En la pasada temporada, Manu Ginóbili se convirtió en el máximo robador de balones de la historia de la franquicia, con 1.389 en su haber.
Quizás el dato, en una liga acostumbrada a tener fanáticos-consumidores de volcadas, piruetas circenses y acciones estrambóticas, haya pasado como uno más dentro de un universo habituado a las estadísticas rigurosas, pero se trata de un intangible que habla de un deportista. Es el plus de la voluntad que acompaña al talento natural del atleta.
Todos sabemos que Ginóbili ha sido un deportista profesional a ultranza, pero su valor trascendental es que ha sido íntegro. Con sus compañeros, con el básquetbol y con él mismo. ¿Qué significa ser íntegro? Hacer las cosas que se deben hacer sin que los demás las exijan. El jugador flojo intenta evitar la serie de flexiones, el profesional las hace cuando el preparador físico observa y el íntegro las realiza sólo en su casa siendo él mismo juez y parte.
Se trata de hacer lo que hay que hacer para alcanzar metas y poder, así, dibujar nuevas. Manu acumuló experiencias, aprendió, estudió, y se transformó en la mejor versión posible de él mismo, con todo lo que eso significa.
Un robo en el básquetbol carece de violencia cinematográfica, pero sí tiene oportunismo, meticulosidad, preparación y entrenamiento. También tiene anticipación y perseverancia. No se trata de un golpe maestro como puede pensar “El Profesor” en La Casa de Papel, sino más bien el arte invisible de un carterista amaestrado. La serpiente que se oculta detrás de un arbusto y pica en el momento justo a la presa.
Esta es, quizás, la marca que más evidencia el ADN Ginóbili en la NBA. Ingresó a la Liga como un potrillo indomable, un anotador incisivo con gran capacidad para lanzar de tres puntos y se transformó en un comodín capaz de hacer múltiples cosas a niveles inusuales para un jugador terrenal. Ha sido su conducta, su mentalidad y su trabajo los argumentos que le han permitido seguir brillando pasados los 40 años en una liga hecha para súper atletas veinteañeros. Del vértigo a la templanza, del éxtasis a la sapiencia, del ataque a la defensa. De jugador número uno a jugador número doce. De jugador número doce a jugador número uno. ¿Están todos dispuestos a relegar para obtener? ¿Qué estrella mundial, en un juego de equipo, es capaz de dar un paso atrás y otro al frente según los objetivos grupales? Debe ser por eso, entonces, que una marca que la Liga mira de costado sea, para los amantes acérrimos del juego, una cifra de valor incalculable.
Vale repetir a riesgo de ser redundante: hacer lo necesario para que el equipo gane. Sumergir las muñecas en la oscuridad para que un compañero abrace la luz.
Ginóbili, el jugador íntegro por naturaleza, derribó en el epílogo de su carrera otra marca extraordinaria que era propiedad de la leyenda llamada David Robinson. De Bahía Blanca a San Antonio sin escalas.
El valor de conquistar pequeñas cosas le permitió, una vez más, alcanzar gigantes.