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La Chica del Banquillo: Cómo llevar un Balón de Oro en un avión trasatlántico

ESPN

Tengo el Balón de Oro de Cristiano Ronaldo en las manos. Acaba de ganarlo, y me pidió que por favor se lo sostuviera mientras le concedía una entrevista a mi compañero de ESPN Martín Ainstein. Me hubiese gustado hacer las preguntas, pero en esto del periodismo -a veces- hay algo llamado meritocracia y es Martín quien cubre regularmente al Real Madrid. Yo, para CR7, soy una cara desconocida, mientras que Martín tiene alguna confianza con el 'Bicho'. No pasa nada. Esperaré mi momento. Mientras, observo y aprendo. Es lo que haces cuando estás ante dos de los mejores de la industria.

El trofeo bañado en oro pesa poco más de siete kilos, dato que compruebo al levantarlo. Me ayudo apoyándolo sobre la baranda, no quiero que me suceda lo que a Sergio Ramos cuando tiró la Copa del Rey de 2011, y terminó pasándole por encima el autobús. Una imagen que, por cierto, vi como fan desde la tele de un hotel en Valencia, España, mientras empacaba las maletas para tomar un tren y regresar a Madrid, luego de haber presenciado aquella final en Mestalla ante el Barcelona. No conseguí regresar a tiempo para las celebraciones.

El Balón de Oro de 2014 reposa en mis manos, sobre la barrera metálica que nos separa de la alfombra roja por la que hoy han pasado previamente Marta, Messi vestido de Dolce, Sergio Ramos, a quien entrevisté, Joachim Löw, ganador de la noche y el 'Cholo' Simeone, uno de los nominados. Marta me sonríe a la distancia, una manera de disculparse conmigo. Intenté entrevistarla a su llegada al evento, pero ambas nos ocupamos: ella con una televisora de Brasil y yo con la estadounidense Abby Wambach. Ya no pudimos coincidir. Al igual que con Cristiano aún tengo esa tarea pendiente.

Todo aquel que presume de ser alguien en el fútbol ha pasado hoy por aquí. El dato del peso del trofeo evidentemente lo sé de memoria. Lo he estudiado, junto a otros datos, durante las más de quince horas de viaje desde que salimos de México, con escala en Frankfurt, hasta llegar a la tranquilidad de Suiza. Un lugar opuesto a la CDMX. No hay tráfico, no se escucha un solo ruido. Caminamos desde el hotel hasta el escenario del evento, un recorrido de diez minutos enmarcado por los Alpes y el río Limmat. La vista es tan perfecta que parece una pintura.

En el aeropuerto de Frankfurt un ejemplar del diario Bild hacía de pitonisa al señalar que Cristiano se llevaría el reconocimiento. Era el gran favorito, en un año mundialista. No le daban chance al chico de casa, Manuel Neuer. Tampoco a Messi. No hubo sorpresa. Cristiano ganó su tercer reconocimiento como el mejor futbolista del planeta. Es enero de 2015 y aún no lo sabe, pero lo volverá a ganar en 2016 y 2017. Una de las preguntas que le realiza Martín se enfoca en la celebración. Un “Siuuuuuu” que dio la vuelta al mundo, volviéndose viral. Nada, dice, es un guiño hacia sus compañeros del Real Madrid. Algo del entrenamiento, confiesa y ríe. En ese momento desconoce que el sonido se convertirá en su grito de guerra. En una marca registrada. En una seña de identidad. Este hombre sabe de mercadotecnia. Ese espacio abierto por David Beckham para los futbolistas, un universo multimillonario que hoy domina el portugués.

Termina la entrevista y CR7 se marcha. Está pletórico, a todos sonríe. Acepta cada una de las entrevistas. Tan emocionado que rozó lo desprendido. Sí, tengo el Balón de Oro en mis manos, y Cristiano Ronaldo se fue. Me pregunto si cabrá en el compartimiento de equipaje de un avión trasatlántico. Recuerdo la anécdota de Rafa Nadal, saliendo de Barcelona de ganar el torneo Conde de Godó, tomar un avión comercial y encontrarse con el problema de que el trofeo no cabía en la sombrerera. ¿Me pregunto, cabrá el Balón de Oro? Rápidamente le grito a Cristiano. “¡Hey! Tengo tu trofeo”. Y se regresa a buscarlo. Supongo que un buen souvenir fue regresar a casa con la anécdota y con el sueño pendiente de, algún día, entrevistarlo. Supongo que luce más en el museo de Cristiano que en la sala de mi depa.