Napoli encarnó en el mundo del fútbol una de las más maravillosas batallas simbólicas entre los poderosos y los postergados. Inspiró a la clase trabajadora del sur de Italia contra la aristocracia del norte, albergó al jugador más estridente de todos los tiempos en sus filas y se estrelló contra el fondo del precipicio con su partida. Bajó, subió, volvió a bajar. Hasta llegó a desaparecer. La historia de Napoli es digna de una película y hasta tiene un productor de cine involucrado, que en vez de financiar un cortometraje desembolsó una millonada para que el club retorne de la extinción.
Un Diego Armando Maradona brillante, que allí alcanzó su esplendor futbolístico, llegó a la ciudad que está a los pies del Vesubio el 5 de julio de 1984. Más de 70 mil napolitanos lo esperaron con una euforia acorde con las mejores premoniciones. "El pibe de oro" se calzó la camiseta napolitana y llevó a las primeras planas a un equipo que se había salvado por un punto del descenso en la temporada anterior.
Con la magia de Diego, Napoli quedó tercero en el torneo italiano del 85-86 y se clasificó a la Copa UEFA. Esa fue la previa de un tiempo dorado que arrancó con la obtención del Scudetto, el primero de su historia, y con la Copa Italia en la misma temporada (un doblete que solo habían conseguido hasta el momento Inter y Juventus).
En 1990 el equipo de Diego consiguió su primer título internacional (la Copa UEFA) y se adjudicó su segundo Scudetto, al dejar con las manos vacías al encumbrado Milan. Con ese galardón logró su clasificación a la Supercopa y también se la cargó para su vitrina.
En Nápoles estaban saboreando un presente que no hubieran fantaseado jamás cuando de repente un hecho zanjó abruptamente el relato de la proeza. Su capitán, ídolo y leyenda dio positivo en un control antidoping y recibió una sanción que lo alejó del césped del San Paolo para siempre.
"Una vendetta contra mí", dijo Maradona sobre los 15 meses de suspensión que le cayeron. "Es una venganza porque Argentina eliminó a Italia (del Mundial 1990) y perdieron muchos millones", acusó. "Me hicieron 25 controles y el último salió positivo. Mirá que casualidad", seguía sosteniendo décadas más tarde. Lo cierto es que esa prueba, adulterada o no, aleatoria o no, hizo que Diego se marchara del país dejando 115 goles y cinco títulos en manos del pueblo napolitano, que hasta el día de hoy lo venera como a un Dios.
El ocaso, la extinción y el resurgimiento
La partida de Maradona fue el inicio de un derrotero descendente que se extendió durante muchos años. Como si toda aquella gloria hubiera sido una ilusión, el club comenzó su caída libre y volvió a sentir en el paladar el gusto de la incertidumbre. Lejos quedaron los días de celebración y ostentación futbolística.
Napoli volvió a hacer cuentas, a sufrir las deudas y finalmente perdió la categoría en la temporada 97-98. Hernán Crespo fue el villano en aquel partido fatídico porque con su doblete Parma ganó 3-1 y sentenció al equipo que capitaneaba su compatriota Roberto Ayala.
Después de 32 años ininterrumpidos en primera división, descendió a la Serie B y jugó dos temporadas ahí. Tras fallar en el primer intento, ascendió por su actuación de 1999/2000. Pero el alivio duró muy poco: un año más tarde volvió a descender.
Absolutamente desorbitado e institucionalmente en la ruina, el club que una década atrás era la vidriera al mundo de una zurda inédita se salvó de bajar a la tercera categoría en el último partido de la temporada 2002-2003. La situación se volvió insostenible y los problemas económicos se lo llevaron puesto como un tsunami.
Con una deuda de al menos 79 millones de euros, la "Società Sportiva Calcio Napoli" fue inhabilitada para jugar en la Serie B, se declaró en quiebra y desapareció en 2004.
Como en la actualidad lo hacen los jeques, apareció un "superhéroe del dinero" para rescatar al equipo del sur del naufragio o, mejor dicho, del fondo del océano en donde se estaba ahogando. Fue Aurelio De Laurentiis, un productor de cine que después de muchos años de gestión calificaría al club como un "juguete familiar".
Con De Laurentiis al frente, la institución fue refundada bajo el nombre de "Napoli Soccer" y tuvo que alinearse con la ley deportiva Lodo Petrucci, que permite a un club italiano reinsertarse como heredero de otro que ya no existe pero en su categoría inmediatamente inferior. Es decir, el dos veces campeón del Scudetto iniciaría su peripecia de regreso a la Serie A desde la C1, la tercera.
En el primer intento no logró subir, pero rápidamente abandonó una zona que le quedaba excesivamente chica. Con una muestra de fidelidad abrumadora y un récord posiblemente irrepetible para el fútbol de ascenso, esa campaña en la C1 Napoli fue acompañado por un promedio de 37mil espectadores, con picos cercanos a los 60 mil en el San Paolo.
Una vez en la Serie B se encontró inesperadamente con un viejo conocido: Juventus. La Vecchia Signora había sido protagonista de un escándalo de corrupción y padecía el castigo del "Moggigate" o "Calciopoli". Despojada de su último título pero con un equipo aún sólido, los de Turín se quedaron con el primer puesto del ascenso con comodidad y relegaron a Napoli al segundo, que también lo retornaba a la máxima categoría.
El club volvió a llamarse Società Sportiva Calcio Napoli en 2006 y en 2007 recuperó lo más preciado: su lugar en la Serie A.
Después del revés más grande de su historia, recobró su identidad y comenzó a trabajar en su recuperación. Tuvo que esperar, pero pudo volver a apuntarse entre los mejores: fue campeón de la Copa Italia por cuarta vez, fue subcampeón del fútbol italiano 2012-13 y volvió a participar de la UEFA Champions League después de 21 años.
Las actuaciones de Napoli fueron oscilando desde aquel entonces hasta la fecha: llegó a meterse entre los candidatos en disputas nacionales, tuvo dignas actuaciones contra rivales poderosos en la Champions y en 2018 estuvo a cuatro puntos del título.
Del polvo al cielo, del cielo al infierno y de la desaparición a la resurrección final. El pueblo de Nápoles, más que el Scudetto, celebra reconquistar esas sensaciones de los buenos viejos tiempos, en los que Pelusa les mostró que eran dignos de soñar a detrimento de los poderosos. En el fondo esa es la esencia. Hoy, que vuelven a acariciar la gloria, la ciudad está de fiesta porque vuelven a ser dueños de una alegría que creyeron perdida y que otra vez les pertenece.