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La insólita y durísima sanción de la FIFA a Luis Suárez en el Mundial de Brasil 2014

Jueves por la mañana, un pequeño país recibe una bofetada colosal. Un golpe tan desmedido, que aún sigue resonando. El 26 de junio de 2014, el Uruguay entero se quedó mudo, atónito ante la noticia. Aquella mañana, FIFA informó la gravedad de la sanción que había impuesto a Luis Suárez por el incidente del mordisco a Giorgio Chiellini en el partido ante Italia, sucedido dos días atrás.

A través de su Comisión Disciplinaria, el organismo rector del fútbol le decía al mundo que Suárez no merecía ni permanecer en el vestuario uruguayo. La sentencia: suspensión por nueve partidos oficiales con Uruguay (empezando a contar desde el duelo ante Colombia por octavos de final); prohibición de ejercer “cualquier clase de actividad relacionada con el fútbol (administrativa, deportiva o de otra clase)” durante cuatro meses; prohibición de ingresar a los recintos de cualquier estadio mientras durara la sanción, incluyendo en los que jugara Uruguay; más una multa de 100.000 francos suizos.

Aprovechando los incidentes previos de mordiscos de Suárez en el fútbol de clubes, FIFA hizo gala de su poder a través de una sanción de oficio desmesurada. El motivo podría hallarse en la necesidad de dar una imagen de rectitud ante los ojos del mundo que se posaban sobre el mayor evento deportivo del planeta. Esto quedaba explícito no en la cantidad de partidos por los que le prohibían volver a jugar para la selección, sino en la obligación de que permaneciera alejado casi que de todo el mundo fútbol. La AUF llegó a preguntar si el delantero podría viajar con la delegación a Río de Janeiro, donde enfrentarían a Colombia, pero ni siquiera eso fue concedido: Suárez tuvo que entregar su acreditación, abandonar al grupo y tomarse el primer avión privado hacia Montevideo.

Hasta el propio Chiellini opinó que FIFA estuvo desatinada con el alcance de la sanción. “Espero sinceramente que, al menos, se le deje quedarse con sus compañeros durante los partidos porque tal castigo es realmente alienante para un jugador”, escribió en agosto de ese año el defensa italiano en su sitio web.

Esta medida inaudita fue echada atrás por el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS) en agosto, cuando se mantuvo el número de juegos de sanción, pero se indicó que la suspensión de cuatro meses sería “de aplicación únicamente en partidos oficiales, y no en otras actividades relacionadas con el fútbol (como entrenamientos, actividades promocionales y gestiones administrativas)”. La acción permitió que, al menos, Suárez pudiera entrenar con el Barcelona, que lo había fichado en julio y tuvo que esperar a octubre para verlo debutar con la camiseta blaugrana.

Una vez conocido el fallo, en conferencia de prensa, Tabárez habló de la “severidad excesiva” de una sanción “mucho más volcada a las opiniones de la artillería mediática que explotó inmediatamente después del partido”. También habló de la teoría del chivo expiatorio, de una sanción ejemplarizante que busca evitar que se repita una conducta considerada negativa, y cuestionó su efectividad. “No estoy justificando nada y no creo que no se deba sancionar, pero siempre se debe dar una oportunidad al que se equivoca”, añadió, antes de brindar su apoyo al jugador y renunciar a sus posiciones dentro de la FIFA en el Grupo de Estudios Técnicos y en la Comisión de Estrategia.

Las imágenes de Suárez saliendo cabizbajo de la concentración uruguaya en Natal aquel 26 de junio, así como las del rostro impávido de la responsable de la Comisión Disciplinaria de FIFA leyendo la sentencia no serán fácilmente olvidadas por los uruguayos. Tuvieron que pasar dos años -con una Copa América de por medio- para que el goleador volviera a ponerse bajo las órdenes del maestro Oscar Tabárez. Increíblemente, fue en Brasil, el mismo sitio del que se tuvo que ir expulsado en 2014 por la implacable acción de FIFA.