Cuando Otto von Bismarck, canciller de Alemania, organizó la Conferencia de Berlín entre noviembre de 1884 y diciembre de 1885, junto a Francia y el Reino Unido, tenía como propósito terminar con los problemas producidos por la expansión colonial en África y resolver su repartición entre las potencias.
Esta calamidad absurda, que sirvió para que los países más poderosos se queden por decisión unilateral con los verdaderos propietarios de la tierra, selló para siempre el destino del continente olvidado. Para el mundo occidental, África se transformó en un enigma que volvía a cuentagotas a través de la literatura primero y de la televisión después. Flashes de un mundo que parecía ser sólo safari y experiencias inusuales. Esa mirada colonialista exacerbada, opresiva y temeraria, que se mantiene hasta estos días, no consideró a la globalización, y al deporte en su esencia más profunda, como vías de escape naturales.
La llegada de Sekou Doumbouya, nacido en Conakri, Guinea, a los Detroit Pistons, tras ser elegido en el decimoquinto puesto del Draft, es otra puesta en valor, a la distancia, de un continente decisivo en la formación de atletas de nivel. La NBA, que vio entre sus grandes figuras de la historia al nigeriano Hakeem Olajuwon, al griego Giannis Antetokounmpo (de ascendencia nigeriana), al camerunés Joel Embiid, y en otra escala al congoleño Serge Ibaka y al camerunés Paskal Siakam, recientes campeones con Toronto Raptors, entre otros talentos de nivel, ha naturalizado la presencia de talento internacional procedente de territorios hasta hace algunos años desconocidos.
Doumbouya, hijo de un militar, llegó a Francia con solo un año de edad, como tantos inmigrantes que pisan tierras extranjeras en busca de nuevas posibilidades. En el actual Draft, fue el primer prospecto internacional elegido con sólo 18 años de edad (23/12/2000). Se trata de un jugador de un dinamismo excesivo para la media, que pisó la Primera y Segunda División de Francia con 48% en TC y 30% en T3. Ganó el oro en el Mundial U18 en 2016, con sólo 15 años.
"Espero enfrentar a jugadores más inteligentes y físicos", dijo el alero de 2.05 mts a Eurocup Basketball. "Y quiero tener más confianza en mí", agregó.
Doumbuya, fanático de Michael Jordan, se ve parecido a Paul George en el básquetbol. "Cuando juega, veo similitudes con él", dijo a Eurocup. "Puede defender, anotar, y yo puedo hacer lo mismo".
"Es un gran avance, es perfecto para mí. Cometeré errores, aprenderé", dijo Doumbuya tras su llegada a los Pistons en la noche de Draft.
Doumbuya es un alero moderno para la NBA que se corresponde con la versatilidad para trasladarse y la potencia de sus extremidades. El básquetbol actual necesita de esta clase de jugadores capaces de ser largos y de correr la cancha con el balón en su poder. África está brindando esta materia prima que dista de los tiempos de la leyenda llamada Manute Bol, a quien nada lo asustaba, decía, por haber tenido que cazar un león con sus propias manos cuando era chico.
La excentricidad le ha dado lugar a la regularidad de los prospectos hechos para el ritmo desafiante de la NBA actual. "El básquetbol es para los altos", reza la máxima del mítico León Najnudel, pero esto ahora parece ser insuficiente. "El básquetbol es para los versátiles", sería algo más adecuado a los tiempos que corren. Hemos pasado de un deporte de altura a un deporte de extremidades, ritmo, despegue y resistencia. Y en ese sentido, la fisonomía africana le ha dado muchísimo al básquetbol actual.
Y promete dar mucho más.
Doumbuya es un caso más que confirma la tendencia en curso. La colonialización que planteó Bismarck, por fortuna, empieza a tener filtraciones saludables. El poder de un continente opacado, lastimado, oprimido, tiene en esta clase de atletas la luz que se le impidió durante años.
En su brillante libro "Ébano", sobre África, el escritor polaco Ryszard Kapuscinski narra una anécdota ocurrida en una cena en el parque nacional de Mikumi, en el interior de Tanzania.
"Reinaba un ambiente distendido y agradable. Ardían las velas, las antorchas y las lámparas de petróleo. Habían acudido allí ministros del gobierno tanzano, embajadores, generales, jefes de clanes. De las profundidades de la noche emergió un elefante, justo a nuestras espaldas. Tenía una mirada penetrantes y perspicaz y no emitía sonido alguno. Tras quedarse parado por un rato, empezó a caminar entre las mesas: todo el mundo estaba inmóvil, paralizado por el terror. Al final, después de dar varias vueltas a la mesa y al prado, nos abandonó. Uno de los tanzanos que se sentaban a mi lado preguntó:
-¿Has visto?
-Sí -contesté aún medio muerto-. Era un elefante.
-No -repuso-. El espíritu de África siempre se encarna en un elefante. Porque al elefante nunca lo puede vencer ningún animal. Ni el león, ni el búfalo, ni la serpiente.
Todavía era de noche, pero se aproximaba el momento más maravilloso: el alba".
Pese a todo y a todos, África está de pie. Y el mundo, en pequeños relámpagos disfrazados de deportistas, contempla su poderío.