Jimmy Butler grita, muestra el puño, salta. Miami Heat, octavo clasificado en el Este, termina de concretar una hazaña al eliminar a Milwaukee Bucks, máximo favorito a conquistar el campeonato.
Butler cierra su planilla personal con 42 puntos, incluyendo el doble clave para mandar el partido a la prórroga fuera de casa. Bam Adebayo lo empuja, Erik Spoelstra sonríe, Udonis Haslem aplaude. Kevin Love protagoniza su propia historia de redención. Ahí anda la estadística que dice que la absurda marca de 98 puntos de Butler en los últimos dos juegos es algo que no ocurría desde que Michael Jordan lo logró con los Chicago Bulls en 1993.
Y está bien mencionar a Jordan. No es casualidad. Porque Butler, en este arranque de playoffs, es la reencarnación deportiva del GOAT. El propio niño Dios que tiene la Península de la Florida, la fisura de un guion que parecía escrito de antemano pero que sin embargo tiene un giro inesperado que nos devuelve a lo más mágico que tiene el deporte: lo impredecible.
Butler es, además, una enseñanza que no se ve en números. Es la respuesta hecha carne y hueso a un tema que viene dando vuelta hace rato: la serie regular, estimado Adam Silver, es una maratón demasiado larga para los tiempos que corren, y queda claro, una vez más, que no sirve demasiado a la hora de dar ventajas. Lo saben los jugadores, los entrenadores, los dirigentes y los fanáticos. La postemporada, los cien metros llanos que separan a los hombres de las leyendas, cautiva, conmueve y motoriza las almas.
Dicho esto, el descanso en noches consecutivas y la intensidad en merma en muchos juegos previo a playoffs solo sirven para confirmar lo que nos dicen hoy las entrañas: necesitamos mucho más de esto y menos de lo anterior.
El deporte, queridos amigos, es emoción y éxtasis en continuado. Butler nos regresa, con estas actuaciones memorables, a la génesis de nuestra propia historia. A la electricidad que nos recorrió por las venas con aquel partido que de niños nos hizo presos de esta pasión.
Ahora me ves, ahora no me ves. Luces afuera. Silencio. Harry Houdini se libera de las cadenas ante la incredulidad del público presente.
Butler es Jordan. Jordan es Butler. Son ellos dos unidos en el tiempo. Una autopista imaginaria cruza generaciones, los cobija y los envuelve: distintos pero iguales. Son los que los precedieron, los que los contemplan y también los que serán. Cuando lo increíble se hace realidad, cuando lo maravilloso sucede, las palabras lo cuentan, pero el corazón lo siente.
Aún existen personas que pueden cambiar escenarios con sus propias manos. Que nos empujan afuera del status quo, nos sacuden, nos despiertan, y nos recuerdan que estamos vivos.
Años en busca de emociones perdidas. Y entonces, de repente, el milagro ocurre.
Y todo, absolutamente todo, valió la pena.