jugaba para Santos, en un partido del Bicentenario.
Los agresores fueron reconvenidos por la UNAM y por el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED), pero no hubo castigo ni multa y ni siquiera una disculpa pública correcta hacia Baloy.
Tales actitudes pasivas, pusilánimes de las autoridades, terminaron por ser un mensaje claro de impunidad y para fomentar nuevos actos racistas.
Poco después el cruzauzlino Rogelio Chávez llamaba "simio de mierda" a Carlos Darwin Quintero. ¿Sanción ejemplar? Por favor, es el futbol mexicano.
Lo más patético, lo más lamentable, lo más bochornoso de este nuevo estallido de salvajismo y bestialidad de un sector de la familia universitaria, es la reacción de su propio director deportivo, Mario Trejo.
Trejo dice, en un discurso deplorable por parte de un supuesto egresado y graduado en la UNAM: "Yo me acuerdo de insultos aquí en nuestro estadio 'ratero' (contra Martín La Rata Bravo). No sé que será más feo, que te digan ratero o que te digan negro. No sé qué será más feo".
¿De verdad puede reaccionar así Mario Trejo?
¿Puede creerse semejante reflexión en un tipo que dirige a una institución deportiva, donde el lema de competencia debe ser el respeto y la honestidad, y donde el credo del Alma Mater es "por mi raza hablará el espíritu"?
¿De verdad no distingue entre las pretensiones falaces y abyectas de un ataque de tono racista, donde se pretende castigar y sobajar el color de la piel, en comparación con hacer de manera perversamente coloquial, la falta de profesionalismo de un jugador?
En la lógica aberrante de Mario Trejo, es tan justificable entonces un grito compensatorio de "negro honesto" ante el de "blanco ratero".
La activista estadounidense, Angela Davis, pregunta: "¿Por qué aprendemos a temer el terrorismo pero no el racismo, no el sexismo/machismo, no la homofobia?".
Ante tal cuestionamiento, la impunidad, el libertinaje en el futbol mexicano, queda claro, bajo el prisma de Mario Trejo, todo lo anterior debe ser consecuentado y prohijado.
¿A cuántos futbolistas en México les ha costado quedar fuera de la selección nacional por sus elecciones sexuales o de credo?
Pero claro, ¿quién tiene estatura moral en México para imponer una sanción si el propio presidente de la Liga MuyEquis, Decio de María, mostró el dedo mayor a toda la tribuna de aficionados estadounidenses y no fue castigado ni por la FMF, ni por la Concacaf, ni por la FIFA?
Queda claro: en el futbol mexicano no se pueden castigar delitos, porque todos son inferiores a los delitos que cometen los delincuentes que lo gobiernan.
Muestra de ello es que la FMF dio carpetazo al asunto porque no había pruebas de los actos racistas. Es decir, un estadio entero escuchó lo que el visor de la FMF y el árbitro no escucharon.
Y una reflexión para los Pumas de la UNAM. ¿Recuerdan a tres jugadores que le dieron lustre y estirpe a los Pumas como Cabinho, Cándido y Muñante?
