El Juego 3 de las Finales NBA fue una radiografía de lo que hay puesto en juego. Los Boston Celtics, la franquicia más ganadora de la historia, con un básquetbol de culto, de reflexión, frente a los dinámicos Golden State Warriors, apoyados en el talento único de Stephen Curry, la mano caliente de Klay Thompson y el renacer de Andrew Wiggins.
Este partido, vital por donde se lo mire, fue algo así como exhibir las cartas desparramadas sobre el paño. A confesión de partes, relevo de pruebas: el juego del básquetbol tradicional frente al vértigo profundo del talento. Lo que alguna vez pareció terminado contra el mundo que parecía quedarse con todo. Este deporte, a diferencia de sus competidores, es dinámico, cambiante y de aprendizaje evolutivo.
Los Celtics proponen, entonces, un regreso a un básquetbol que hasta este 2022 parecía primitivo. Construido en el silencio, a la sombra de otros. Así fue el sueño de Ime Udoka, que nació siendo asistente de Gregg Popovich en los Spurs. Empezar por la defensa para encontrar soluciones en ataque. Distribuir responsabilidades de manera tal que nadie sea imprescindible. Ir escalón por escalón en la escalera hacia el éxito. Porque esto, a esta altura, ya lo es sin ninguna duda. ¿Quién daba a los Celtics con chances serias de ser campeones antes de empezar la temporada? El que levante la mano, miente.
Boston es la suma de partes en función del éxito. Y es un equipo de redención en continuado, porque ese tercer cuarto de ayer, con Curry encendido como en sus mejores épocas, hubiese sido letal para cualquier plantel con dudas de carácter. Pero estos Celtics no son los de años anteriores: en el camino hay experiencia y aprendizaje. Esto es una fórmula verde construida en el laboratorio años atrás, con tubos de ensayo que pasaron de las manos de Brad Stevens para llegar a Udoka. Hay mejora de los individuos sin alardes histriónicos, hay básquetbol-cultura con funciones claras. Hay actitud, determinación y convicción edificada con el cincel. Qué difícil es derribar del todo a este equipo. No alcanza con soplar fuerte: lo que alguna vez pareció un castillo de naipes hoy es hierro grabado a fuego.
Es mucho más difícil tapar doce agujeros que uno solo. El equipo por sobre el individuo, el deporte de espalda con espalda en función de un objetivo común. Cuando eso ocurre, cuando la mente entra en plena concentración, no hay maravilla de Curry, lanzamiento de Thompson o grito abusivo de Draymond Green que pueda cambiar la historia.
Los Celtics devuelven a los amantes de la NBA a tiempos nostálgicos de otro básquetbol que parecía dormir en un arcón. Una versión renovada de los San Antonio Spurs de la década pasada, con velocidad, juego de pases, movimiento fluido y defensa. Sobre todo defensa. De aquel equipo monocromático de lujo a este verde cargado de energía. Sistema por encima de híbridos polifuncionales y talento sobrenatural. Boston es un freno de mano a los adoradores del progreso. A los que piden cambios de reglas, los que dicen que lo que alguna vez fue ya no podrá volver a ser. ¿Qué es el básquetbol si no es esto? Se puede ganar sin tiros desde el logo y sin saltos acrobáticos. El básquetbol que supo jugarse en el suelo vuelve a renacer con un equipo moldeado con la paciencia de los artesanos y el corazón de los boxeadores.
Del pincel de Jayson Tatum a los flechazos de Jaylen Brown. De la defensa flexible de Al Horford a la extensión abrumadora de Robert Williams III. El corazón hecho motor de Marcus Smart y el sacrificio de Grant Williams. La inteligencia de Derrick White y los tiros letales de Payton Pritchard.
¿Quién es el mejor jugador de este equipo? Es imposible saberlo. Todas las noches son la primera noche. Sufren los cazadores seriales de MVPs con este equipo de Boston. El mejor jugador está en la suma silenciosa de las partes. Si tú no estas bien, estaré yo para corresponderte. Si tienes dolores, puedes descansar en mis hombros. Los Celtics desafían a la NBA de estrellas y se arrancan de un tirón las etiquetas de una liga deshabituada a esta clase de proyectos silenciosos.
Los Warriors, a priori favoritos en esta eliminatoria, ya no sonríen como antes. El básquetbol cálido del bien común desafía al vértigo del brillo individual. Esto es mucho más que una final de lujo: es un duelo de estilos claro, un desafío deportivo-cultural, que pone a los seguidores de este juego en un debate que vale cada línea de discusión.
El viernes, entonces, será el turno del cuarto juego.
Y lo mejor, como siempre, está por venir.