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El otro Maradona

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La última morada del más grande: ¡Hasta siempre, Diego! (1:57)

Maradona llegó a Bella Vista, donde descansará por la eternidad junto con sus seres queridos. Emotiva despedida del pueblo para su capitán. (1:57)

LOS ÁNGELES -- Mientras más poderoso es el hombre, más generosos son sus ángeles, pero, también, más implacables son sus demonios. Cohabitan, sin destruirse, en un acto de consternación absoluta. ¿Se puede ser tan gentil y se puede ser tan desalmado?

Diego Armando Maradona no puede ser la excepción. Futbolista de extraordinario talento, capaz de transformar una pelota en una musa y un juego de futbol en una sinfonía. Es el mejor jugador argentino de la historia y el segundo mejor del universo fascinante del futbol. El número 10 debería ser retirado de la albiceleste. No hay y no habrá quien pueda vestirla de nuevo con esa personalidad, ese temperamento y ese amor incondicional, suicida.

El mundo se colapsó de dolor el 25 de noviembre. Maradona había muerto. El universo fue una iconografía de veneración a D10s. Un retablo magnífico, sin fronteras, desde murales en las ruinas en Beirut hasta las zonas limítrofes de El Vaticano.

D10s más cerca que nunca de Dios; D10s, más lejos que nunca de Dios. El primero en advertir sobre las emboscadas aledañas al éxito en el futbol, había sido Pelé: “Es un gran jugador, tiene una gran calidad, pero no creo que psicológicamente esté preparado para todo lo que le rodea”.

Porque la vida de Diego Armando Maradona es una secuela dramática y vívida de Doctor Jekyll y Míster Hyde. La paz y el terror; la ternura y la violencia; el amor por la vida y el desamor a través de la muerte. La mano que cautivó al mundo haciendo de la trampa una amnistía del gol, y la mano que con fruición llevaba un sorbo de escapismo blanco a retintinear de júbilo en el laberinto enfermo de su cerebro.

Incluso, mientras su cuerpo reposa, su muerte aún convulsiona su entorno. Sigilosamente, la familia empieza a discrepar sobre la herencia de Diego, mientras el médico Leopoldo Luque prácticamente es imputado del fallecimiento de Maradona, como si él y la enfermera Dahiana Madrid tuvieran facultad bíblica para resucitarlo al tercer día.

NÁPOLES… SODOMA Y GOMORRA

Diego Armando Maradona se sumergió en los dos paraísos, el del futbol y el de la perversidad, en la ciudad de Nápoles. La camorra, la poderosísima mafia de la región empezó a seducirlo. Pero, ya llegaba a la ciudad de los vicios privados y las virtudes públicas con la adicción a cuestas. Él mismo revelaría su primer contacto con la cocaína en Barcelona: “Me sentí Supermán”, dijo en uno de los documentales sobre su vida.

Nápoles trastorno su vida. “El equipo más pobre del mundo, compra al jugador más caro del mundo”, describieron los medios, la ecuación más inusitada en el futbol en ese momento. ¿De dónde saldría semejante cantidad de dinero? Había una respuesta hecha susurro, calladita como murmullo incómodo. Sin embargo, en su momento, su representante Stéfano Ceci, dijo a CNN que Diego “no está involucrado con la Camorra napolitana y nunca ha sido condenado por un tribunal por apoyar a los miembros de la Camorra”.

Mujeres, droga, alcohol, extravagancias culinarias. Nerón y Calígula, siglos después. El arcón de los excesos de la lujuria, de los estupefacientes, de las odaliscas, le fue entregado a Diego Armando Maradona en Nápoles. Sin desembolsar un centavo. ¿De dónde llegaban semejantes ofrendas?

“Jamás le pedí nada a la Camorra. Sólo me dieron la seguridad de saber que no le ocurriría nada malo a mis dos hijas”, explicaba Diego en diferentes entrevistas. Pero, Pío Vittorio Giulianno y sus hijos Carmine, Luigi y Erminia sabían que eran dueños de las debilidades de Maradona. Y eso encajaba perfectamente con el negocio de las apuestas en Italia. “Él (Diego) haría cualquier cosa por cocaína y sexo, incluso entregar el campeonato del Nápoli”, aseveraban los Giulianno para patentizar la amistad, la dependencia y el control que tenía Erminia sobre el futbolista.

Según diversos documentales, entre los cuales sobresale el de HBO, realizado por Asif Kapadia, ganador del Óscar, de ahí se desprende una frase: “Futbol de jueves a domingo y cocaína de lunes a miércoles”. Y revela: “El problema es que una vez que confías en la Camorra, pasas a ser de su propiedad”. Y lo fue. Mientras le fue útil.

Reventó ese paraíso hedonista, ese mundo que le parecía magníficamente perfecto, por su lealtad al único y genuino amor de toda su vida: la selección argentina. En el Mundial de 1990, en Italia, debió enfrentarse a la Azzurri. Al momento de los himnos, una silbatina ensordece la melodía albiceleste. “Hijos de pu…”, se lee repetidamente en labios de Maradona. Minutos después confirmaría su fidelidad, su lealtad, a la camiseta de su país. En el Estadio de Sao Paolo, desde el manchón, aniquiló a su patria adoptiva.

Y entonces, del romance al despecho. Acoso, persecuciones, detenciones, teléfonos intervenidos. Las autoridades italianas habían decidido fulminar a la Camorra a través de su hijo predilecto. Maradona no encontró reposo. Intentó huir de Nápoles. Había doble cerrojo en la puerta de escape. Las llaves, los grilletes, los tenían la Familia Giulianno y Corrado Ferlaino, cabeza del Nápoli.

Presionado por otras facciones de la camorra napolitana, el Clan Giulianno rompió con Diego. No hubo más suministro. La ciudad entera le cerró las puertas. No más mujeres y no más droga. Estaba acabado. Nápoles pasó de ser el paraíso, a un infierno. Sevilla fue su ruta de escape, mediando una suspensión de FIFA.

Sin embargo, de la burbuja prohibida en que se había inmerso en Nápoles, ya no había escape. Sin droga, comía y bebía sin límites. El organismo del atleta prodigioso empezó a atrofiarse. El talento ahí estaba, permanecía, pero era imposible llevarlo a ese extremo de excelsitud que reclamaba la cancha con la erosión con la que había socavado Míster Hyde, la vida del Doctor Jekyll.

VENDETTAS…

Maradona aseguraba que sólo había habido un amor en su vida: Claudia Villafañe. Pero, su versión más abyecta hizo valer todo su poder contra ella, e incluso, en procesos legales, contras sus hijas Giannina y Dalma, cuando intentaron recuperar el control sobre su vida y ayudarlo a salir de la adicción.

Diego Maradona Sinagra nació fuera del matrimonio. Debieron pasar 29 años para que fuera reconocido por Diego. Jana Maradona Sabaláin debió esperar 16 años para recibir la bendición legal. Diego Fernando Maradona Ojeda, de siete años, sería el quinto hijo oficializado, aunque sus allegados afirman que en Cuba hay al menos tres frutos más de sus relaciones, y a las que nunca quiso darles su apellido.

Parecía que El Pelusa buscaba afanosamente una mujer, una familia, un hogar, pero incapacitado para entregar todo el amor, la devoción y el compromiso que semejante anhelo implicaba. Giannina y Dalma, en los momentos más amargos en la relación con Maradona aseguraron que su padre prefería otro tipo de relaciones, en aparente referencia a sus adicciones, sus excesos y sus debilidades.

Fue un grito silencioso de su declaración de prioridades: sólo le fue fiel a la selección argentina. Por ello, se abstenía del consumo de sustancias cuando el momento deportivo lo exigía.

LA DESVENTURA DEL BIENAVENTURADO…

26 de abril de 1991. Calle Franklin en el vecindario de El Caballito, Buenos Aires. La policía federal custodia a un personaje de rostro universal. Diego Armando Maradona estaba esposado y había sido detenido. Dimas y Gestas al lado del D10s del futbol. Ricardo Ayala y Jorge Pérez fueron detenidos también. En el interior de un departamento se había encontrado droga. “Déjenme dormir”, era la súplica del jugador.

Maradona había sido suspendido por la FIFA, por 15 meses, después de dar positivo tras un examen realizado el 17 de marzo de 1991, al término de un Napoli contra Bari. Su exilio, su marginación de las canchas, la vivía en Buenos Aires. La cacería la había iniciado días antes la Superintendencia de Drogas Peligrosas. El jefe del operativo, Jorge Alberto Chiossone, sólo reportó “tres sospechosos con posesión de cocaína”, aunque inicialmente los reportes hablaban de paquetes de droga, arrojados por la ventana del departamento. Finalmente, salió libre con una fianza de 20 mil dólares y no se siguió una causa judicial.

Años después, ya retirado totalmente como jugador, Maradona quiso desintoxicarse en Cuba. Fue un biombo de mentiras. Circularían en medios mexicanos, fotografías y testimonios de cómo, presuntamente, en la misma clínica de rehabilitación, tenía acceso a momentos de libertinaje con drogas y mujeres, aunque especialmente se vinculó con Adonay Fruto, una rubia cubana, de quien se aseguró que había perdido a gemelos, producto de su relación con Diego, al tropezarse, mientras huía de una reportera argentina.

VIVENCIAS…

Durante y después del Mundial de México, este reportero vivió de cerca momentos específicos de ese otro lado de Maradona.

Luego de coronarse campeón en la Copa del Mundo 1986, el laboratorio antidopaje se quedó esperando a la delegación argentina. Entre los sorteados, estaba Diego Armando Maradona. Pero nunca llegó. Tras ser condecorados, se dirigieron rumbo al aeropuerto. Los esperaba un avión con destino a un monumental manicomio en Buenos Aires.

Semanas después, en julio de 1988, este reportero contactó finalmente a Aurelio Pérez Teuffer, encargado del laboratorio antidopaje en el Mundial de México. No fue fácil localizarlo. Su secretaria rebotaba, primero amablemente, y después hoscamente, cada llamada. Finalmente, un día, hubo suerte.

“¿Por qué no se hicieron los exámenes antidoping a la selección de Argentina?”, se le preguntó.

“¿Cómo sabe usted que no se hicieron?”, espetó Pérez Teuffer.

“Lo confirmó la gente del laboratorio en el Estadio Azteca”, se le explicó.

“Los estuvimos esperando. Y nunca llegaron. Cuando quisimos llevarlos, ya estaban viajando a Argentina. ¿Qué íbamos a hacer? ¿Contento?”, dijo ásperamente con ese tono de voz imperativo que usaba cuando la cortesía quedaba de lado para el doctor Pérez Teuffer, un personaje siempre caballeroso.

“¿Ha sabido de algún campeón del mundo al que se le haya hecho el examen antidoping?”, agregó para dejar en claro que no era la primera vez ni sería la última.

--¿Quiénes fueron los jugadores sorteados?

“Eso no se lo voy a decir. Eso debe informarlo FIFA. FIFA fue notificada de esto y FIFA no hizo nada. Su minuto terminó. Gracias”, y enseguida estalló ese zumbido largo de que la llamada había terminado, el minuto del reportero había terminado.

¿Y DIEGO, DÓNDE ESTÁ…?

27 de julio de 1986. Abarrotado el Rose Bowl de Pasadena. América contra el Resto del Mundo. Diego Armando Maradona, amo y señor del futbol en ese momento. Recibiría reconocimientos del deporte e incluso del Condado de Los Ángeles.

Concluido el compromiso, era tiempo de vacacionar con la familia. Afuera del hotel, aguardaban camionetas y limusinas para llevar la troupé al aeropuerto el mediodía de ese 28 de julio. “Vamos, vamos”, agilizaba las maniobras Claudia Villafañe para la caravana maradoniana. “Y Diego, ¿dónde está?”, pregunta Claudia. Nos alcanza allá, tiene cosas pendientes.

A unos metros de ahí, Maradona caminaba con Guillermo Cóppola, su representante, rumbo al bar del hotel. Ahí aguardaban tres rubias, altas, jóvenes, argentinas, modelos. La caravana familiar partía rumbo al aeropuerto. Cóppola, Diego y las tres mujeres se metieron al elevador del hotel, luego de varios minutos de estar charlando.

Un genio. Inigualable dentro de la cancha, el mejor argentino de todos los tiempos. Ése es el Diego que la gente ha eternizado. El otro, del que se han narrado apenas algunos momentos aviesos, ése se lo engullen, sin duda, las enormes alegrías que dio al mundo del futbol. No hay ángel sin demonio. Y mientras más grandes son las bendiciones del primero, más implacables son las maldiciones para el segundo.