El Superclásico del domingo, por la fecha 15 del Torneo Clausura 2025, no solo enfrenta a los dos equipos más grandes del país: también cruza a dos instituciones que comparten un semestre irregular y cargado de interrogantes. Boca Juniors, bajo la conducción de Claudio Ubeda, y River Plate, dirigido por Marcelo Gallardo, viven un 2025 marcado por altibajos, crisis de rendimiento y la presión constante por cumplir con la expectativa de pelearlo todo.
El duelo en La Bombonera se jugará con una carga emocional enorme. En la tabla anual, Boca aparece con 56 puntos y River con 52, una diferencia mínima que refleja la paridad en la pelea por la clasificación a la CONMEBOL Libertadores 2026. Más allá de los números, ambos llegan urgidos de un triunfo que eleve la confianza en el tramo final y ordene los proyectos que oscilan entre las dudas y la exigencia.
Boca: entre las lesiones, el desgaste y la búsqueda de identidad
En Boca, el ciclo que inició Miguel Ángel Russo, y continuó Ubeda tras su fallecimiento, comenzó con promesas de renovación, pero el camino no fue sencillo. El equipo alternó goleadas convincentes, como el 5-0 ante Newell’s, con caídas que reabrieron viejas dudas, como el 1-2 frente a Belgrano en Córdoba. “El equipo mereció otro resultado distinto al que nos llevamos”, reconoció el DT tras ese partido, asumiendo la falta de eficacia que lo persigue desde el inicio del Clausura.
Las lesiones también jugaron su parte a lo largo del semestre y obligaron a la rotación. “Que nuestros dos nueves hayan convertido es muy importante, el resultado nos hace seguir creyendo en lo que estamos haciendo”, afirmó el “Sifón” sobre Miguel Merentiel y Milton Giménez luego del triunfo ante Barracas Central, dejando en claro que el principal desafío es sostener la confianza.
En lo institucional, el clima tampoco es del todo calmo: los cambios internos en el Consejo de Fútbol y la muerte de Russo reflejan que la paz nunca es completa en Brandsen 805. Con todo eso, Boca se mantiene firme en la zona de clasificación directa a Libertadores y sabe que vencer a River sería un golpe de efecto deportivo y simbólico para mantener la remontada en este último tramo y dejar atrás los cimbronazos del inicio del semestre.
River: desgaste emocional y un Gallardo bajo presión
Del otro lado, River también transita un año complejo. El equipo de Gallardo arrancó el Clausura con protagonismo, pero en las últimas semanas acumuló una serie de resultados preocupantes: 4 derrotas consecutivas como local, algo que despertó la furia de sus hinchas que entonaron el “que se vayan todos”, tras la caída ante Gimnasia. Al técnico se lo ve con un evidente fastidio, reflejando el clima interno que vive el plantel.
Aun así, el Millonario suma 52 puntos en la tabla anual lo que lo mantiene en la pelea por un lugar en la próxima Libertadores, pero la exigencia del entorno es: ganar el clásico para recuperar autoridad y cortar la mala racha. Con Facundo Colidio lesionado, el “Muñeco” espera que Maximiliano Salas vuelva a ser determinante y Miguel Borja, quizá el más apuntado por la gente, retorne al gol. Así como mejorar el funcionamiento colectivo del equipo, algo que está en el debe.
Trabajar lo mental en la semana será clave para salir de este momento difícil, recuperar la confianza y volver a ser. Los puntos respaldan, pero el juego y el nivel no conforman a nadie.
Lo que realmente une a Boca y River: inestabilidad y presión
Aunque Boca y River viven sus crisis a distinto ritmo, ambos comparten síntomas idénticos: irregularidad, desgaste, una presión mediática que no da respiro y el respaldo de los puntos en la tabla anual. El Xeneize llega mejor, con clara remontada en su nivel, y el Millonario no encuentra la fórmula para sostener una línea de resultados y cada tropiezo amplifica el ruido.
Los dos llegan al clásico con la sensación de que el año pudo ser mejor, pasando por diferentes crisis internas a los largo del semestre. Un triunfo el domingo puede cambiar narrativas, despejar dudas y ofrecer aire; una derrota, en cambio, podría dejar cicatrices difíciles de cerrar. En un calendario que no da tregua, el Superclásico se convierte en la frontera simbólica entre la frustración y la esperanza.
