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Una final embrujada

ESTAMBUL (ESPNdeportes.com) -- El Liverpool es el nuevo campeón de la UEFA Champions League. Se coronó en Estambul, luego de vencer al AC Milan en la definición desde el punto del penal. El partido, luego de los 120 minutos de los tiempos reglamentarios y alargues, había terminado empatado 3-3, de manera casi increíble.

EL PARTIDO
En efecto, el Milan se retiró en los vestuarios, luego de los primeros 45 minutos, en ventaja por 3-0, gracias al gol tempranero de Paolo Maldini y al doblete del argentino Hernán Crespo, luego de impartir una verdadera lección de fútbol a sus rivales. Pero en la segunda etapa, en apenas seis minutos fatales, entre el noveno y el decimoquinto, el Liverpool logró igualar el marcador, con tantos de Gerrard, Smicer y Xabi Alonso, para luego defender ese resultado por una larguísima hora de juego.


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Es triste perder una final por penales, pero hay una justicia en ello: así como el Milan se había coronado por esa vía en Manchester, antes la Juventus, así la "lotería" en este caso le fue desfavorable ante el Liverpool, que curiosamente había logrado su último título de campeón de Europa de la misma manera, en 1984 ante la Roma.

En suma, lo que los penales habían dado, esta vez lo quitaron, y visto que se trata de una definición en la que la suerte es reina, nadie puede quejarse o pretender de ser siempre besado por la Diosa vendada.

La verdad es que el Milan jamás debió haber llegado a esa instancia: dominó el encuentro, pero tiró por la borda una temporada entera en seis minutos de inexplicable black out. Las lágrimas de Shevchenko y sus compañeros, al final, estaban absolutamente justificadas, pero algo está muy claro: ellos lloraron por sus propios errores.

Como comentaristas, nos queda una pequeña satisfacción: el partido reflejó fielmente el libreto táctico que habíamos imaginado en nuestra columna de análisis previo.

Por ejemplo, habíamos dicho que el Milan, en nuestra opinión, iba a ganar fácilmente este partido, indicando por otra parte las claves de la táctica rossonera, y el primer tiempo cumplió en un 100 por ciento esas previsiones: las aceleraciones verticales de Kaká, la habilidad de Crespo y Shevchenko en los espacios, el dominio del balón que estuvo casi siempre en la mitad de cancha del Liverpool fueron las armas con las que el Milan destrozó en esos 45 minutos al rival.

Los rossoneros debieron inclusive haber ganado esa etapa por un gol más, que quizá hubiera cambiado la historia, el anotado por Shevchenko y anulado de manera absolutamente equivocada por el referí, quien le hizo caso a la bandera levantada de su juez de línea a pesar de la posición regular del delantero.

Obviamente, el hecho de que Maldini anotara en el primer minuto le hizo las cosas mucho más fáciles al Milan: se abrieron esos espacios que, de otra manera, difícilmente hubieran estado disponibles, y con espacios el Milan es realmente una máquina imparable.

Por otra parte, en esos 45 minutos quedó demostrado que al Milan no se le puede jugar sin faltas: si Kaká logra arrancar en velocidad, luego no hay más manera de pararlo. Eso explica porque en el torneo local al brasileño le resulta mucho más difícil desequilibrar: en Italia, lo bajan antes de que tome velocidad...

Hubo un momento tópico en el encuentro, al comienzo de la segunda etapa: otra vez Kaká se fue en velocidad, y fue bajado por el último hombre un par de metros antes de ingresar al área. Ahora bien, más allá de que posiblemente el infractor debió ser expulsado (ni siquiera fue amonestado, y eso habla a las claras del arbitraje del señor Mejuto, realmente no a la altura de las circunstancias), en esa ocasión el Milan desperdició la chance demostrando mucha presunción. Desde esa posición, para Andrea Pirlo es casi un penal, pero como Shevchenko tenía ganas de hacer un gol, y los jugadores creían ya acabado el partido, lo dejaron rematar al delantero, un buen disparo por cierto que el arquero Dudek, verdadero héroe de la noche, desvió al tiro de esquina.

También habíamos dicho, en el comentario previo, que el Liverpool era capaz de llamarazos ofensivos en gran velocidad, como había pasado en el primer tiempo ante la Juventus y el Chelsea, y habíamos advertido el Milan de no distraerse en los primeros minutos del encuentro. Bueno, lo que no había pasado al comienzo pasó en esos fatales 6 minutos del complemento: el Liverpool produjo esa aceleración brutal, y el Milan se fue de la cancha.

Podría decirse que el segundo gol estaba viciado por un off side claramente señalado por el línea en la jugada previa (pero Mejuto, increíblemente, no se dio cuenta), o que el penal del tercer gol fue muy dudoso, pero la verdad es que un equipo que quiere ganar la Copa no puede desaparecer de la cancha por varios minutos.

Lo peor del caso fue que el Milan, luego de la tormenta, "volvió" como si nada hubiera pasado, y siguió haciendo el gasto del partido. Claro que ya no estaban los espacios del primer tiempo, y tampoco la brillantez atlética, por cuanto el Milan no pareció en peores condiciones físicas que los rivales, al punto de que los dos alargues fueron casi un monólogo de los rossoneros, con el juego cortados en varias oportunidades por los calambres de los rojos ingleses.

LA MORALEJA

No sería justo decir que el Liverpool fue más que el Milan, ni que mereció el triunfo: en un balance total de los 120 minutos, el equipo italiano fue muchísimo más por 75 (primer tiempo y suplementarios), bastante más por otros 25 (final de la segunda etapa) y desastroso en esos 6 increíbles minutos. También las ocasiones de gol fueron muchas más en favor del Milan, y Shevchenko tuvo en su cabeza y en su pies, en forma consecutiva y justo al final del juego, la doble ocasión de ganar la Copa, que desperdició de manera inexplicable, más allá de las fantásticas atajadas de Dudek.

Además, dos veces los defensores despejaron sobre la línea remates con destino de gol (uno de Crespo, de cabeza, y otro de Shevchenko, de zurda).

En cambio, el Liverpool acertó las pocas que tuvo, y por el resto se dedicó a defender ese empate, apostándole todo a la lotería de los penales.

Por eso, en nuestra opinión, la definición más correcta de los ocurrido, la moraleja del encuentro, sería esta: más que haberlo ganado el equipo inglés, fue el Milan quien lo perdió.

Paradójicamente, en efecto, el Milan demostró en este partido de ser el equipo más fuerte de Europa, con ese primer tiempo de novela, pero también el más estúpido, porque nadie más hubiera logrado despilfarrar tan alegremente un triunfo seguro y el trabajo de una temporada entera.

Por otra parte, las lágrimas no pueden hacer olvidar un hecho real: varias veces a este equipo le ha ocurrido lo mismo. Pasó en La Coruña en la temporada pasada, pasó en Eindhoven ante el PSV hace pocos días, aún cuando en esa ocasión el cabezazo milagroso de Massimo Ambrosini arregló los daños producidos por la actitud inexplicable del equipo.

¿Qué no vamos a decir nada del Liverpool? Como no: vamos a usar, palabra por palabra, cuanto dicho luego de la eliminación de la Juventus a manos de los ingleses.

En aquel entonces escribimos: "Queda la amargura de haber perdido una excelente ocasión ante un equipo bastante mediocre como es el Liverpool: un equipo inglés, dirigido por un técnico español y que vino a Turín a jugar en el peor estilo italiano, ese "catenaccio" que en Italia le da vergüenza usar hasta al equipo más débil".

Bueno, cambien la ciudad - Estambul en lugar de Turín - pero el concepto queda casi igual. En este caso, por un lado el Liverpool fue superado ampliamente en cuanto a juego, algo que en Turín no había ocurrido, y por el otro demostró realmente un carácter indomable y un orgullo sensacional.

Además, y no es un detalle menor, hay que reconocer que aún en el peor momento, cuando el juego del Milan se parecía a una aluvión, los jugadores del Liverpool nunca practicaron juego violento o poco deportivo.

Así como no festejamos en su momento al triunfo de Grecia en la Eurocopa 2004, así ahora no nos sentimos de alegrarnos por este éxito del Liverpool: orgullo, caracter, corazón, todo muy cierto, pero por suerte el fútbol, el que nos gusta a nosotros, es otra cosa.

Otra cosa que quedó atrapada en esos espléndidos cuanto inútiles 45 minutos iniciales.

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