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Aliendro, un crack tardío que es el corazón del River campeón de Demichelis

@RiverPlate

La de Rodrigo Aliendro en River Plate es una historia de perseverancia. De esas de las que se habla mucho, para minimizar el esfuerzo popular, para instalar un tipo de éxito particular, pero que de tanto en tanto sucede. La de un tipo que se bajó de la moto en la que repartía pizzas para, años después, manejar la locomotora de este lujoso River de Demichelis que acaba de consagrarse campeón de la Liga Profesional de Argentina.

El de Aliendro es el camino a la gloria de un pibe de barrio que luchó mucho, como hacen miles cada día, y consiguió aún más de lo que imaginaba. No lo hizo solo, tuvo el respaldo de muchos que lo ayudaron y confiaron en él. En su talento silencioso y esforzado para sobreponerse a las adversidades y cumplir el sueño de ser futbolista. Cuando le llegó el éxito en un grande como River, recién a los 32 años, una edad donde muchos jugadores ya miran el retiro de reojo, el crack lo tomó con la humildad de los agradecidos.

Aliendro, el corazón de este River campeón

Las personas que colmaban el estadio Monumental estaban por perder la paciencia cuando River, recién a la mitad del segundo tiempo ante Defensa y Justicia, logró ponerse en ventaja. El gol lo marcó Nicolás De La Cruz pero los hinchas, que lo entienden todo, decidieron ovacionar a la figura del partido. De pronto, toda la cancha gritaba por Aliendro.

“Esto es algo único e inesperado. Estoy feliz y súper agradecido a la gente por tanto cariño”, dijo el volante sobre la primera ovación que recibió con la camiseta de River. Ese día, Aliendro empezó a cerrar uno de los arcos narrativos más bonitos de la historia del fútbol argentino reciente. Un cuento de hadas que comenzó en el ascenso, cuando era joven, y lo tiene ahora como galán maduro del campeón argentino de Primera División.

Aliendro siempre dice que no hizo inferiores. Que su camino formal en el fútbol profesional arrancó de grande. Pero en realidad, el diestro de Merlo juega a la pelota por dinero hace mucho más tiempo que la mayoría de los futbolistas. Lo empezó a hacer con las camisetas de “Pinturas El Goyo” o “La Guardia Imperial” en el torneo del Club Cucullú, un campeonato zonal en San Andrés de Giles.

En ese entonces, cuenta Roberto Parrottino en su newsletter para Cenital, Aliendro era un adolescente que no tenía lugar en las juveniles de Chacarita y que aprovechaba su habilidad para llevar dinero a su casa en el popular barrio de Parque San Martín. Todo lo que sabía lo había aprendido de pibe en la Fundación Marcelo Gallardo, fundada en 1999 por otro ídolo de Merlo y uno de los más grandes en la historia de River. Todo un guiño del destino. Allí, como muchos otros chicos, Aliendro pudo jugar y alimentarse. Para devolver la pared ahora, de grande.

De la pesadilla al sueño, Aliendro gambetea al destino

Aliendro recién debutó en Primera División con 20 años. Fue con la camiseta de Chacarita en un partido de la Copa Argentina de 2011. Las cosas no salieron como las había imaginado. El juego terminó 1-1 pero San Lorenzo ganó 3-1 en los penales. El pibe de Merlo fue uno de los que erró su penal en la definición.

“Me acuerdo de que estaba triste y lloraba. De ahí le hicieron contrato y se fue a Ituzaingó”, dice Daniel Leani, formador de cracks en Chacarita, en una entrevista con Lucas Capano para el diario Olé. El ayudante de Fernando Gamboa, que lo tuvo a Aliendro en su regreso al Funebrero, recuerda que, ya entonces, Aliendro mostraba todos sus cualidades: “Era un muy buen jugador. Tenía muy buena dinámica. Todo lo mismo que ahora. Igual. Siempre fue igual. En Chaca jugaba igual que lo hace ahora en River. Excelente persona, buen jugador, buen compañero. Un crack, un pibe divino”.

Después de ese triste debut en Chacarita, Aliendro tuvo que esperar dos años hasta tener la chance de jugar con regularidad. Sucedió en Ituzaingó, a donde llegó a préstamo para jugar en Primera C, la cuarta división del fútbol argentino. En esa época, además de torneos por plata, juntaba dinero como repartidor en una pizzería.

“Dale más plata y bajemos a este pibe de la moto porque es nuestro as”, le pidió Damián Troncoso, DT del Verde al presidente del club. “Le dijimos: ‘Prometenos que no te subís nunca más a la moto, porque si te caés, te rompés una pierna’. Si no venía a Ituzaingó, iba a dejar el fútbol. Es el destino”, le contó Troncoso a Parrottino.

“Siempre fue una persona humilde. Muy predispuesto. En ese momento era un chico que venía a buscar minutos desde Chacarita. Marcaba diferencia y tenía ese potrero que sigue demostrando hoy en River”, dice Oscar Ibáñez, histórico futbolista de Ituzaingó, en diálogo con Olé. El fútbol callejero siempre fue el estilo de juego de Aliendro. Ayer como hoy. “Cuando encaraba o cuando tenía la pelota y no la perdía. El cambio de ritmo, también. Eso era lo que más me sorprendía. Era como si estuviera jugando en el barrio”, agrega Ibáñez.

Ese Ituzaingó terminó descendiendo. Otra vez, todo parecía salir de la peor manera. El equipo se fue a la D pero la carrera de Aliendro, tras una temporada de grandes rendimientos, cambió para siempre. “Llevátelo, que marca, juega y hace goles”, le decía Troncoso al que quisiera escuchar, según le cuenta a Cenital. Tardaron casi dos años en prestarle atención.

Recién en 2016, con 25 años, Aliendro se sumó a Atlético Tucumán para ser parte de un equipo histórico que llegó a jugar la CONMEBOL Libertadores. Poco después, se fue a Colón de Santa Fe para ganar el primer campeonato en la historia del club. Algo había cambiado definitivamente. Ahora, todo parecía salir de la mejor manera.

Aliendro, un talento que no se mide en números

El círculo se cerró en 2021. Gallardo, el de la Fundación donde comía y jugaba, lo llamó para sumarse a la temporada final de un River glorioso. Rodrigo aceptó ilusionado pero el comienzo fue tan difícil como siempre. Dos fuertes golpes, con fracturas incluídas, en un clásico ante Boca y en un partido clave de Copa ante Vélez, marcaron su primer año en el club.

Recién a fines de 2022, Aliendro pudo empezar a mostrar con la camiseta de River todo lo que llevaba años insinuando. Ese potrero argentino que cuando aparece nos hace suspirar a todos. El mediocampista que pisa la pelota con los tapones, gambetea en corto con soltura y asiste con panorama. El que ordena en silencio, siempre bien parado, el que sabe meter y recuperar yendo al piso con igual elegancia amateur.

Este año, ya con Martín Demichelis como entrenador de River, Aliendro asumió mayor protagonismo. Le pasó a otros jugadores, tras la salida de Gallardo, pero a ninguno como al 29 del Millo. El nuevo DT lo eligió para ser el emblema de su estilo juego y para, en varios momentos, suplir al eterno Enzo Pérez como número 5. “El de volante central no es mi puesto, me cuesta un poco y estoy aprendiendo. Sé que tengo algunas falencias porque me gusta jugar más suelto”, admite.

Demichelis doblegó el espíritu libre de Aliendro y construyó a su alrededor el caos organizado que describe a este River dominante pleno de volantes creativos. “Me pide que no me desordene, que tenga un poco más de equilibrio”, revela. De tanto insistir, el DT lo transformó en una pieza clave para el actual campeón del fútbol argentino.

El valor de Aliendro para River no se puede explicar desde los números. Si vamos a las cifras, los dígitos de su campaña en el campeón no son nada llamativos. En todos los rubros es correcto pero en ninguno destaca. Por ejemplo, en la Liga, apenas marcó 1 gol y dio 1 asistencia en 20 partidos. Tocó un promedio de 64 pelotas en cada juego y la entregó bien el 86% de la veces. En la Copa, tiene cifras similares pero hizo más goles, 2, y más importantes, ante Sporting Cristal y The Strongest.

Son cifras interesantes, claro, pero no significativos para un jugador tan importante en River. Lo que aporta Aliendro a este cuadro campeón no está en las estadísticas. Está en sus botines clásicamente negros, en la leve joroba de su figura cuando agarra la pelota y conduce esquivando patadas. En sus desplazamientos premonitorios y su inteligencia futbolística. Es lo que ven los que lo ven jugar. En su potrero eterno, su perseverancia y su amor por el fútbol. Eso que siempre tienen los campeones. Y los que mejor saben hacer esto de jugar a la pelota.