BARCELONA -- Boateng “es un loco bueno”. Así coinciden en el vestuario del Sassuolo al hablar del nuevo jugador del Barça, quien el lunes 14 de enero se sorprendió al recibir el interés azulgrana por su incorporación y no perdió un instante en reunirse con el Director General de su club, Giovanni Carnevali, pidiéndole que le dejase marchar si aquel interés se convertía en oferta.
La aceptó, el jugador, en un abrir y cerrar de ojos. El Barça se hacía cargo de su salario hasta final de temporada, el Sassuolo cobraba cerca de 1.5 millones de dólares por la cesión (lo ingresado en el Camp Nou por la venta de Munir) y, de esta manera, el jugador en el que nadie cayó en la cuenta se convertía en futbolista del Barça.
Entre la suavidad de Carlos Vela y el músculo de Kevin-Prince Boateng el Barcelona eligió el segundo perfil por dos motivos claros: deportivamente el ghanés está más rodado, más en forma, y es más duro que el mexicano; financieramente su llegada era menos costosa, mucho menos.
Futbolísticamente, sin embargo, la llegada de este trotamundos provoca sentimientos encontrados alrededor del club azulgrana, donde el enfrentamiento entre protectores del purismo y defensores del marcador aumenta a cada día que pasa, con los primeros apuntando a la pérdida de esa personalidad innegociable en un fútbol de toque que ha ido menguando en favor del músculo.
Ocurrió con Paulinho, aumentó con Arturo Vidal y alcanza el máximo con Boateng, a priori simple suplente de Luis Suárez pero que, en el fondo, y con la precipitación de este mercado de invierno en clave azulgrana. El Barça ha ido de rebajas, obligado por la coyuntura del club, y se arriesga en una operación difícil de explicar (el cambio por un Munir en la misma situación contractual, con fecha de caducidad en junio) pero de claro recorrido deportivo.
Que Boateng no es un futbolista de estilo Barça es una realidad palpable y que el Barça ha confirmado un camino inexplorado en el pasado con su fichaje una verdad a medias. Ni Keita ni Touré, ni Mascherano o Rakitic, ni el propio Abidal o, yendo más lejos Van Bommel y Larsson, ofrecían ese perfil de tan difícil cumplimiento. Y qué decir de Edgar Davids...
Hubo otros, claro, que desembocaron en auténticos fiascos pero, entre unos y otros, siempre sobresalió una personalidad definida en un juego de posición, de toque y combinación que se teme se aparque definitivamente en el Camp Nou.
Falta por ver, al final del camino, allá por el mes de mayo, el resultado de la apuesta. Tanto en el marcador como en la imagen del equipo de Valverde. Será entonces cuando se pueda evaluar con certeza si el último riesgo del área deportiva del Barça fue un acierto o no.