DOHA -- La Copa del Mundo representa una oportunidad para los pueblos. Una esperanza. Quizás una promesa. Porque detrás del súper profesionalismo y de las obligaciones mercantilistas del fútbol moderno, se esconde la ilusión popular de ser felices. El deseo genuino y comunitario de un rato de goce absoluto, auténtico y total. Por eso es tan importante este campeonato, porque es mucho más que un certamen deportivo. Es el anhelo colectivo y real de un futuro tiempo de dicha.
Hoy, Marruecos es una nación feliz. Y nadie puede discutirlo. Sus problemas sociales, políticos y económicos siguen y seguirán allí, pero aún con todo eso a cuestas su pueblo es un pueblo feliz. Salvajemente feliz. La victoria extraordiaria sobre España en octavos de final desató una alegría fenomenal que comenzó en las calles de Qatar y se trasladó a cada rincón de Rabat, Casablanca y el resto de las ciudades del país. Y también mucho más allá de sus fronteras.
Es que esta victoria resonante es un éxito del que se apropiará el Magreb primero, el norte de África después y todo el mundo árabe al final. Ellos se unieron para ser los verdaderos locales de esta Copa. Así quedó claro desde antes del partido inaugural y así será también en la primera participación de un seleccionado árabe en cuartos de final. Este triunfo impresionante se vive como propio en toda la región.
Se dijo en estas páginas que ser el país anfitrión no es suficiente para ser reconocido como "el local", ya que esto es algo espiritual antes que logístico. Marruecos, Arabia Saudita y Túnez fueron, por cantidad de hinchas en las calles de Doha, y sobre todo por fervor y pasión, los verdaderos animadores del Mundial. Los dueños de casa. A ellos se sumaron egipcios, argelinos, jordanos y palestinos. Entre todos le pusieron color y calor al campeonato, junto con los sudamericanos que llegaron en gran número. La verdadera vida mundialista la encendieron estos hinchas.
La expectativa era absoluta, aunque el desafío era muy difícil. España, un campeón mundial, no se presentaba como un premio muy apetitoso para el ganador de un grupo con Bélgica y Croacia, ni más ni menos. Tras superar a dos semifinalistas de Rusia 2018, el combinado marroquí debía enfrentarse a un candidato indiscutible. Sin embargo, a pesar de los antecedentes y las calidades individuales de ambos planteles, la hinchada marroquí viajó rumbo al estadio de Education City con las expectativas de siempre. O quizás mayores.
Fueron amplia mayoría. En un Mundial en el que los simpatizantes europeos no han venido en gran número, cualquier representante árabe contará con un apoyo muy superior en las gradas. Lo hizo Túnez ante Francia, Arabia Saudita ante Polonia y Marruecos frente a los dos rivales mencionados arriba. Tal y como es costumbre, llegaron tiempo antes y ocuparon ambas cabeceras, con excepción de un pequeño sector español detrás del arco donde se patearon los penales.
La tensión en los 120 minutos fue tan grande como la explosión final. Se sintió en el aire del Education City que algo grande podía ocurrir. El encuentro fue parejo, más allá de la superioridad de la Roja desde la posesión. El combinado de Walid Regragui jugó con carácter, personalidad y concentración total. Así, equilibró la mayor jerarquía del caudro de Luis Enrique, que no pudo lastimar.
Cuando Achraf Hakimi, el ídolo nacional, marcó su penal a lo Panenka, el alarido de las tribunas fue un grito desde las entrañas mismas del pueblo. No fue un festejo de gol, fue la exhalación de la historia en plena ejecución. Yassine Bounou ya había atajado tres penales y ascendía a la categoría de dios cuando el hombre de PSG liquidó la serie y le dio el pasaje a cuartos de final por primera vez a un seleccionado árabe.
Los locales brillan en las Copas del Mundo. Es una máxima que siempre, de una forma u otra, se cumple. Sudáfrica no pudo clasificar en 2010, pero Ghana hizo la mejor campaña africana de todos los tiempos. Algo similar sucedió con México, que cada vez que organiza el certamen se mete entre los ocho mejores, algo que no puede hacer fuera de su casa. También con Rusia, que hace cuatro años cumplió su mejor campaña histórica contra todo pronóstico. Y también ahora, con Marruecos en cuartos de final, algo que solo habían logrado tres equipos africanos, todo de la región subsahariana: Camerún (1990), Senegal (2002) y Ghana (2010).
Tras el partido, la celebración se trasladó al corazón del Mundial, la zona de Souq Wakif. Hasta allí llegaron miles de hinchas, a puro bocinazo en sus autos y en el transporte público. Entonces, los cánticos y las expresiones de alegría continuaron durante toda la noche. Y continuarán hasta el partido contra Portugal.
El pueblo árabe, tan estigmatizado por occidente durante décadas, ha utilizado esta Copa del Mundo para demostrar su fanatismo por el fútbol, la categoría de sus jugadores y la hospitalidad se su gente. Han aprovechado su oportunidad, han enarbolado sus banderas con orgullo, patriotismo y compromiso, y han sido felices. Después de todo, ese es el único objetivo del Mundial.