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Messi: La felicidad está en casa

Leo Messi jugó mejor ante Italia que cualquier partido que disputó con el París Saint-Germain durante toda la temporada.

Con la albiceleste se le ve cómodo, disfruta el juego, se sabe querido, sus compañeros lo buscan siempre, respetan su jerarquía, el técnico le otorga absoluta libertad y es el referente absoluto de Argentina…

Es decir, todo lo que no tiene en el equipo francés, en donde está condenado a un rol secundario en aras de que luzca siempre Kylian Mbappé.

Messi no está acabado, en lo absoluto. Cierto, en unos días cumplirá 35 años y el tiempo no respeta ni a los genios; sin embargo, le queda cuerda y nada menos que en Wembley dejó constancia de que su magia está intacta.

Dio un pase de gol tras una acción cerebral y desequilibrante, se sacrificó cuando fue necesario, acaparó múltiples marcas de los italianos, hizo jugar a los suyos, robó un balón en las inmediaciones de su área y hasta se tiró una barrida.

La sonrisa por un nuevo título con su país lo dice todo, pero más allá de la victoria y otra copa, Messi festejó que sigue vigente y viene un semestre decisivo en la parte final de su carrera: la revancha en el PSG, y sobre todo la que puede ser su última Copa del Mundo con una Argentina que aspira a todo.

Aquel héroe extraviado —y hasta abucheado— en París, pasó de la melancolía a la algarabía en Argentina. Y si Messi sonríe, el futbol lo agradece.

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