Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo. Abraham Lincoln
Hace cinco años, cuando apenas tenías 25 años, Saúl, e ibas camino de convertirte en el rostro del deporte, te escribí una misiva. Entendía entonces que aquellos que te rodeaban atentaban contra tu legítimo deseo de erigirte en el más grande boxeador del atestado olimpo mexicano.
Te sugerí: "escoger el camino fácil te proporcionará millones. Mas escoger el camino correcto te brindará los dólares y te colocará, cuando menos, al lado de las grandes leyendas del boxeo azteca".
Hoy, Saúl, eres la cara del boxeo. Eso es indudable. Nadie puede discutirlo. Y quién se atreva, solo tiene que echarle un vistazo a tu tarjeta de débito. Ninguno de tus colegas de profesión siquiera te hace sombra. Eres el lado A, B y C... y después la plebe.
No hace tanto, dijiste algo cierto, "si fuera fácil, todos tuvieran lo que tengo". No te equivocas, esa es una verdad más grande que un templo. Pero como cinco años atrás, no son pocos los que siguen criticando tus logros.
Y, Saúl, no es por envidia o mala fe.
Sin quererlo, o queriendo, has dado margen a esa corriente de pensamiento.
Cómo llegaste a la élite deja mucho que desear. Era secreto a voces, como te escribí en 2016, que tu apoderado, Óscar de La Hoya, estaba moviendo todos los hilos posibles para construirte un resumé que nadie pudiera pasar por alto. Mezcló a obreros del ring y veteranos de renombre, que estaban de salida, en tu camino. Así logró el objetivo de agrandar tu hoja de vida. Además, y algo que es muy loable, te brindó la carretera necesaria para que fueras desarrollando tus habilidades en este rudo deporte.
Y no se puede negar, Saúl, eres un superdotado, aunque hayas preferido tomar el camino fácil. Usas a tu antojo, el sendero que tanto criticaste del único que te derrotó -oficialmente-, Floyd Mayweather Jr.
Has superado a Floyd. Te has paseado por cinco divisiones y tienes cinturones mundiales en cuatro de ellas: superwelter (154 libras), mediano (160), supermediano (168) y ligero pesado (175), a pesar de que en las dos últimas tus oponentes te superan ampliamente en tamaño -apenas mides 5'8 (1.74 metros)- peso y pegada. Aun así, has logrado vencerles sin mucho apremio.
Eres muy, muy bueno, Saúl, pero no hay que exagerar.
Desde hace mucho tiempo me resulta sospechosa la tendencia a la amnesia boxística de casi todos los boxeadores que pelean contra ti. Lucen intimidantes ante otros oponentes y cuando llegan a tu feudo se convierten en, como diría Piolín: "lindos gatitos". Alfredo 'El Perro' Angulo, James Kirkland, Liam Smith, Rocky Fielding, Daniel Jacobs, Sergey Kovalev, Callum Smith y, por último, Avni Yildirim.
Todos tuvieron en común que contigo obtuvieron la mayor bolsa de su carrera y probablemente fueron víctimas de cláusulas, que en la mayoría de los casos no salieron a la luz pública y les colocaron en desventaja competitiva.
El ruso Sergey Kovalev se encargó de desatar los demonios de algo que se sospechaba, pero de lo cual no había pruebas concluyentes.
"En las condiciones en que acepte la pelea, en la categoría de peso y tiempo de preparación, esta victoria no era posible. (...) El deporte profesional es un trabajo. No estoy en este deporte por medallas o premios, estoy en este deporte para ganar (dinero). Sería una tontería rechazar una oferta económicamente tan ventajosa, por supuesto que la acepté. Las personas que creyeron en mi victoria son ignorantes de este deporte. Aquellos que hicieron una apuesta por mí y pusieron dinero en mí: su avaricia les jugó una mala pasada (...). Para mí, esta pelea fue interesante solo desde un punto de vista financiero".
Saúl, más claro, imposible.
Si pusiste ese tipo de condiciones a un campeón probado (que ostentó los títulos ligero pesado de los cuatro organismos sancionadores más importantes y que era conocido como El Triturador --al punto que lamentablemente, uno de sus rivales, Roman Simakov, perdió la vida tras enfrentarle en el cuadrilátero--), que no le impondrías al resto de los mortales.
Hay un viejo axioma que funciona para todas las esferas de la vida: el que paga... manda.
Aunque tú solo no tienes la culpa. Los medios también han hecho su parte en construir la monstruosidad en la que te has convertido. Con tal de no perder la exclusiva con el rostro del boxeo, olvidaron aquello que enseñan en el primer año de la carrera de periodismo: la objetividad.
Yo tú, apartaría a todos esos, dícese comunicadores, que con tal de no perder tu amistad y las exclusivas venden su alma al diablo y son incapaces de opinar o hacer (y voy a parafrasear una de las frases más prostituidas e insípidas en la era moderna del boxeo) las preguntas que la gente quiere escuchar.
Y si fuera poco, Saúl, en arrebatos de inmodestia, aseguras que aquellos que no te apoyan no saben nada de boxeo. Puede ser, te doy el beneficio de la duda, pero recuerda que tu trabajo es entretener a esos que, según tú, no sabemos un ápice de este deporte.
Y en algo tienes razón, la gente -entre los que me incluyo- no sabe de boxeo, solo así puedo entender que seas el Top Dog con tantos antecedentes que alimentan la duda.
De los organismos, no perderé el tiempo en escribir. Sabes, y sabemos, que no son confiables. Crean cinturones, aceptan tus condiciones, se hacen de la vista gorda, colocan a un bulto de mandatorio... Simplemente apestan. Y están hundiendo el deporte.
Y cierro esta misiva apropiándome de una frase muy utilizada en tú gran país, que es una verdadera fábrica de grandes boxeadores, para responder a tu afirmación de que estás construyendo un legado para ser el mejor mexicano de la historia:
¡No manches, wey!