Carlos Delfino corre a cancha abierta. Estamos en 2013, es el Juego 4 de primera ronda de playoffs entre Houston Rockets y Oklahoma City Thunder en el Toyota Center. Kevin Durant, a la distancia, mide el inevitable encuentro. Es un duelo de Western, dos cowboys en un cruce de miradas que será explosión e implosión. Una jugada con dos víctimas. La explosión en las tribunas primero, con una volcada fantástica de Lancha sobre Durántula, leyenda de la NBA. Y después, la implosión en el pie del propio Delfino: una rotura que le provocó siete operaciones, que truncó su camino, que lo tuvo 1000 días sin jugar y lo obligó a emprender su propio camino de introspección. Su propio sendero de humildad. Un vía crucis para devolverlo al juego primero, a la Selección después.
De tenerlo todo a no tener nada. De tener nada a volver a tenerlo todo. Con otros ojos. Con otra mirada. Del ruido al silencio y del silencio a los últimos aplausos.
Delfino anunció su retiro en octubre de 2025. En su recorrido mágico, hay enseñanzas implícitas. Mensajes intrínsecos que quedarán grabados sobre piedra para quienes porten luego su bandera. Quienes acompañen su legado. El primero, no bajar nunca los brazos. El segundo, jugar a máxima intensidad las veces que toque. Porque en esa volcada se vio su impronta: atacar siempre, rendirse jamás. Como en sus primeros años en la Generación Dorada. Como en su versión superestrella en Beijing 2008.
Como en su esperado regreso en Río 2016.
Carlos Delfino, un artista con el balón en sus manos
Delfino vivió todo como deportista. De niño prodigio a atleta NBA. De promesa en la Selección a referente máximo. De sentirse en la cima del mundo a caer al pie de la montaña para empezar de nuevo. Son pocos, muy pocos, los que conservan la humildad de avanzar convencido cuando el viento golpea fuerte sobre el rostro.
Si Pepe Sánchez fue el cerebro, Manu Ginóbili el virtuosismo, Luis Scola la pertenencia, Alejandro Montecchia el altruismo, Fabricio Oberto el trabajo y Andrés Nocioni el carácter, Delfino fue, para la Generación Dorada, la técnica y la elegancia. Una mecánica de tiro fina, una muñeca de seda, una calidad suprema para articular los movimientos más básicos de este deporte. Observar la aplicación de sus movimientos fue siempre una invitación al perfeccionismo de la forma. La sonrisa de hermanar la intención con el contenido. La combinación perfecta de la literatura con la matemática. De la poesía con la geometría: ángulos imposibles, desplazamientos surrealistas, jugadas infinitas. Para él y para los que supimos disfrutarlo a la distancia. Abrazarlo en silencio. Fue deporte-arte en expresión continua: se puede anotar de cualquier manera pero pocos pueden hacerlo con la dulzura, la suavidad, la fineza de Carlos Delfino. Bandejas, volcadas o tiros: cada pincelada de su juego fue bella. Fuimos testigos privilegiados: en el televisor que toque, fue siempre descubrimiento. Algo así como espiar por el ojo de la cerradura a Paul Cézanne dibujar paisajes en Montmartre.
Fueron 27 años como profesional. De Círculo Israelita Macabi de Santa Fe, a sus seis años, a la despedida en Benedetto Cento 37 años después. Fue el nacimiento del sueño en Unión, con paso por Libertad, alas desplegadas en Reggio Calabria y explosión definitiva apenas un año antes del oro olímpico en Atenas. Liga Nacional, básquetbol europeo y finalmente NBA. El primer argentino en ser elegido en una primera ronda de Draft, confirmando su impronta de talento novel. Detroit Pistons, Toronto Raptors, Milwaukee Bucks, Houston Rockets. Su carrera fue encontrando oro paso por paso, como si la vida fuese lógica, como si el destino hubiese estado escrito de antemano. Su talento lo convirtió, por ocho años, en una divinidad. Su pie le recordó, a tiempo, que era humano.
Delfino es el último eslabón del más maravilloso equipo que dio el básquetbol argentino: la Generación Dorada. Artista de los cielos, mano de fuego, Lancha será por siempre la síntesis del juego vestido de frac, galera y bastón.
No se trata solo del qué, sino también del cómo.
Ya lo dijo alguna vez Giorgio Armani: "La elegancia no es darse a notar, sino ser recordado".
