BUENOS AIRES -- Argentina-Inglaterra marcó un antes y un después en la relación de Diego Armando Maradona con la gente. El 10 había brillado en Argentinos Juniors, se había consagrado campeón con Boca, había ganado copas con el Barcelona y estaba dando los primeros pasos para llevar a la gloria al Nápoli en Italia, club con el que venía de lograr un meritorio tercer puesto.
Con la Selección nacional se había consagrado campeón juvenil en Tokio, en un recordado Mundial, pero las actuaciones con la celeste y blanca en mayores no lo habían mostrado en todo su esplendor. El 10 estaba en deuda con la Selección. El Mundial del '78 lo miró desde afuera por decisión del entrenador, y el del '82 no había dejado mucho para destacar. El Mundial del '86 lo tenía claramente como una de las posibles figuras. Pero claro, había todavía un largo camino para recorrer pensando en llegar a la final y en ser campeón por primera vez lejos de casa.
El partido contra Inglaterra no era uno más. Cuatro años antes, la guerra de Malvinas había dejado un montón de heridas sin cerrar. Y para los argentinos, seguramente más que para los ingleses, el partido tenía mucho de revancha deportiva, la posibilidad de olvidar al menos por un rato, esos fríos meses de guerra y muerte. Era "el" partido. Por supuesto, la gran ilusión pasaba por salir campeón, pero dejando afuera a los ingleses cualquier derrota posterior hubiera sido menos dolorosa. Muchísimo menos.
Por varias razones, pero por ese encuentro en especial, Maradona es Maradona: un Dios, un héroe intocable dentro del campo de juego. Luego de un primer tiempo parejo, donde Argentina había tenido más dominio e intención de jugar, llegó la segunda mitad, donde Diego marcó dos de los goles más recordados por los argentinos en los Mundiales.
El primero, la Mano de Dios, como él mismo la definió, fue puro potrero, pura viveza. Había comenzado la jugada en la mitad del campo de juego, esquivando rivales y piernas hasta llegar al borde del área. Rodeado de ingleses, le pasó la pelota a Valdano; pero el delantero no pudo dominar el balón, y el rechazo defectuoso de un defensor terminó en un pase involuntario para el propio Maradona. Con Shilton saliendo a rechazar con los puños, fue el puño de Maradona el que apareció primero para empujar la pelota hacia la red. Magistral hasta en la infracción, hasta en la trampa estuvo el 10. Porque tuvo la habilidad de saltar y esconder el puño entre sus rulos, para meter el manotazo justo. Ni el árbitro ni el juez de línea la vieron, y convalidaron el gol pese al reclamo de todos los ingleses.
Si bien en el momento muchos locutores coincidieron en la apreciación (había sido mano), la imagen de TV hay que repetirla varias veces y en cámara lenta para tener la certeza. “Que Dios me perdone lo que voy a decir, contra Inglaterra hoy, aún así (quiero ganar), con un gol con la mano, qué quiere que le diga”, relató el uruguayo Víctor Hugo Morales desde el estadio, resumiendo seguramente el pensar de la mayoría de los argentinos.
Cinco minutos más tarde, la mano iba a dejarle lugar al mejor gol de todos los tiempos. Una mezcla de habilidad, talento, dominio de pelota, velocidad, destreza, gracia en los movimientos… y definición perfecta. “El gol soñado”, dijo Maradona. Y vaya si lo fue. Arrancó en su propio terreno, cerca del círculo central, y empezó el recorrido que lo llevaría a la gloria: eludió a Hoddle, Reid, Sansom, Butcher, Fenwick y al arquero Shilton. Impresionante. Una verdadera obra de arte.
Cosas del destino, en un amistoso jugado justamente ante Inglaterra en 1980, Maradona había fabricado una jugada similar: dejó en el camino a varios rivales, pero ante la salida del arquero definió con un toque cruzado. La pelota pasó besando el poste derecho y se perdió afuera. Más tarde, su hermano Hugo lo llamó por teléfono y lo "retó": “Definiste mal, tendrías que haber eludido al arquero, para tocarla más tranquilo y con el arco vacío”. Claro, como si fuera tan fácil. Seis años después, recordó el consejo y marcó el gol del siglo. Para él, en ese Mundial, todo era fácil.
Luego llegarían los dos goles ante Bélgica, la clasificación a la final ante Alemania, el pase gol para Burruchaga y toda la gloria. Pero el partido ante Inglaterra marcó sin dudas un punto de quiebre en la relación del 10 con la gente. Ya nada fue igual. Maradona se convirtió en Dios. Cosas que sólo la pasión del fútbol puede explicar.