Paunovic hace lo que puede, aunque no le alcance para hacer todo lo que quiere y debe.
LOS ÁNGELES -- César R. Palazuelos graznó el final y Chivas tragó amargo. Y Veljko Paunovic despotricó guturalmente entre español y macedonio, e hizo aspavientos de furia. Su ira pateó un micrófono de ambiente. Y se refugió en el vestidor. Eran cuartos de la tabla, pero...
Chivas había ganado 2-1 al desahuciado club que es el epítome de la corrupción absoluta del futbol mexicano, el Querétaro, un equipo parásito regenteado casi delincuencialmente, y que desde marzo de 2022 segrega motivos suficientes para ser desafiliado. Pero...
El hígado, la vesícula, el páncreas y el colon de Pauno, deben ser un preciado objeto clínico para los especialistas. Hasta cuando gana, sufre. Hasta cuando gana, se retuerce. Hasta cuando gana, supura. Aterciopelado masoquismo.
Tenía razón el técnico de Chivas. Pero también era su culpa. Un bobalicón suertudo, como Ricardo Marín, se había hecho expulsar en un arranque más de zombi que de ser humano pensante. Pero, antes de ello, ya Pauno se había equivocado.
Con el 2-1, pero aún con el control del partido, el pastor sin rebaño hace cambios. Érick Gutiérrez había, finalmente, desquitado un día de su suntuoso salario, y fue sustituido por un hombre que lleva 31 partidos sin responsabilizarse de su salario: Víctor Guzmán.
Además, en otra piojosa decisión, Veljko Paunovic saca a su mejor hombre, El Piojo Alvarado, y mete a Yael Padilla, chamaco con grandes condiciones, pero muy lejos de ser el pie sabio, cauteloso, organizado, que necesitaba el equipo. En pleno incendio ante un Querétaro vomitando fuego de histeria, Pauno, en lugar de un bombero, había enviado a un piromaníaco. Y el mundo se le vino encima.
Por eso, Chivas terminó tragando amargo. Porque hubo cuatro embestidas brutales de múltiples remates, que pudieron terminar en la red. Una noche de brujas y de pánico. El Guadalajara se fue del maldito estadio La Corregidora con un dulce en el marcador, pero tiritando de terror.
Por eso Pauno vociferó en macedonio y en español, y su mímica era histeria pura, destilada, mucosa espesa de rabia. Un primer tiempo de embeleso, cierto, ante zombis queretanos, pero que reivindicaba al equipo tras el ridículo ante Tigres. Pero, la agonía del reloj era la agonía misma del entrenador. Pateó el micrófono como si hubiera querido patear las entendederas de sus jugadores. Y se encabritó con sus cabritos como ama de casa en el mercado o como corredor de bolsa en Wall Street en 1929.
Claro, le faltó autocrítica a Veljko. Aunque, entiéndase algo: el técnico da indicaciones sin saber si en el cacumen deteriorado de Víctor Guzmán se pudo procesar la información, para llevarla a cabo. Y obvio, Padilla, en su analfabetismo táctico natural, más el escenario de hecatombe al que fue enviado, se obnubiló. El entrenador da órdenes, pero, el saber, el querer y el poder, queda ya, estrictamente, en manos del futbolista.
Y en conferencia de prensa, era evidente la cólera de Paunovic. Compareció para mentir y para evitar que lo multaran. “Jugamos un partidazo”, dijo entre apenas un centenar de palabras, cuando, habitualmente, ha sido locuaz cuando su equipo gana. Su discurso, tan escueto y soso, que cabe en un legajo de “X” (Twitter). En tiempos de cólera, el amor sólo sobrevive bajo la magia de García Márquez.
Cierto, Chivas amaneció este miércoles como cuarto de la tabla. Al cierre de la Jornada 15, nadie podrá sacarlo ya de la clasificación directa. Pero suma 24 puntos de 45 posibles y está muy lejos de su Némesis, el América, que la noche de este miércoles padecerá, víctima de ausencias, en San Luis.
¿Le alcanza a Chivas para el protagonismo de otra Final? El Guadalajara no tiene cracks. No tiene genios. No tiene futbolistas exuberantes. Porque dentro de su estricta línea de reclutamiento, hoy, no existen: sólo mexicanos. El Piojo es la excepción –con mucha condescendencia– que confirma la regla del piojoso batallón.
El entrenamdor de Chivas se retiró de la conferencia de prensa, tras felicitar a sus jugadores por la victoria en Querétaro.
Lo suyo debe ser la estoica, devota e irracionalmente incansable responsabilidad de jugar como equipo. A Chivas no le sirven esfuerzos aislados, héroes narcisistas. Su único jugador diferente desertó entre los vicios: Alexis Vega, quien el martes, a minutos de que el club que le paga saliera a la cancha, él, con una sudadera color americanista, balbuceaba un reggaetonero coqueteo con dirección a Coapa.
Y esa es la realidad que enerva a Pauno y no sabe si sus jugadores lo digieren. Cuando envía sus Once del Patíbulo, si uno solo flaquea, si uno solo se equivoca, el andamio rojiblanco se desploma. Y en la banca tiene, estrictamente, sólo promesas, cartuchos quemados o jugadores sin palabra de honor.
Por eso, entre sus errores tácticos, la aterrada fragilidad emocional de algunos de sus jugadores, y la carencia de futbolistas sobresalientes, Paunovic hace lo que puede, aunque no le alcance para hacer todo lo que quiere y debe.
En medio de tanta imperfección, propia y ajena, a Paunovic sólo le queda soliviantar e invocar la devoción y la responsabilidad entre este grupo de jugadores. Y esperar que no vuelvan a cruzarse en su camino tacones rojos y mallas negras de alquiler, como ocurrió en Toluca.
Irónico que al Guadalajara le queden dos encuentros ante otro equipo regenteado, alcahueteado, por el mismo personaje torvo que a Querétaro: Christian Bragarnik. Chivas cierra con Cruz Azul, cuyo departamento de inteligencia deportiva le pertenece, y ante Pumas, cuyo entrenador, El Turco Mohamed, baila en el tinglado de sus caprichos.