YAUNDÉ, Camerún -- Cuando salí de mi departamento en Mfandena el lunes por la mañana para cubrir otro día de acción en la Copa Africana de Naciones, sabía que sería difícil lidiar con el calor. Sabía que habría vitalidad. Y sabía que me encontraría el dramatismo de siempre.
Pero no tenía idea de las cosas que habría visto y de las voces aterrorizadas que habría oído para cuando volviera a casa más de 13 horas después, luego del día más angustioso en la historia del torneo, que dejó al menos ocho muertos.
El partido entre Camerún y Comoras había continuado ante nosotros en el palco de prensa mientras las ambulancias llevaban a decenas de personas al hospital. Los que estábamos adentro, no teníamos idea, estábamos concentrados en la cancha. El partido, ganado por los locales, nunca se canceló ni se detuvo a pesar de la tragedia que acontecía afuera.
El principal tema de conversación cuando arrancó el día, y de hecho una de las temáticas más imperiosas en la historia de la AFCON, era la confusión y la contradicción que rodeaba el estatus de los arqueros de las Comoras.
¿Los pequeños isleños, clasificados en el puesto número 132 del mundo y jugando su primera Copa de Naciones, realmente se enfrentarían al anfitrión, Camerún, sin un arquero reconocido? Si un jugador de campo tuviera que hacer de arquero titular, ¿quién sería? ¿Cómo se las arreglaría?
Es testimonio de los horribles acontecimientos que se desarrollaron durante el transcurso de la noche que el espectáculo en la cancha --el esfuerzo de Camerún, el heroísmo de Chaker Alhadhur en el arco, la polémica tarjeta roja de Nadjim Abdou al principio del encuentro-- se convirtió en una nota al pie del peor día en la historia de la Copa de Naciones.
Hacia el final del partido, plagado de historias fascinantes, los verdaderos detalles de la aglomeración de afuera, aquellos que habían perdido la vida y quienes seguían peleando por las suyas, apenas se filtraron a través de murmullos no confirmados de Twitter.
En retrospectiva, se oían sirenas afuera, pero eso no es algo inusual durante los partidos de la Copa Africana de Naciones; habría sido más extraño que no hubiera habido sirenas.
Pensé que estarían escoltando a algún autobús de los equipos fuera del estadio, o haciendo pasar a algún dignatario. No es inusual que la sección VIP se llene con un poco de retraso, y menos aún que los VVIPs se vayan barriendo las migas del buffet de las solapas de sus chaquetas mientras los guían por los escalones alfombrados.
El presidente de la CAF, Patrice Motsepe, reconoció el martes que había llegado al Stade d'Olembe momentos antes del pitido final, atascado en el tráfico.
A esa altura, él habría tenido un panorama más claro que nosotros de las ambulancias que se llevaban a la gente, a las víctimas, a cuatro centros médicos distintos de la capital de Camerún.
Sin embargo, para nosotros dentro de la cancha, no fueron más que sirenas, no fue más que otro partido de la Copa de Naciones, otra oportunidad perdida de Camerún, otro improbable bloqueo de Alhadhur... el gemido de un público que, tras pensar en ello, parecía superar la capacidad de 48.000 personas impuesta por la CAF para frenar la propagación del coronavirus.
A medida que el encuentro llegaba a su fin, una mayor comprensión de los sucesos ocurridos afuera empezó a envolverme.
Un oficial de seguridad me dijo, en francés, que había habido empujones y forcejeos, pero ninguna de estas palabras, traducidas al español, transmiten la amenaza de una "estampida", de "atropello", que es como el gendarme que estaba junto a él, tomando de una botella de agua Tangui y secándose el sudor de la frente, describió lo que había visto.
Esas palabras pintan una historia diferente.
Me confirmó que había habido una aglomeración en la entrada sur, con más personas de las previstas tratando de entrar en el estadio. Una barrera se derrumbó y los que estaban delante cayeron debajo de quienes los seguían.
Confirmó que había habido muertes y que otros fueron llevados al hospital "para salvar sus vidas", pero en ese momento las cifras eran poco claras. Algunos decían seis, algunos decían siete. Luego, un comunicado del Ministerio de Comunicación confirmó el martes que el número era ocho, con siete más en estado crítico. En el centro médico del estadio, unas tres horas y media después del puntapié inicial, los lesionados seguían siendo transportados en camilla a las ambulancias.
Algunos eran jóvenes por lo que pude ver, quizá tenían unos 13 o 14 años, algunos tirados en el piso inconscientes y otros que abrían los ojos, descalzos, con médicos revisándolos y envueltos en mantas isotérmicas. Habían venido a ver un partido de fútbol, a ser parte de la fiesta del fútbol que une al continente.
Los médicos de la Cruz Roja se desplomaron exhaustos cuando las últimas víctimas fueron llevadas de la sala médica, que en un principio tenía como finalidad el tratamiento de los jugadores que se lesionaran durante la competencia.
Algunos miraban absortos sus platos de mandioca y coco, pero sus ojos tenían la mirada perdida. Las atajadas de Alhadhur y el escandaloso tiro libre de Youssouf M'Changama no son las únicas imágenes que se repetirán en sus mentes una y otra vez en los días venideros.
En las siguientes horas, comenzó a salir a la luz información sobre las personas que habían perdido sus vidas en el desastre; un estudiante de un colegio católico, un niño de 8 años, un estudiante de un colegio local y un magistrado se encontraban entre las víctimas.
Fuera del Stade d'Olembe, se podían ver banderas y sandalias esparcidas por el piso cerca de las alcantarillas. Una mujer lloraba parada en la puerta, mientras gritaba, "mi hijo, mi hijo".
Pero el show debe continuar, por supuesto – siempre continúa. Pero algo tiene que cambiar en esta oportunidad. Hay un bebé de ocho meses en el hospital de Yaounde, como uno de los “sobrevivientes” de la avalancha. ¿Quién se hará responsable de eso?
La tragedia del lunes fue similar a lo que la Asociación de Fútbol de Inglaterra y la UEFA temieron cuando un grupo de fanáticos se movió en manada alrededor de la policía en Wembley de cara a la final de la Euro 2020 el año pasado, y la razón por la que la policía Metropolitana encargó una revisión independiente para establecer las causas y circunstancias de lo sucedido.
Hubo muchos factores que entraron en juego para terminar en el desastre del lunes; desde el proceso de ingreso al estado más lento a causa de los chequeos de vacunación y testeos de COVID-19 hasta la cantidad de personas – la mayoría sin entradas – que se encontraba en las cercanías del estadio para vivir la atmósfera o para probar suerte en la entrada.
"Una de las mujeres lastimadas que vi esta mañana vino con su pequeño hijo, otras dos vinieron con niños de temprana edad", Motsepe les dijo a los periodistas el martes, "y me dijeron que algunos vinieron para experimentar la atmósfera, incluyendo los que no tenían entradas.
"Reconocemos que vinieron miles de personas más de las que esperábamos que se acercaran y que las personas pudieron entrar en el estadio sin ser debidamente coordinadas y controladas”.
Motsepe también identificó una puerta que no se había abierto – el policía me dijo que las personas no habían podido entrar por el ingreso del este – de lo que se podría deducir que el hecho de que el estadio no estuviese completamente terminado (todavía estaban trabajando activamente en las vísperas del torneo) también jugó un rol importante en el amontonamiento de la gente en angostos pasajes para ingresar en el recinto.
Es una historia de la que ya hemos sido testigos, desde Accra hasta Ellis Park, desde Port Said hasta Abidjan, desde Oppenheimer hasta Antananarivo, pero no en la Copa de Naciones, no ante la mirada del mundo entero como en esta ocasión.
Motsepe prometió el martes que estas escenas no volverán a ser vistas, que tales sucesos darán lugar a las acciones, resoluciones y modificaciones correspondientes. No deben quedar en palabras vacías de un nuevo presidente pretendiendo apaciguas las aguas tras el peor día desde que está al mando del fútbol africano.
Mientras regresaba a mi apartamento durante las primeras horas del martes por la mañana, estuve reflexionando sobre el día más oscuro de la AFCON – eclipsando numéricamente el ataque al autobús de Togo en la provincia de Cabinda, Angola, en 2010 – y una tragedia que se desató sólo a pocos metros de donde me encontraba yo, mientras me había sentado, con completa ignorancia, a mirar un partido de fútbol.
Es una historia de la que no quiero volver a ser testigo y la Confederación Africana de Fútbol es la responsable de hacer lo necesario para que esto no vuelva a suceder.