Una semana antes Martín Palermo había tenido la verdadera despedida del fútbol. Como lo merecía, en La Bombonera, donde el público de Boca Juniors lo homenajeó a pura emoción. Hasta le dieron de regalo el arco que se ubica debajo de la 12, un arco donde escribió buena parte de su fantástica historia.
Pero faltaba una fecha para el final del Clausura 2011, y el Titán no se la quería perder. Más todavía porque el rival que estaba enfrente, cosas del destino, era Gimnasia y Esgrima de La Plata. Palermo, hincha de Estudiantes, conocía como pocos esa rivalidad. Y dio el presente.
Para ponerle más picante y dramatismo a esa despedida, el Lobo llegaba muy complicado con el promedio del descenso: debía vencer a Boca para garantizarse jugar la Promoción.
Boca, en tanto, no tenía mucho en juego, ya que se había quedado afuera de la lucha por el torneo, pero era una especie de árbitro en la definición de la zona baja de la tabla.
Otro dato de color de ese partido fue la presencia de Guillermo Barros Schelotto en Gimnasia: el otro gran ídolo de Boca de aquellos años había llegado al Lobo, club del que era hincha, para darle una mano en un momento difícil. Así, frente a frente, estaba la dupla que tantas alegrías les había dado a los hinchas xeneizes, especialmente en el ciclo de Carlos Bianchi.
A los dos minutos de juego la fórmula que tantos goles les hizo gritar a los hinchas de Boca casi abre el partido: Riquelme habilitó de manera excelente a Palermo, pero Monetti le tapó el mano a mano al Loco.
Un rato más tarde otra vez Román le puso la pelota en la cabeza a Palermo al borde del área chica, pero de manera llamativa el Titán cabeceó desviado. Parecía que Martín no quería hacer sufrir al rival platense de toda la vida.
Esa tarde, mucha gente de Boca colmó la tribuna visitante del Bosque para ver el partido y despedir al ídolo. Gimnasia, también con mucho apoyo de su público, salió a buscar el triunfo. Y lo encontró: a los 12 minutos ya ganaba 2 a 0 con goles de Graf y Barros Schelotto, de penal. Pero Boca iba a descontar a los 32 minutos con gol de Cellay (otro ex Estudiantes), de cabeza. Había mucho camino por recorrer aún.
Sobre el final del partido, Palermo demostró que iba a dejar todo, hasta el último segundo, para tratar de hacer un gol y de amargar al adversario. En la última jugada del encuentro, un centro de Riquelme cayó otra vez en la cabeza del Loco, quien la bajó para que Cellay anotara el 2 a 2 final. Así, Gimnasia debió disputar un partido ante Huracán para determinar si se iba al descenso o jugaba la Promoción.
Los hinchas platenses no podían creer en su mala suerte, mientras que los de Boca ovacionaban por última vez a su ídolo en un partido oficial. Palermo gritó el gol de Cellay como propio, ante la mirada atónita de los fanáticos del Lobo.
Se cerraba así un capítulo inolvidable para la historia de Boca, donde Palermo jugó 404 partidos y marcó 236 goles, récord histórico del club.
Sin dudas, la carrera del Titán estuvo marcada por muchas alegrías. Pero también por muchos momentos difíciles.
UN REGRESO TRIUNFAL
El 24 de mayo de 2000, por las semifinales de la Copa Libertadores, Palermo hizo historia. Venía de una larga inactividad por la rotura de los ligamentos de la rodilla derecha. Carlos Bianchi lo tenía en el banco, como el as en la manga, y decidió ponerlo por Alfredo Moreno a los 32 minutos del segundo tiempo.
A los 49 minutos, cuando Boca ganaba 2-0 ante River y se aseguraba la clasificación a las semifinales, apareció Palermo en el área, dominó la pelota con una mezcla de torpeza y lentitud, producto de la larga inactividad, y definió bárbaro a la derecha de Bonano. Fue un gol que se metió entre los más recordados de la historia de los Superclásicos.
FUERTE EN LA ADVERSIDAD
Lo curioso de la carrera de Palermo es que el festejo y el dolor, en algunos casos, vinieron de la mano. El 13 de noviembre de 1999, cuando Boca enfrentaba por el Torneo Apertura ‘99 a Colón en Santa Fe, Palermo se rompió los ligamentos de la rodilla derecha.
Salió reemplazado a los 28 minutos del primer tiempo, pero a los 23, tras un pase de Riquelme, había marcado su gol número 100 en el fútbol argentino. Un dato que habla de su entrega y voluntad: cuando hizo el gol ya estaba lesionado.
La noticia llegó en el peor momento: dos meses antes, Boca había rechazado una oferta del Lazio de Italia por 15 millones de dólares. Hasta ese momento el Loco había convertido, bajo la dirección de Carlos Bianchi, 46 goles en 48 partidos.
MAL PASO EN EUROPA
Otro momento dramático e inédito fue el que vivió el 29 de noviembre de 2001, jugando para el Villarreal y tras marcarle un gol al Levante, en tiempo de descuento, por la tercera ronda de la Copa del Rey.
Una vez más el dolor estuvo asociado al festejo. Esa vez sufrió la fractura del tobillo derecho (tibia y peroné) cuando celebraba el gol al borde de la tribuna de los hinchas de Villarreal. En ese momento, por el peso de la gente que se acercó a festejar, se desmoronó justo encima de su tobillo el muro de cemento que separaba el campo de juego de las tribunas.
Con la Selección también vivió un trago amargo, aunque en este caso no fue por lesión. El 4 julio de 1999 erró tres penales frente a Colombia, por la primera ronda de la Copa América que se disputaba en Luque, Paraguay. Argentina perdió 3-0.
LA ULTIMA COPA LIBERTADORES
En 2007, con el regreso de Juan Román Riquelme, llegaría otro momento de gloria para Martín. Boca iba a consagrarse campeón de la Copa Libertadores de América, la segunda que conquistaría el Titán, esta vez con Miguel Angel Russo en el banco. En esa Copa anotó cuatro tantos, pero en el torneo local, aunque el Xeneize no ganó el título, fue el goleador con 11 goles en 16 partidos.
GOLEADOR DE RAZA
Bianchi lo definió alguna vez como el "optimista del gol", por el afán que ponía en luchar cada pelota como la última y por buscar el gol desde cualquier posición, sin temor a quedar en ridículo con alguna extraña pirueta. De todos sus tantos, más allá de los anotados ante River, se recuerdan sin dudas los que les marcó al Real Madrid en la final de la Copa Intercontinental del año 2000. En esa jornada inolvidable, el Titán le hizo un doblete a Casillas para que Boca tocara el cielo con las manos.