BARCELONA -- Con Leo Messi elogiando de manera inequívoca el planteamiento que puso en escena Ernesto Valverde en el Benito Villamarín el Barcelona se entregó al pragmatismo sin provocar el debate de tiempos pasados.
El líder goleó al Betis perdiendo la posesión y si en 2013, cuando aplastó al Rayo Vallecano de la misma manera, explotó una enorme guerra alrededor del Camp Nou, la camaleónica imagen ofrecida por el equipo azulgrana bajo el mando de Valverde, tan firme en su apuesta como adaptable a las circunstancias, ha acabado por imponerse como una constante que apenas se discute.
“Cuando haces un cambio táctico es para mejorar, pero si tienes a Messi todo es más sencillo”, especificó el entrenador en el mismo campo del Betis, minutos después de que atronase el nombre del crack argentino en boca de los hinchas locales, tan entregados a su magia como lo está el barcelonismo a un liderazgo que aparca dilemas del pasado.
Ya sea en base al, en un tiempo intocable 4-3-3, al más cauteloso 4-4-2 o, incluso al en ocasiones puntuales utilizado 4-2-3-1, el Barça se explica y entiende a través de su capitán, a quien Valverde otorga todos los galones sin necesidad de elogios extemporáneos, entregado a una normalidad en el discurso convertida en el secreto del éxito. La tranquilidad. La lógica. La serenidad.
El equipo azulgrana roza el que sería octavo título de Liga en once años, afronta su octava final de la Copa del Rey en nueve temporadas (aspirando al quinto trofeo al hilo) y contempla asequible, con respeto, el muro de los cuartos de final de una Champions convertida en obsesión. Los resultados avalan las tesis de Valverde, un tipo normal en el discurso, alejado de grandilocuencia y entregado a su trabajo sin estridencias.
El Barça más camaleónico se ha impuesto por encima de imposiciones y llegado el momento de la verdad la conquista se explica en que se discuta más la repercusión, la poca repercusión de hecho, de Coutinho que la presencia de un Arturo Vidal tan alejado del llamado ADN azulgrana como trascendente en el terreno de juego.
En dos meses y medio, de aquí a 16 partidos si se consuma la clasificación para la final de la Champions, los campeonatos dirán hasta qué punto el Barça de Valverde ha alcanzado la total excelencia.